Abiertos al cambio

Abiertos al cambio, así es como debemos estar cada día. Si realmente queremos que nuestra vida de un giro importante tenemos que ponernos de acuerdo en dos ámbitos: el primero es que en nuestra vida se de el cambio de verdad y podamos convertirnos como Dios quiere, siendo hombres nuevos, transformados y dispuestos a recorrer nuevos caminos; y en segundo lugar que estemos convencidos realmente de ello y que nuestra voluntad esté totalmente bien dispuesta a secundar ese cambio con todas las consecuencias. Esto implica un nuevo orden en tu vida y sobre todo cerrar las puertas de siempre que te llevan a lo que has hecho toda la vida y abrir las nuevas puertas que te sumergen en nuevos caminos por recorrer y sobre todo nuevas actitudes por vivir.

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Esperar en el Señor

Saber esperar es un don. Es fácil impacientarse cuando estamos a la espera, todo un reto el permanecer tranquilos y en calma cuando nos encontramos aguardando algún acontecimiento o esperando a tomar una decisión. Por alguna que otra razón al ser humano no le gusta esperar, todo lo suele querer de inmediato, para así tener todo bajo control. Esta sensación de control de nuestra propia vida se llega a convertir a veces en obsesión, en esclavitud, pues termina hipotecando nuestra felicidad a que las cosas salgan o no como deseamos. Muchas personas en este periodo de espera han decidido alejarse de Dios y lo que les ha ocurrido ha sido es que todo ha sido mucho más lento. Por mucho que queramos a Dios no podemos condicionarle ni decirle cómo tiene que actuar o hacer las cosas.

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Mirar con los ojos de Jesús

Cuántas veces hemos etiquetado a una persona por la primera impresión que nos hemos llevado de ella. Cuántas veces hemos hablado de esa persona juzgando por esa primera toma de contacto que hemos tenido. Sabemos que sobra que los prejuicios no son buenos, porque condicionan nuestra manera de relacionarnos. Por eso es bueno tener una mirada limpia y pura, cuanto más mejor. En este ámbito sí que tenemos que ser generosos a la hora de mirar bien a los demás para que todo lo que salga de nuestro interior sea bueno y constructivo. Dejarse llevar es lo más fácil. Entrar en una dinámica destructiva significa abrir un gran canal de acción al mal en nuestra vida, entre otras cosas porque sin darnos cuenta estamos dejando que nuestro corazón se endurezca por los malos sentimientos hacia los otros que cada vez nos hacen más injustos en nuestra manera de mirar y por supuesto de tratar.

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Entregar tu tiempo a los demás

Man in the image of Christ reaching out his hand, dark background. Belief in god, christian faith

Entregar tu tiempo a los demás es una maravillosa oportunidad de poder darles lo mejor que hay dentro de ti dedicándoles toda tu persona. Es lo que muchas veces echamos en falta en nuestro ritmo de vida cotidiano. El saber pararnos y prestar más atención a los que nos rodean, al Señor, a la oración personal, al cuidado de nuestra vida interior. El día a día nos va apretando tanto que al final nos convertimos, casi sin darnos cuentas, en máquinas de consumir vida y tiempo donde pasan los días y cumplimos de manera autómata nuestros cometidos sin saborear y disfrutar cada oportunidad que se nos presenta de contemplar, admirar, recrearnos, interiorizar, reflexionar… y tantas acciones que nos ayudarían a cambiar el prisma de cómo vivir y afrontar cada reto.

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El don de la paciencia

Es un regalo tener a tu lado personas pacientes, capaces de no perturbarse ante las dificultades ni dejar que los nervios hagan mella en su manera de actuar. La ansiedad no puede con ellos y demuestran una capacidad importante de no dejarse dominar por las circunstancias sin perder la calma ni alterarse. Estas personas, en sus compromisos adquiridos, son trabajadoras como hormiguitas; parecen incombustibles y además muestran una capacidad de entrega importante, sobre todo cuando actúan movidos por el amor a Dios y a los hermanos.

