No oigo el silencio

En la década de los noventa, cuando me encontraba estudiando Teología, con motivo de las actividades pastorales que desarrollábamos, estuvimos en Granada, en la fase nacional de la canción misionera participando. En la Vigilia que realizamos en la Catedral, quien la dirigía dijo estas palabras para pedirnos a todos que nos calláramos porque íbamos a comenzar la celebración: “No oigo el silencio”. Tanto a mí como a mis compañeros nos hizo mucha gracia esta expresión y con mucha frecuencia la decíamos con ironía y para reírnos, porque no oíamos el silencio cuando teníamos que pedírselo a los distintos grupos con los que nos encontrábamos. Y desde entonces en más de una ocasión yo lo he seguido repitiendo en mi etapa de profesor de religión.

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Sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros (Jer 29, 11)

Hay veces que las cosas no salen como lo esperabas y eso te produce una gran frustración. Intentas que todo vaya bien, pones lo mejor de ti con todas tus fuerzas, con tus mejores intenciones y toda tu alma y todo se descabala. Sabes de la importancia de tener paciencia, fe y esperanza; pero no es fácil ni aceptar ni asumir en el momento del fracaso.

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Dame paciencia, Señor

Hay veces que cuesta trabajo ser paciente y sobre todo demostrarlo. En muchas ocasiones la perdemos y nos llenamos de ira porque tenemos desencuentros o situaciones que ni nos gustan ni ayudan y hacen que “saltemos por los aires”. Humanamente puede tener su justificación, especialmente cuando estamos al límite, aunque como creyentes tenemos que confiar en Dios y en sus tiempos.

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Llamados como hijos a la fe

Dios nos habla y se dirige a cada uno. Siempre nos llama por nuestro nombre para que le sigamos y aprendamos de Él. Es el compañero de camino ideal que, pase lo que pase permanece fiel porque su corazón es tan grande y tiene tanto amor que repartir, que nunca se cansa de tomar la iniciativa para que mejoremos nuestra relación. Quiere que seamos felices y que todo lo que hagamos y vivamos nos sintamos realizados y plenos.

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Aceptarme para aceptar

Aceptarme para aceptar. Si quieres llegar a tus metas y cumplir tus objetivos en la vida es necesario aceptarte a ti mismo. Hay veces que te avergüenzas de tus fallos o resulta muy difícil olvidarse y superar los errores o malas decisiones que hayas tomado. Para esto es importante mirarte sin juzgar los defectos o virtudes que puedas tener. Conocerse es fundamental; saber quién eres y hasta dónde eres capaz de llegar, viendo tus limitaciones. Así lo hizo Jesús con los apóstoles: cada uno era de una manera distinta y los fue moldeando y enseñando para convertirse en los testigos del Reino. Los defectos no son los que nos definen como personas, tampoco las virtudes, es obvio que nos influyen, pero hay que tener claro que somos un todo, porque así nos ha querido el Señor.

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Mira al cielo

No te importe fracasar, sigue intentándolo hasta que lo consigas. Hay veces que el cansancio o esa sensación de fracaso se puede hacer muy fuerte en tu vida y te hará abandonar quedándote resignado, abatido, desolado o enfadado contigo mismo o con tu entorno, porque no ha sido posible. Ten por seguro que el fracaso es parte de la vida y de nuestra condición, entre otras cosas porque somos limitados y no podemos con todo, por mucho que queramos.

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¡Mirad cómo se aman!

Estamos muy acostumbrados a ir a lo nuestro, viviendo a nuestra manera y marcándonos nuestros ritmos y momentos, sin darnos cuenta del mal que nos estamos haciendo porque nos estamos encerrando en nosotros mismos y nos vamos aislando poco a poco de nuestro mundo, dejándonos llevar por ese estilo de vida en el que todo está permitido y cada uno puede hacer lo que considere porque es dueño de su vida. Esto hace que poco a poco, junto a nuestra sociedad, nos vayamos envolviendo en una atmósfera de soledad e individualidad, a pesar de estar rodeados de personas, volviéndonos herméticos y fríos en nuestras relaciones personales, especialmente cuando se trata de abrir el corazón. La indiferencia se hace fuerte y las etiquetas que nos ponemos nos condicionan en nuestra forma de tratarnos.

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El Señor ha estado grande

«El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres» (Sal 126, 3)

Dios es alegría y esperanza; la que siempre nos quiere transmitir para que la podamos hacer vida cada día. A veces cuesta, porqué negarlo, pero merece la pena sentir que tu vida cambia cuando dejas que el Señor ponga la mano sobre ella, te sientes bendecido y desbordado por tanto bien recibido.

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Corazón de carne

Tener un corazón de carne y no de piedra, sensible, comprensivo, generoso, comprometido, servicial, dispuesto a dar la vida. Tener una fe inquebrantable, que, aunque pase lo que pase siempre está firme y anclada en el Señor. Los retos desde luego son difíciles y para eso están, para superarlos y conseguirlos; para dar pasos en la buena dirección; para no dejarte vencer por la pereza, la apatía y la dejadez y superarte cada vez más. Es necesario estar decidido a esforzarse porque las cosas no vienen por si solas, hay que trabajárselas día a día para obtener la recompensa. En la vida espiritual tenemos muchas herramientas para ayudarnos de ellas y llegar a conseguir nuestros propósitos. ¿Cuáles son tus muletas, en las que te apoyas día a día?

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Ser santo y perfecto

«Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Díos, soy santo» (Lv 19, 2) y «sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). Estas dos frases, que distan mucho en el tiempo entre sí, son dichas por Dios Padre y Dios Hijo en la Biblia y son una invitación clara a buscar la santidad y la perfección en tu día a día, sin desfallecer ni en los esfuerzos ni en los intentos. Este camino de perfección y de santidad comienza por ser justos en todo con los demás y tener rectitud de conciencia a la hora de actuar, buscando siempre el bien del otro, incluso por encima del tuyo. Son muchas las invitaciones cotidianas para que pienses en ti mismo y no te compliques la vida por nadie. El ejemplo lo tenemos muy cerquita nuestra porque vivimos en un mundo globalizado, cosmopolita, con acceso fácil a toda la información del mundo en nuestra mano y cada vez las personas estamos más aisladas en nuestros entornos y en nuestras vidas particulares. La tecnología nos permite comunicarnos en tiempo real con cualquier parte del mundo y a la vez cada vez lo hacemos menos con los que más cerca estamos.

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