¡Mirad cómo se aman!

Estamos muy acostumbrados a ir a lo nuestro, viviendo a nuestra manera y marcándonos nuestros ritmos y momentos, sin darnos cuenta del mal que nos estamos haciendo porque nos estamos encerrando en nosotros mismos y nos vamos aislando poco a poco de nuestro mundo, dejándonos llevar por ese estilo de vida en el que todo está permitido y cada uno puede hacer lo que considere porque es dueño de su vida. Esto hace que poco a poco, junto a nuestra sociedad, nos vayamos envolviendo en una atmósfera de soledad e individualidad, a pesar de estar rodeados de personas, volviéndonos herméticos y fríos en nuestras relaciones personales, especialmente cuando se trata de abrir el corazón. La indiferencia se hace fuerte y las etiquetas que nos ponemos nos condicionan en nuestra forma de tratarnos.

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El reto del perdón

El reto del perdón, la llamada constante que Jesús hace en el Evangelio, para tratar con misericordia a todos los que nos rodean y confiar en la bondad del corazón de los demás. Hay veces que lo que sale de nuestro corazón no son ni buenos sentimientos ni acciones, porque dejamos que aflore lo peor que hay dentro de nosotros. La maldad del hombre nos lleva a nuestra propia destrucción, lo estamos viviendo cada día con las guerras que hay en el mundo, las que son primera noticia y las que también son silenciadas. La guerra es un drama para toda la humanidad, lo mismo que cada injusticia que un hombre comete con un semejante, por muy pequeña que sea. Estamos viendo multitudes de acciones humanitarias gracias a los medios de comunicación y redes sociales, donde la bondad del corazón se hace más fuerte que el odio y la venganza; y donde los seres humanos somos capaces de mostrar nuestro lado más sensible y humano incluso a los enemigos. Verdaderas acciones y testimonios de vida que hablan por si solos. Perdonar siempre nos lleva a seguir creyendo en el hombre y en la bondad que atesora en su corazón.

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Las grandezas de la oración

La oración es el camino a la santidad, es la puerta que nos lleva al encuentro con Dios. No podemos prescindir en nuestra vida de fe de la oración y pensar que somos espirituales sin cuidarla, mimarla y enriquecerla cada día. Cuando dejamos de rezar somos engañados, nos vienen las dificultades y torcemos nuestro camino. Hemos de estar preparados para orar cada día, porque si no es imposible alcanzar la santidad. Este es nuestro propio futuro, el de nuestra comunidad y el de la propia Iglesia. Cada uno hemos de esforzarnos por mantenernos fieles en este camino, porque sabemos de nuestras debilidades y lo que nos cuesta perseverar sin desfallecer. Hay veces que tenemos que hacer sobreesfuerzos para rezar y esto es un síntoma claro de que hay algo que no estamos haciendo bien.

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Unido a Dios

No es fácil ser cristiano; vivir el Evangelio con fidelidad es demasiado exigente y no basta solo con pertenecer a la Iglesia y estar mucho tiempo dentro de ella. La primera conversión que uno vive, que es la que te acerca en primer lugar al Señor, es importante, pero no puede ser la única; necesitamos muchísimas más conversiones para que nuestro contacto con el Señor sea fructífero y podamos estar en Gracia de Dios constantemente. Para ello necesitas tener tu alma bien preparada, siempre joven para escuchar lo que el Señor te está diciendo en cada momento; para poder invocarle y adentrarte en su presencia, que todo lo envuelve; para discernir qué es lo que anda mal en tu vida y necesitas convertir, transformar; para saber pedir perdón a través del sacramento de la confesión y a los hermanos, a los que, en la convivencia diaria, a veces, no tratas con amor. 

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Una llamada al cambio

Solemos decir que el mundo está mal y que nuestra sociedad ha perdido los valores, aquellos que desde siempre se han vivido y son nuestras señas de identidad. Personalmente estoy abierto a los cambios y creo que el progreso llega a una sociedad cuando ésta es capaz de cambiar y avanzar, pero no a cualquier precio. Los cambios para que sean verdaderos no pueden ir contra natura, tampoco se pueden forzar. Todos tenemos claro que las prisas no son buenas porque hacen que todo se precipite y no siempre salen las cosas como queremos, pues estamos acelerando los procesos naturales del cambio y todo termina escapando de nuestro control. Para que una sociedad cambie es necesario respetar los ritmos, siendo pacientes y acomodando las nuevas ideas y formas de vida a las transformaciones que se van produciendo poco a poco con el paso del tiempo. Por eso cambiar las mentalidades cuesta tanto trabajo, porque no es un trabajo que se hace solo de palabra y en un momento puntual, sino que es un proceso lento que se va dando con el paso del tiempo y de los acontecimientos, que va calando poco a poco según las vivencias.

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Un lenguaje común

¡Qué importante es tener un lenguaje común! Seguro que en más de una ocasión te ha ocurrido de estar en una discusión con alguien, intentando hacerle ver lo que tú piensas, y con el paso de la discusión o al momento después te has dado cuenta de que estabais los dos diciendo lo mismo pero con distintas palabras. Lo mismo nos ocurre también con las acciones que realizamos. Muchas veces usamos caminos distintos, todos válidos, para llegar al mismo fin. No hay camino mejor ni peor, porque cuando uno actúa con recta intención, lo hace con todo lo bueno que posee para intentar conseguir el objetivo, y, por el camino hacer todo el bien que pueda. Hay veces en las que cuando estamos viendo a los demás cómo hacen las cosas o cuando nos las están contando, pensamos que nosotros lo haríamos mejor o que la manera de proceder que tenemos es mucho más eficaz que la suya. No te dejes llevar por este tipo de prejuicios, porque lo único que hacen es empobrecerte, pues cierran tu corazón y tu alma al dejarse enriquecer por lo bueno que los otros también te pueden ofrecer.

Después de años de experiencia y de camino en la Iglesia, he experimentado, en primera persona y en muchos lugares y grupos con los que he estado, lo celosos que somos de nuestras “parcelitas”, de lo nuestro, no siendo, por lo tanto, instrumento de comunión dentro de la Iglesia para los hermanos. La meta que tenemos es común: Jesucristo; y bien es cierto que como dice el apóstol san Pablo: «Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.» (1 Cor 12, 4-5). Cada uno tenemos carismas, ministerios y formas de actuar distintas, pero no nos podemos olvidar de que tenemos un mismo Dios que nos habla en un único lenguaje: El Evangelio. Por eso estamos llamados a tener un lenguaje común que nos permita entendernos y buscar la comunión en nuestra forma de evangelizar y de poner en práctica la Palabra de Dios, para que así nuestras comunidades cristianas sean referentes en medio de nuestra sociedad.

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