Anhelo de conversión

Anhelo de conversión. Desearla con todo tu corazón para que la puedas hacer realidad cuanto antes. Es el empujón que hoy, primer domingo de Cuaresma, el Señor te quiere dar para que de verdad veas cómo actúa en tu vida y la transforma por completo. El Señor siempre escucha tu plegaria y no le pasan desapercibidas tus necesidades porque lo sabe todo y es Dios, tu Padre que siempre está velando por ti. Desear la conversión con todas tus ganas es un paso muy importante en la vida de fe, porque es reconocer que necesitas cambiar, avanzar, madurar en tu vida de fe y erradicar para siempre todos tus pecados y miserias. Por eso el Señor siempre perdona, porque quiere darnos nuevas oportunidades cada vez que somos conscientes de nuestras faltas y perdemos la Gracia. Las tentaciones van a estar siempre acechándote y has de estar vigilante. Es una ingenuidad pensar que nunca más vas a ser asaltado por el demonio que te quiere siempre débil y vulnerable, presa de sus garras, para hacer contigo lo que quiera y endurecer tu alma para que Dios nunca esté en ella.

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Los tiempos de Dios son perfectos

Los tiempos de Dios son perfectos, aunque es cierto que a veces nos cuesta trabajo comprender, aceptar y afrontar lo que nos va poniendo en el camino y que tanta dificultad nos provoca y supone. Aceptar lo que nos pasa lleva su tiempo y cuesta su trabajo. Confiar en Dios es lo que tenemos que poner en práctica los creyentes, aunque hay veces que nos resistimos por la revolución interior tan importante que tenemos. Todo lleva su proceso y cómo no, su tiempo. 

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La fe mueve montañas

«Si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a aquel monte: “Trasládate desde ahí hasta aquí”, y se trasladaría» (Mt 17, 20). Es cierto que la fe mueve montañas. Ya lo dice el Señor Jesús en el Evangelio, para que nos demos cuenta de con fe todo lo podemos. Cuando lo ves en primera persona es cuando te das cuenta de lo grande que es el Señor y de la fortaleza, esperanza y consuelo que nos da. Puedo decirte lo gozoso que me resulta constatarlo cuando en los momentos más importantes de la vida de una persona te lo muestra con toda claridad. Dios es muy grande, y el corazón de quien lo acoge y transmite con esa fe y devoción se hace también muy grande. Entonces me doy cuenta de lo unido que te puedes sentir a una persona desde la fe a pesar del mucho o poco trato que puedas tener con ella. Porque ya no es la afectividad la que te une, sino que es el mismo Señor quien se hace presente; y en ese tú a tú, Él lo hace todo distinto. Y las montañas que pueden parecer grandes obstáculos en la vida, insalvables y dolorosos, el Señor las mueve de una manera sorprendente para que la dificultad o sufrimiento se transforme en un testimonio precioso del amor de Dios, de la esperanza con la que llena el alma, de la fortaleza con la que te mantienes firme en un momento difícil y de la fuerza que cobran las palabras cuando salen del corazón llenas de certeza, para decir, a pesar de las lágrimas, que Dios sostiene tu vida y que esa montaña tan grande que te impide ver lo que hay detrás, de repente desaparece y lo ves todo con claridad, con una mirada distinta, porque en medio del sufrimiento estás mirando con los ojos de la fe, con los ojos del Señor.

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Perseverar en la vida de fe

Son muchos los cambios que hemos experimentado desde que comenzó la pandemia. El camino no ha sido fácil y eso ha dificultado también nuestra capacidad de perseverar en lo cotidiano. Mantenernos firmes en nuestra oración es una dificultad que arrastramos durante nuestra vida cristiana, porque el nivel de exigencia personal es elevado y debemos de estar muy atentos para no dejarnos llevar por el activismo y sacar tiempo para el encuentro con Dios. Siempre lo agradecemos cuando nos superamos y somos capaces de mantenernos constantes en nuestro camino espiritual. Atender constantemente nuestra alma sin desviarnos, manteniéndonos firmes en nuestra fe eso es perseverar. Y todos queremos perseverar en cada ámbito de nuestra vida. Otra cosa distinta es que lo logremos o que se den las circunstancias internas necesarias que nos permitan lograr nuestro propósito.

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Seguro de que Dios es fiel

Estoy convencido de que Dios nunca falla. Así lo he experimentado en mi vida y lo creo realmente. Aunque viva tiempos difíciles o inciertos he sentido cómo la fe me ha mantenido firme y me ha dado esperanza para no desfallecer. Esa sensación de que todo se tambalea y que el mundo se cae bajo tus pies no me la ha quitado nadie, pero tengo que decir que el Señor me ha ayudado y sostenido en esos momentos porque siempre he confiado en Él. En la vida de fe no vale decir que porque creo en Jesús ya tengo la vida resuelta, porque seguir peregrinando en este valle de lágrimas significa tener que superar dificultades, retos, sufrimientos, situaciones que no quiero vivir y de las que quiero mantenerme lejos… Pero está claro que mi fe tiene que ser probada para ver si está o no cimentada sobre la roca que es Jesucristo, y eso anima a seguir confiando en el Señor.

