Ser santo y perfecto

«Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Díos, soy santo» (Lv 19, 2) y «sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). Estas dos frases, que distan mucho en el tiempo entre sí, son dichas por Dios Padre y Dios Hijo en la Biblia y son una invitación clara a buscar la santidad y la perfección en tu día a día, sin desfallecer ni en los esfuerzos ni en los intentos. Este camino de perfección y de santidad comienza por ser justos en todo con los demás y tener rectitud de conciencia a la hora de actuar, buscando siempre el bien del otro, incluso por encima del tuyo. Son muchas las invitaciones cotidianas para que pienses en ti mismo y no te compliques la vida por nadie. El ejemplo lo tenemos muy cerquita nuestra porque vivimos en un mundo globalizado, cosmopolita, con acceso fácil a toda la información del mundo en nuestra mano y cada vez las personas estamos más aisladas en nuestros entornos y en nuestras vidas particulares. La tecnología nos permite comunicarnos en tiempo real con cualquier parte del mundo y a la vez cada vez lo hacemos menos con los que más cerca estamos.

Ser santo y perfecto puede llegar a ser una realidad si te pones en las manos de Dios, intensificas cada día tu vida de oración y te vas dejando poco a poco transformar por Él. «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad» (2 Cor 12, 9), porque es el lo diario donde se alcanza la santidad. No te dejes llevar por la flojera espiritual ni la pereza que son muy buenas consejeras para dejarte llevar y no pasar tiempo con el Señor. Si hay algo innegociable en la vida de oración es el tiempo. No se puede ir con prisas en el encuentro de fe; todo lleva su proceso y necesita el tiempo necesario para que la experiencia de fe sea cada vez más profunda y enriquecedora. Dios no entiende de prisas, tú y yo somos expertos en ellas, porque siempre estamos con prisas, con muchas cosas que hacer y con muchos pensamientos en la cabeza.

La invitación del Señor a la santidad y a la perfección recibida e interiorizada en la oración personal te va a llevar inmediatamente a descubrir al mismo Cristo en el hermano. A amar y tener misericordia para con los demás en todo momento, y a ser mucho más sensibles ante las necesidades que los que te rodean tengan, llegándote a implicarte activamente en hacer un mundo mucho más justo y humano desde tu vivencia cristiana. Siempre hay alguna persona necesitada a tu lado, bien sea porque necesite ayuda material o simplemente ser escuchada. ¿Por qué cuesta tanto trabajo pararse y atender al otro? La respuesta es clara: porque falta oración y la capacidad de amar es limitada, insuficiente.

Jesús dice en el Evangelio: «Cada vez que lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). A Jesús no se le puede escatimar atenciones, entrega, ayuda, amor, misericordia… porque Él siempre te lo devuelve todo con creces y no quieres ser un egoísta e interesado en la relación con el Hijo de Dios. El pecado de omisión es el que hace que dejemos de hacer, de comprometernos, de entregarnos en cuerpo y alma a Dios y a los demás. De una manera inmediata te quita muchos marrones de encima, es verdad, pero siempre termina endureciendo el corazón porque vas dejando de ser sensible. Por eso si quieres tratar bien a Jesús, ser santo y perfecto, practica la justicia allá donde estés y no seas cómplice de las injusticias que te rodean quedándote con los brazos cruzados.

Señor Jesús, ayúdame a salir de mi zona de confort, y, como tú, comprometerme en eliminar las injusticias que hay a mi alrededor.