El reto del perdón

El reto del perdón, la llamada constante que Jesús hace en el Evangelio, para tratar con misericordia a todos los que nos rodean y confiar en la bondad del corazón de los demás. Hay veces que lo que sale de nuestro corazón no son ni buenos sentimientos ni acciones, porque dejamos que aflore lo peor que hay dentro de nosotros. La maldad del hombre nos lleva a nuestra propia destrucción, lo estamos viviendo cada día con las guerras que hay en el mundo, las que son primera noticia y las que también son silenciadas. La guerra es un drama para toda la humanidad, lo mismo que cada injusticia que un hombre comete con un semejante, por muy pequeña que sea. Estamos viendo multitudes de acciones humanitarias gracias a los medios de comunicación y redes sociales, donde la bondad del corazón se hace más fuerte que el odio y la venganza; y donde los seres humanos somos capaces de mostrar nuestro lado más sensible y humano incluso a los enemigos. Verdaderas acciones y testimonios de vida que hablan por si solos. Perdonar siempre nos lleva a seguir creyendo en el hombre y en la bondad que atesora en su corazón.

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Perseverar en la vida de fe

Son muchos los cambios que hemos experimentado desde que comenzó la pandemia. El camino no ha sido fácil y eso ha dificultado también nuestra capacidad de perseverar en lo cotidiano. Mantenernos firmes en nuestra oración es una dificultad que arrastramos durante nuestra vida cristiana, porque el nivel de exigencia personal es elevado y debemos de estar muy atentos para no dejarnos llevar por el activismo y sacar tiempo para el encuentro con Dios. Siempre lo agradecemos cuando nos superamos y somos capaces de mantenernos constantes en nuestro camino espiritual. Atender constantemente nuestra alma sin desviarnos, manteniéndonos firmes en nuestra fe eso es perseverar. Y todos queremos perseverar en cada ámbito de nuestra vida. Otra cosa distinta es que lo logremos o que se den las circunstancias internas necesarias que nos permitan lograr nuestro propósito.

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Recuerdos del pasado – Camino de Santiago (III)

La mañana amanecía con un temor. Si algo he aprendido a lo largo de mi vida es a preocuparme por las cosas cuando toquen, cuando llegue el momento de afrontarlas, porque si no, me pierdo de disfrutar y saborear los momentos cotidianos, que no tienen la culpa de las dificultades que están por venir; y así disfruto del día a día, sin amargores ni angustias de lo que está al caer. Digo esto porque el motivo de mi retirada del Camino de Santiago que comencé hace unos años en Saint Jean Pied de Port fue por una tendinitis que sufrí en una bajada y que me obligó a retirarme en Estella. Desde ese año no había vuelto a realizar el Camino como peregrino, andando. Ayer era una etapa importantísima para mí, porque suponía enfrentarme a mi mayor recuerdo y frustración personal, de haber abandonado el Camino por una lesión. Ya la noche y el descanso en O Cebreiro fue intranquila y nerviosa, interiormente, por lo que se avecinada al amanecer. Los primeros pasos y la primera bajada han sido un reencuentro con mi pasado, con la espina que tenía clavada en mi amor propio… y con la incertidumbre de si todo iría bien. 

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Perdonar

El perdón nos libera y nos da mucha paz interior, nos descarga del malestar que tenemos dentro y aumenta nuestra capacidad de amar. Siempre es más fácil decir la teoría que ponerla en práctica, y con el perdón suele pasar. Perdonar implica llegar a despegarse de las vivencias pasadas que nos han hecho sentir mal y causado daño. Cuando perdonamos nos liberamos a nosotros mismos, echamos fuera de nuestra vida el dolor y el resentimiento que podamos tener y que a veces supone una sobrecarga en nuestras espaldas. Es muy importante para llegar a perdonar de verdad aceptar lo que hemos vivido y que nos ha causado sufrimiento, dolor y decepción, porque el cruce de acusaciones, tanto las que nos hacen como las que realizamos resuenan en nuestra mente constantemente. Por esto es necesario hacer una reflexión seria y consciente sobre lo que tenemos que perdonar a los demás y también a nosotros mismos.

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Sin resentimientos

Seguro que a lo largo de tu vida has sufrido desencuentros con personas y te has llevado desengaños importantes, que te han hecho sufrir y han ido forjando una coraza en tu interior. Es importante quitarse la coraza para amar de verdad y de corazón a los que te rodean, aunque por propio instinto de supervivencia y para no sufrir, nos ponemos la coraza para evitar recibir más daño. La capacidad de perdonar y de olvidar nos ayuda a eliminar todo tipo de resentimiento que puedas tener en tu interior, para que así tu vida de fe y tu relación con el Señor no se vea resentida. Nos dice el apóstol san Juan: «Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve»(1 Jn 4, 20). Hemos de tener una correspondencia entre lo que creemos, decimos y vivimos. Este triángulo debe de tener una simbiosis perfecta para que nuestra vida sea coherente y vivamos verdaderamente en paz con Dios, sin ningún tipo de resentimiento en nuestro interior.

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Reencuentros

Cómo agradecemos los reencuentros después de mucho tiempo sin vernos y sin compartir la vida. Hay veces que la vida nos separa y otras nos separamos nosotros. Hay muchas diferencias entre ambas separaciones, pues unas son forzadas por las circunstancias de la vida y otras, muchas veces, provocadas por nosotros, por nuestras palabras y acciones. Con el paso de los años voy descubriendo que la vida nos va uniendo y separando de personas. Con unas caminamos menos, con otras más. Y es que en nuestra vida nos cruzamos con unos y otros y vamos uniendo nuestros corazones en el amor y en la amistad, creando los lazos suficientes para propiciar y provocar los distintos reencuentros que nos alegran tanto y nos hacen sentir tan bien.

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Sobre el pecado

Hay faltas y faltas, pecados y pecados. Creo que todos tenemos claro que nadie es perfecto y todos somos pecadores. Lo que pasa es que hay pecados y faltas que están más al descubierto y son más visibles que otros. Nunca podemos decir “de esta agua no beberé” porque no sabemos qué nos deparará el futuro y qué nos traerá la vida. Por eso hemos de ser cautos a la hora de juzgar a quienes tenemos al lado y prudentes cuando comentamos y hablamos, para no dejarnos llevar por la frivolidad y la especulación a la hora de expresar nuestras opiniones. Siempre que hables o comentes de alguien que sea desde la verdad, habiendo hablado previamente con la persona afectada, que de hecho es lo que menos hacemos porque no nos atrevemos a preguntar qué es lo que le ha ocurrido, pero en cambio si que somos osados a la hora de especular y juzgar movidos por los comentarios y juicios de los demás.

El pecado nos aparta de Dios y rompe la comunión con los hermanos. Hay pecados veniales y pecados graves; pecados que tienen consecuencias más graves que otros; pecados que se cometen en secreto, en silencio y pecados que son públicos, a la vista de todos. No me refiero en ningún caso a los pecados que incurren en delito sino a los pecados que solemos cometer en la vida cotidiana, fruto de nuestras debilidades y pobrezas humanas.

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Es por tu bien

¡Cuántas veces siendo pequeños nos han corregido diciendo que lo hacían por nuestro bien! En su momento no nos gustó que nos corrigieran, hasta pensábamos que las personas que lo hacían estaban en contra nuestra. Con el paso del tiempo y la experiencia acumulada nos hemos ido dando cuenta que tenían mucha razón y que nos aconsejaban por nuestro propio bien. ¡Cómo hemos agradecido lo que han hecho por nosotros y la paciencia que han tenido en nuestra educación y formación como personas!

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