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Digno de mi bautismo

Vivir nuestro Bautismo conforme al Evangelio, es el gran reto que cada día tengo por delante. El nivel de exigencia que Jesús propone es grande, y, a veces cuesta trabajo estar a la altura porque se pide abnegación, sacrificio, renuncia, y, sobre todo capacidad de perdonar a todos sin hacer acepción de personas. Así lo dice el apóstol san Pedro en casa de Cornelio, centurión romano: «Dios no hace acepción de personas» (Hch 10, 34). Al igual que el Señor no hace distinción de personas conmigo y siempre me acoge, siempre perdona mis pecados cuando arrepentido le imploro su misericordia y derrama su gracia sobre mí, así tengo que hacer yo cada día, por mucho que me cueste, con los que me rodean: no hacer distinción ninguna y aceptar y acoger a todos en mi corazón siempre.

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Dios cierra una puerta, pero abre una ventana

Que ni el tiempo ni la vida te quiten la ilusión. Estas palabras en determinados momentos pueden resultar muy difíciles de realizarlas. Hay que sobreponerse a las situaciones cuando tropezamos o cuando nos tiran. Pero no podemos rendirnos. Perder la ilusión es ahogar la esperanza y bajar los brazos, dejar de luchar, sucumbir a la tristeza y dejar que la amargura entre en tu corazón, llenándolo de sinsabores y de completa resignación. ¡Revélate a esta situación! Quizás no encuentres salida en este preciso momento, pero ten en cuenta esto: “Dios cierra una puerta, pero abre una ventana”. Me lo enseñó una persona muy especial en unos momentos muy difíciles, y en medio de estos momentos apareció la figura de la Virgen María, que ciertamente termina dejándote a los pies de Jesús. Por eso, no claudiques, confía en Dios y agárrate fuertemente a la Virgen María, y tu modo de afrontar los problemas serán distintos, los verás desde otra visión y no te sentirás solo, porque Él es el compañero de camino que sale a tu encuentro para acompañarte. ¡Escúchale! Quizás tu mente piensa a mil por hora, incluso barbaridades…; procura hacer silencio en tu interior para escuchar la voz de Dios, que te está explicando el sentido de todo. Sé paciente y no desesperes. Es posible que te cueste, pero conforme vayas caminando al lado de Jesús, buscando su presencia y su compañía, comenzarás a sentirte de otra manera porque tu corazón empezará a arder, a vibrar, a sentir el amor de Dios de una manera especial.

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Dios quiere seguir escribiendo en tu vida

Dios quiere seguir escribiendo cada día en tu vida las cosas más bellas que existen en el universo. Déjale que te ayude y no tengas reparo en que llene tu vida de Él. Sinceramente, es lo mejor que te puede ocurrir, por el mero hecho de que te ama y para Él lo eres todo. Déjate querer para que tu vida desborde alegría. Dice el libro del Apocalipsis: «Acuérdate de cómo has recibido y escuchado mi palabra, y guárdala y conviértete. Si no vigilas, vendré como ladrón y no sabrás a qué hora vendré sobre ti» (Ap 3, 3). El Señor no te quiere lejos, sino cercano; no quiere que pases de largo, sino que te detengas y le abras las puertas de tu corazón y de tu vida para entrar de lleno; no quiere que te encierres en ti mismo, sino que mires a tu alrededor contemplando cómo actúa en la vida de los demás y cómo da sentido a la vida de los que en Él han puesto su confianza.  

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Sonríele a Dios

Sonríele a Dios. «Sus planes no son nuestros planes, y nuestros caminos no son sus caminos» (Is 55, 8). Cuando de repente, ante nuestros ojos y pasos, se presenta un giro inesperado o una “sorpresa” no deseada, sabemos de sobra que esto nos descoloca. Parece como que todo se desmorona, como que la vida se para de repente y te ves cayendo al vacío, con tu vida totalmente descontrolada y saltando por los aires, siendo consciente de que todo se ha perdido y se ha derrumbado. Entonces le preguntas a Dios qué es lo que quiere de ti y qué te tiene preparado; y, además, te das cuenta de que todas las seguridades que te habías construido para sentirte bien y vivir aparentemente feliz han desaparecido repentinamente. Te falta el aire, tu cabeza no deja de dar vueltas y se te pasan por tu mente miles de pensamientos e ideas que cada vez se descontrolan más. Y surgen las preguntas sin respuesta y esa sensación en tu interior de que todo se ha perdido.

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Escucha y mira a Jesús

Cuando Jesús se bautizó en el Jordán, Dios Padre nos presenta a Jesucristo como Hijo y nos invita a que le escuchemos. Jesús en numerosas ocasiones invita a todos sus oyentes que le escuchen, «porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15). Pídele al Señor la gracia de poder escuchar, de tener unos oídos bien atentos y una mirada totalmente pura para que nada nos distraiga ni impida que le prestemos al Señor toda la atención. También en el monte Tabor el Señor le dice a Pedro, Santiago y Juan: «Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo» (Lc 9, 35). Hacer la voluntad muchas veces cuesta, como escuchar con atención y con el corazón. Es el momento de pararse y cuidar nuestra alma dejándola llenarse por la presencia del Señor. La Palabra de Jesús es el alimento de nuestra alma y es una tarea que no debemos descuidar. Debe de ser la principal acción que debemos realizar cada día: acoger la Palabra de Dios en nuestra alma para que dé sentido a todo lo que hacemos. Son muchas las cosas que escuchamos a lo largo del día, y no podemos conformarnos con escuchar cualquier cosa, sino estar primero y siempre delante del Señor para comprender todo lo que nos quiere decir.

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