Las grandezas de la oración

La oración es el camino a la santidad, es la puerta que nos lleva al encuentro con Dios. No podemos prescindir en nuestra vida de fe de la oración y pensar que somos espirituales sin cuidarla, mimarla y enriquecerla cada día. Cuando dejamos de rezar somos engañados, nos vienen las dificultades y torcemos nuestro camino. Hemos de estar preparados para orar cada día, porque si no es imposible alcanzar la santidad. Este es nuestro propio futuro, el de nuestra comunidad y el de la propia Iglesia. Cada uno hemos de esforzarnos por mantenernos fieles en este camino, porque sabemos de nuestras debilidades y lo que nos cuesta perseverar sin desfallecer. Hay veces que tenemos que hacer sobreesfuerzos para rezar y esto es un síntoma claro de que hay algo que no estamos haciendo bien.

La oración necesita de cuidados, y para ello hemos de buscar sus momentos propios, que tienen que ser incuestionables e innegociables. El tiempo que le dediquemos ha de ser exclusivamente para ella y hemos de tener claro que en ese momento lo único que nos ha de importar es el Señor. A Él le dedicamos toda nuestra vida, como si fuera lo único que existiera y lo primero y último que hiciésemos. No se puede sustituir por nada, y son muchas veces las que la maltratamos sin piedad, sin remordimientos. A nivel de oración, parece como si no aprendiéramos de nuestros propios errores; sabemos que no podemos abandonarla y nos seguimos abandonando espiritualmente, cuidando antes otras dimensiones de nuestra vida, antes que nuestra fe. Por eso la oración depende de nuestro esfuerzo, constancia y obediencia que seamos capaces de ejercitar, porque nos ha de obligar a pararnos, a orar, dándole todo al Señor con humildad de corazón. Así ha de ser nuestro trabajo, humilde; cada gesto, responsabilidad, tarea que desempeñemos debe de ser fuente de oración y santificación. Por eso tenemos que fortalecer nuestra voluntad, porque nos ayudará a no abandonar el camino, a progresar y avanzar en la buena dirección.

Déjate mover por los dones del Espíritu Santo que tienes en tu vida para que puedas sentir a Dios. “Tener un sentir de Dios” es algo maravilloso, es fundirte con el corazón del Señor. La oración nos lleva a la obra del Espíritu Santo que no es otra que la perfección. Dios nos une y nos hace más perfectos; hace que tengamos un corazón totalmente dispuesto a la misión. El motor de nuestra vida cristiana ha de ser el amor de Dios, que nos tiene que llevar a desempeñar nuestra misión con celo y caridad, entregando por entero nuestra vida a los hermanos. Por eso la naturaleza de nuestra oración nace de esa relación personal que tenemos con el Señor, que es la máxima perfección, junto con nuestra propia realidad limitada, llena de debilidades y flaquezas. Lo más grande es que el Señor se sigue fijando en cada uno de nosotros, imperfectos, para llevarnos a la santidad, a ese camino de perfección, que es camino de amor. Por nuestro pecado somos indignos, pero Dios nos llama a hablar con Él y a vivirlo con gozo y con temor. Con gozo, porque Dios nos quiere alegres, llenos de vida; y con temor porque no queremos apartarnos de Él, separar nuestra vida de su corazón infinito, lleno de misericordia, y así no dejar que el nuestro se enfríe.

Somos hijos de Dios, y cuando rezamos nos abandonamos en las manos del Padre y nuestra alma se une a Dios. Hemos de dar un paso muy importante en nuestra vida espiritual que nos ayude a vivir más auténticamente nuestra fe: Estamos llamados a pasar de la confianza a la unión con Dios, y es así como podemos decir que también Dios reza en nosotros, porque la unidad establecida entre nuestra alma y Dios es única, y nos hace más hijos, más cristianos. Por eso mira a tu vida, a tu historia personal, a todo el bien que Dios ha hecho en ti, para que conozcas a Dios y cómo se ha hecho presente en tu vida, para que luego puedas pasar a los grandes beneficios que te ha regalado. Entonces cuando Dios esté presente, cuando le sientas en ti, detente, párate para que tu alma se sienta plena, descubras una vez más lo grande que es Dios y lo poco que mereces tantas gracias como derrama en tu vida.