Corazón de carne

Tener un corazón de carne y no de piedra, sensible, comprensivo, generoso, comprometido, servicial, dispuesto a dar la vida. Tener una fe inquebrantable, que, aunque pase lo que pase siempre está firme y anclada en el Señor. Los retos desde luego son difíciles y para eso están, para superarlos y conseguirlos; para dar pasos en la buena dirección; para no dejarte vencer por la pereza, la apatía y la dejadez y superarte cada vez más. Es necesario estar decidido a esforzarse porque las cosas no vienen por si solas, hay que trabajárselas día a día para obtener la recompensa. En la vida espiritual tenemos muchas herramientas para ayudarnos de ellas y llegar a conseguir nuestros propósitos. ¿Cuáles son tus muletas, en las que te apoyas día a día?

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Asombrar a Jesús

Son muchas las malas noticias que nos hemos acostumbrado a escuchar en los medios de comunicación. Parece como si hubiésemos hecho callo y la información que recibimos sobre el sufrimiento humano, el desorden y el caos a través de la violencia o el abuso, la poca ética moral… ya ni nos conmueve ni inmuta. Nuestra sociedad e incluso nosotros mismos parece que nos hemos inmunizado y mientras no nos afecten los problemas de primera mano cada uno seguimos con nuestra vida.

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Confío en ti, Señor

Quiero que mi confianza en Dios se transforme en seguridad y en esperanza firme, porque el Señor tiene que seguir actuando en mi vida y ayudarme a seguir mi camino de fe con determinación, llenando mi vida de sentido y de amor. Confiar en Dios a veces me exige tener que cederle el mando de mi vida, algo a lo que muchas veces me cuesta trabajo renunciar, porque quiero ser yo quien marque los ritmos, los procesos y sobre todo lo que más me conviene en todo momento. No quiero cegarme en esta empresa, entre otras cosas porque tengo claro que el Señor siempre va a buscar lo mejor para mi y sé que no voy a estar en mejores manos que en las suyas. Esto me tiene que llevar a fiarme plenamente de Él y a saber concretizar en mi día a día que es el Señor quien me tiene que guiar y el que tiene que mandar en mi. Hay veces que la tentación de la autosuficiencia se hace fuerte en mi y cierra mi corazón, entre otras cosas porque tengo la sensación de que hay veces que salgo triunfante en muchas empresas propuestas y me creo que son mérito mías.

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Digno de mi bautismo

Vivir nuestro Bautismo conforme al Evangelio, es el gran reto que cada día tengo por delante. El nivel de exigencia que Jesús propone es grande, y, a veces cuesta trabajo estar a la altura porque se pide abnegación, sacrificio, renuncia, y, sobre todo capacidad de perdonar a todos sin hacer acepción de personas. Así lo dice el apóstol san Pedro en casa de Cornelio, centurión romano: «Dios no hace acepción de personas» (Hch 10, 34). Al igual que el Señor no hace distinción de personas conmigo y siempre me acoge, siempre perdona mis pecados cuando arrepentido le imploro su misericordia y derrama su gracia sobre mí, así tengo que hacer yo cada día, por mucho que me cueste, con los que me rodean: no hacer distinción ninguna y aceptar y acoger a todos en mi corazón siempre.

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Semana Santa en pandemia

No sabemos los planes de Dios. Ya lo decía el apóstol san Pablo: «¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le ha dado primero para tener derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él existe todo. A él la gloria por los siglos» (Rom 11, 33-36). 

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Jesús entra en Jerusalén, en tu corazón

Hoy es la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén, encima de una borriquilla. Todos le aclamaban y le reconocían como el Hijo de David, el Mesías que tenía que venir, cantando y alabándole por todos los signos que había hecho a lo largo de su vida pública y que tanta admiración provocaba en quienes lo seguían, tocados en el corazón por sus palabras y obras. Esa entrada de Jesús en Jerusalén fue motivo de ilusión, alegría y gozo para muchos; la promesa hecha realidad y la admiración y orgullo que los discípulos sienten, viendo cómo toda la ciudad de Jerusalén sale a recibir al Maestro y a ellos detrás de Él.

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Una llamada que cambia la vida

Una llamada que cambia la vida. Estamos acostumbrados a vivir permanentemente mirando el móvil para ver quién nos habla y qué nos quieren decir. La dependencia que tenemos de él, podríamos decir, es considerable, tanto que nos inquietamos si no lo llevamos encima. A lo largo de nuestra vida hemos podido constatar que hay llamadas y llamadas y noticias y noticias.

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Velad y orad

Hay veces que la rivalidad nos puede llevar a extremos que no nos gustaría vivir. Nos separamos de los demás y los convertimos en nuestros contrincantes o quizás también en nuestros enemigos. Quizás estas palabras suenan demasiado fuertes. Así de pobre y mísera es a veces nuestra condición humana, nos creemos mejores de los demás y queremos estar delante de ellos. Nadie está exento de vivir esta situación, como tampoco lo estuvieron los discípulos. También entre ellos discutían para ver quien era el más importante y el primero de entre todos. Ninguno tuvo el discernimiento ni la prudencia para saber poner freno a la discusión, habían acompañado a Jesús desde el comienzo de su vida pública, le habían oído predicar y enseñar, pero todavía tenían el corazón demasiado endurecido como para pensar en ceder o ser los últimos. Por eso Jesús les dijo: «Que el mayor entre vosotros sea el menor, y el que gobierna, como el que sirve» (Lc 22, 26). Ser el último y el servidor de todos es difícil de vivir en ocasiones, pero ese es el deseo de Jesús. Esta discusión se produce en la Última Cena, y Jesús les tira un jarro de agua fría a los discípulos que los deja sorprendidos y descolocados, anunciándoles que le iban a abandonar y dejar solo. Hasta Pedro se lo manifestó a Jesús al decirle que nunca se escandalizaría de él (cf Mt 26, 33), y en cambio a las pocas horas le estaba negando para salvarse de los romanos.

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Saber pedir perdón

Todos necesitamos el perdón en nuestra vida; perdonar y ser perdonados. Nos hace mucho bien porque nos libera y nos permite hacer más grande nuestro corazón. Hay veces que nos cuesta demasiado trabajo pedir perdón a las personas que hemos ofendido. El orgullo nos hace un flaco favor, porque nos endurece y crea distancias aparentemente insalvables con los demás. No te dejes llevar por él, pues a la larga te hace bastante daño y no te deja vivir desde el espíritu de la humildad y sencillez que te pide Jesús en el Evangelio. Si de verdad quieres llegar a amar de verdad, sé capaz de perdonar.

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Morir al orgullo

Todos sabemos que si hay algo que no nos hace ningún bien es el orgullo. Una persona orgullosa tiene un concepto exagerado de sí mismo que le puede llegar a hacer caer en la soberbia. Las características negativas del orgullo nos lleva a tener un sentimiento excesivo de satisfacción sobre uno mismo y puede llegar a mostrar altivez, arrogancia, vanidad, soberbia y hasta desprecio hacia otras personas. Si por algo destacan las personas orgullosas son por ser envidiosas, autoritarias, críticas, arrogantes, rebeldes y con frecuencia suelen tratar mal a las personas, aunque por norma general suelen disfrazarse con caras afables, buenas palabras y maneras, un rostro sonriente… aunque en el fondo su pretensión está quedar por encima de los demás utilizando todas las argucias que están en su mano para llegar al fin que pretenden.

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