No oigo el silencio

En la década de los noventa, cuando me encontraba estudiando Teología, con motivo de las actividades pastorales que desarrollábamos, estuvimos en Granada, en la fase nacional de la canción misionera participando. En la Vigilia que realizamos en la Catedral, quien la dirigía dijo estas palabras para pedirnos a todos que nos calláramos porque íbamos a comenzar la celebración: “No oigo el silencio”. Tanto a mí como a mis compañeros nos hizo mucha gracia esta expresión y con mucha frecuencia la decíamos con ironía y para reírnos, porque no oíamos el silencio cuando teníamos que pedírselo a los distintos grupos con los que nos encontrábamos. Y desde entonces en más de una ocasión yo lo he seguido repitiendo en mi etapa de profesor de religión.

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Anhelo de conversión

Anhelo de conversión. Desearla con todo tu corazón para que la puedas hacer realidad cuanto antes. Es el empujón que hoy, primer domingo de Cuaresma, el Señor te quiere dar para que de verdad veas cómo actúa en tu vida y la transforma por completo. El Señor siempre escucha tu plegaria y no le pasan desapercibidas tus necesidades porque lo sabe todo y es Dios, tu Padre que siempre está velando por ti. Desear la conversión con todas tus ganas es un paso muy importante en la vida de fe, porque es reconocer que necesitas cambiar, avanzar, madurar en tu vida de fe y erradicar para siempre todos tus pecados y miserias. Por eso el Señor siempre perdona, porque quiere darnos nuevas oportunidades cada vez que somos conscientes de nuestras faltas y perdemos la Gracia. Las tentaciones van a estar siempre acechándote y has de estar vigilante. Es una ingenuidad pensar que nunca más vas a ser asaltado por el demonio que te quiere siempre débil y vulnerable, presa de sus garras, para hacer contigo lo que quiera y endurecer tu alma para que Dios nunca esté en ella.

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Tentaciones

Es difícil mantenerse firme ante la tentación. A veces es una heroicidad rechazarla, porque conlleva mucho esfuerzo y sacrificio no caer en las redes de lo mundano, inmediato y placentero. Son muchas las ocasiones en las que perdemos la batalla y no salimos airosos, pues el pecado se hace fuerte y trata de apartarnos definitivamente de Dios para que perdamos totalmente la fe y seamos pasto de la ausencia y vacío del Señor en nuestra vida. El pecado viene siempre precedido de la tentación. Quien evita la ocasión, evita el peligro, pues hay veces que los pecados hacen que nos sintamos bien, que queramos mantenernos en esta situación de pecado, porque nos supone una vida fácil y frívola que hace que disfrutemos del momento, como algo único e irrepetible, pero que rápidamente nos genera una insatisfacción tremenda, siendo conscientes de que este no es el camino. Los prejuicios son un lastre y una condición que nos predetermina, pues dependiendo de la vivencia que uno tenga así serán los frutos que somos daremos en el nombre de Señor.

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La mejor defensa

Seguro que en más de una ocasión te has podido sentir bloqueado ante las situaciones que te han tocado vivir; son tan duras que mentalmente te desgastan de una manera brutal; tu mente se embota y cuesta trabajo pensar con claridad. No es fácil afrontar los momentos de angustia y de desasosiego porque las ideas van y vienen en nuestra cabeza y no paramos de dar vueltas a las situaciones que estamos viviendo. Para poder afrontar situaciones así, es muy recomendable acudir a la Palabra de Dios, porque en ella vamos a encontrar la respuesta a todas las situaciones humanas y espirituales que vivimos. Además, nos permite romper las barreras y estructuras mentales que nos hayamos podido crear en medio del fragor de esa batalla mental que producimos en nuestro interior, y, que a veces, tanto nos inquieta y agobia.

Nos dice el apóstol san Pablo: «Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los espíritus malignos del aire. Tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz» (Ef 6, 10-15). Las pruebas siempre son duras y difíciles; casi siempre nos agitan interiormente y nos suelen quitar la paz. A veces, cuando superamos las dificultades, caemos en la cuenta de que hemos perdido demasiadas cosas en esa lucha. Por eso es importante tomar las armas de Dios, para combatir en la lucha de cada día.

Dios siempre está de nuestra parte y dispuesto a echarnos una mano. En Él siempre vamos a encontrar la fuerza, el ánimo, la esperanza y la energía necesaria para superar cada situación que nos toque vivir y afrontar. El ánimo con el que vivamos y afrontemos nuestra vida es fundamental; de él depende parte de nuestro ímpetu en el desarrollo de nuestra vida, especialmente en medio de las turbulencias en las que nos podemos ver envueltos. Perder la fe, apartarnos de Dios y dudar de Él es el mejor trabajo que hace el demonio, para debilitarnos y hacernos sucumbir. Por eso hemos de estar firmes y preparados siempre. Ninguno sabemos en qué momento llegarán los problemas, pero sí que debemos de mantener viva nuestra fe en Cristo, para que apoyándonos en Él no nos sumerjamos en las profundidades de la oscuridad, del desánimo y la desazón.

Hemos de tener siempre la armadura de la fe, para poder soportar los golpes que la vida nos da. No podemos ir a pecho descubierto, porque entonces seremos mucho más vulnerables y fáciles de atacar. Rápidamente la perderemos, porque las dudas van “desangrando” nuestra esperanza hasta que la perdemos definitivamente y nos embarga la tristeza y la frialdad del corazón, porque hemos echado a Dios de nuestra vida.

Por eso, en cuestiones de fe, necesitamos la armadura de la justicia, que nos ayuda a estar cerca de Dios y resistir esos envites tan fuertes que la vida nos da. Ya que se encarga Satanás de sembrar en nuestra vida odio, mentira, desesperanza, dudas, desilusión… para que vivamos resignados, deja que Dios llene tu vida de su amor y que así puedas sentirte más que seguro en Él y rechaces toda tentación que te venga. «Dios es amor» (1 Jn 4, 8), y este amor es la mejor arma que puedes tener. Procura tener tu corazón siempre limpio para que el Señor habite en Él, y no consientas que en ningún momento entre nada malo en Él. Ya sabes, por experiencia, que la vida es un combate y Dios es la mejor defensa. No lo pierdas.