Llamados como hijos a la fe

Dios nos habla y se dirige a cada uno. Siempre nos llama por nuestro nombre para que le sigamos y aprendamos de Él. Es el compañero de camino ideal que, pase lo que pase permanece fiel porque su corazón es tan grande y tiene tanto amor que repartir, que nunca se cansa de tomar la iniciativa para que mejoremos nuestra relación. Quiere que seamos felices y que todo lo que hagamos y vivamos nos sintamos realizados y plenos.

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Mira al cielo

No te importe fracasar, sigue intentándolo hasta que lo consigas. Hay veces que el cansancio o esa sensación de fracaso se puede hacer muy fuerte en tu vida y te hará abandonar quedándote resignado, abatido, desolado o enfadado contigo mismo o con tu entorno, porque no ha sido posible. Ten por seguro que el fracaso es parte de la vida y de nuestra condición, entre otras cosas porque somos limitados y no podemos con todo, por mucho que queramos.

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Corazón de carne

Tener un corazón de carne y no de piedra, sensible, comprensivo, generoso, comprometido, servicial, dispuesto a dar la vida. Tener una fe inquebrantable, que, aunque pase lo que pase siempre está firme y anclada en el Señor. Los retos desde luego son difíciles y para eso están, para superarlos y conseguirlos; para dar pasos en la buena dirección; para no dejarte vencer por la pereza, la apatía y la dejadez y superarte cada vez más. Es necesario estar decidido a esforzarse porque las cosas no vienen por si solas, hay que trabajárselas día a día para obtener la recompensa. En la vida espiritual tenemos muchas herramientas para ayudarnos de ellas y llegar a conseguir nuestros propósitos. ¿Cuáles son tus muletas, en las que te apoyas día a día?

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La aventura de confiar

En muchas ocasiones he manifestado que Dios nos ha dado a cada uno una serie de dones con los que sabe que vamos a alcanzar la felicidad plena. Lo que nos ocurre es que las comparaciones que nos hacemos con los demás nos impiden verlos claramente y nos infravaloramos tanto que en ocasiones terminamos anhelando lo que no tenemos y no sacando todo lo bueno y bello que hay en nuestro interior. Si te quieres de verdad no dejes de mirar a tu interior y compartir con generosidad todo lo que tienes, porque así empezarás a irradiar todo lo que tienes guardado y vivirás en plenitud, porque serás feliz y saborearás cada uno de los momentos que vives.

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Vencer la rutina

Evitar la rutina para no perder el entusiasmo. Resulta muy fácil sumergirnos en el mundo de la rutina y encerrarnos en nosotros mismos, en nuestras prisas y agobios; y somos incapaces de levantar la mirada para ver más allá de nosotros mismos. Actuamos como autómatas y nos instalamos en el hacer las cosas por pura inercia sin motivación ni sentido, simplemente porque hay que hacerlas. Perder la ilusión y dejarse llevar es muy fácil, y además impide que no disfrutemos de la vida, de lo que nos rodea y de lo que tenemos. Así resulta más difícil alcanzar nuestras metas y desarrollar nuestro proyecto de vida y entramos en una dinámica donde lo que vivimos no nos hace felices ni nos realiza plenamente.

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Cuidar al otro

Siempre nos gusta sentir cercanas a las personas que son importantes para nosotros, especialmente cuando el camino se nos hace más cuesta arriba. ¡Cuánto lo agradecemos! Nuestra condición humana constantemente necesita del alimento que supone para nuestra persona el cariño, la cercanía, la ayuda, la solidaridad, el respeto y la opinión de quienes nos son más cercanos. Por eso es importante cuidar mucho la reciprocidad en nuestras relaciones personales. Cada día las iremos enriqueciendo y consolidando con más fuerza desde la sinceridad y el amor verdadero. Podremos tener nuestros altos y bajos en nuestra entrega y apertura a los demás, todos tenemos nuestras rachas, pero, no puede ser la misma persona la que siempre está tirando del carro, porque puede llegar a desgastarse. Cuidar al otro es fundamental, y que sienta y vea que ponemos de nuestra parte y nos entregamos aunque sea en menor media por las dificultades en las que nos encontremos, también. Todos necesitamos nuestros tiempos y momentos, pero no podemos ser egoístas ni comodones; también es necesario que mostremos nuestras vivencias por muy mal que nos encontremos. Cuidar y dejarse cuidar han de ir de la mano siempre.

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Dios está.

Perdonar y no tener en cuenta el mal que te hagan. Qué fácil resulta predicarlo y lo que humanamente cuesta llevarlo a la práctica. Si algo he aprendido en mi vida de sacerdote es a hacer las cosas y procurar tener siempre la conciencia tranquila ante el Señor, buscando actuar sin perjudicar a nadie ni aprovecharme de nadie. De hecho, este es uno de mis lemas con los cuáles quise iniciar mi sacerdocio y quiero seguir llevando a la práctica cada día de mi vida. Entre otras cosas porque siempre me he propuesto dormir con la conciencia tranquila, siendo consciente de que en la vida y en una parroquia es imposible contentar a todo el mundo y caer bien. 

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Compartir la alegría

Es una bendición poder compartir la alegría que sientes dentro de tu corazón al encontrarte con Jesucristo. El Señor te cuida, te bendice y te guía a lo largo de tu camino; te rodea de personas que viven su fe y quieren seguirlo como tú, abriendo el corazón y sacando lo que tienen dentro para compartirlo con los demás. A veces no es fácil, porque hay ruidos interiores que no te permiten ver con claridad, nublan tu vista y hacen que tu mente se embote. Cierto es que el Señor siempre habla claro, y te muestra el camino y la verdad tal cual es. Esa verdad de la que tanto huyo y que en ocasiones tanto trabajo me cuesta creer y aceptar. ¡Es mi verdad! No puedo renegar de ella porque sería engañarme a mi mismo.

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Tiempo de abundancia

Dios siempre se ofrece en abundancia, siempre da en abundancia. Él no conoce la dosis, se deja dosificar por su paciencia, somos nosotros los que, por nuestros limites, conocemos la necesidad de las cómodas cuotas. Pero él se da generosamente y donde está siempre se da en abundancia. Es lo que nos dice el profeta Isaías durante este Adviento, que Dios se da entero totalmente, que no se queda corto en nada de lo que ofrece a su pueblo, a sus hijos. Dios es tan generoso que siempre se da en abundancia y no se entrega de otra manera, porque el amor que nos tiene es tan grande que nos desborda, nos sobrepasa en todo, abundantemente. Es el gran regalo que cada día Dios nos hace y que se nos da en todo Él. Descubrirlo, quizás nos cuesta en ocasiones, hasta que estemos preparados; está preparado, esperando pacientemente y llamándonos por nuestro nombre hasta que lo escuchemos con claridad y reaccionemos. Esta abundancia de Dios contrasta enormemente con nuestras pobrezas y limitaciones, que se hacen más visibles cuanto más alejados estamos de Él. El Señor nos conoce a la perfección y por eso quiere regalarnos su abundancia, para que tengamos la certeza de que su primera opción siempre somos nosotros.

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