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Dios está.

Perdonar y no tener en cuenta el mal que te hagan. Qué fácil resulta predicarlo y lo que humanamente cuesta llevarlo a la práctica. Si algo he aprendido en mi vida de sacerdote es a hacer las cosas y procurar tener siempre la conciencia tranquila ante el Señor, buscando actuar sin perjudicar a nadie ni aprovecharme de nadie. De hecho, este es uno de mis lemas con los cuáles quise iniciar mi sacerdocio y quiero seguir llevando a la práctica cada día de mi vida. Entre otras cosas porque siempre me he propuesto dormir con la conciencia tranquila, siendo consciente de que en la vida y en una parroquia es imposible contentar a todo el mundo y caer bien. 

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Digno de mi bautismo

Vivir nuestro Bautismo conforme al Evangelio, es el gran reto que cada día tengo por delante. El nivel de exigencia que Jesús propone es grande, y, a veces cuesta trabajo estar a la altura porque se pide abnegación, sacrificio, renuncia, y, sobre todo capacidad de perdonar a todos sin hacer acepción de personas. Así lo dice el apóstol san Pedro en casa de Cornelio, centurión romano: «Dios no hace acepción de personas» (Hch 10, 34). Al igual que el Señor no hace distinción de personas conmigo y siempre me acoge, siempre perdona mis pecados cuando arrepentido le imploro su misericordia y derrama su gracia sobre mí, así tengo que hacer yo cada día, por mucho que me cueste, con los que me rodean: no hacer distinción ninguna y aceptar y acoger a todos en mi corazón siempre.

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La calma en mis tempestades

En cuantas ocasiones nos vemos sorprendidos y sobrepasados por las situaciones. Como si nos encontráramos al borde de un precipicio donde solo hay peligro y vacío ante nosotros. La angustia y el desconcierto hacen mella en nuestro interior porque todo ha cambiado repentinamente. La cabeza no deja de dar vueltas y surgen multitud de preguntas que se quedan sin respuesta en nuestro interior. Esa sensación de frío que invade tu interior te hace creer cómo todo se desvanece bajo tus pies sin saber cómo actuar ni qué decir porque todo es distinto.

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Compartir la alegría

Es una bendición poder compartir la alegría que sientes dentro de tu corazón al encontrarte con Jesucristo. El Señor te cuida, te bendice y te guía a lo largo de tu camino; te rodea de personas que viven su fe y quieren seguirlo como tú, abriendo el corazón y sacando lo que tienen dentro para compartirlo con los demás. A veces no es fácil, porque hay ruidos interiores que no te permiten ver con claridad, nublan tu vista y hacen que tu mente se embote. Cierto es que el Señor siempre habla claro, y te muestra el camino y la verdad tal cual es. Esa verdad de la que tanto huyo y que en ocasiones tanto trabajo me cuesta creer y aceptar. ¡Es mi verdad! No puedo renegar de ella porque sería engañarme a mi mismo.

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Cercanos y vigilantes para adorar

Cercanos y vigilantes, es a lo que nos invita este tiempo de Adviento. Dios está muy presente en nuestra vida y en nuestro corazón y por eso Jesús quiere estar en nuestro corazón. Ten muy presentes estas palabras que también pueden ser oración para ti: ¡Acércate más, Señor! Dios se ofrece, pero no se impone. Somos nosotros los que tenemos que buscarle y pedirle constantemente que venga a nuestra vida. Por eso en el Adviento le decimos: “¡Ven!”, porque le necesitamos cerca, queremos sentir su aliento, su presencia. Constantemente nos lo recuerda este tiempo, Jesús vino y volverá una segunda vez, al final de los tiempos. Pero no queremos quedarnos en esto, porque hoy es cuando el Señor Jesús se está haciendo presente, está aquí; invítalo y haz tuya la invocación: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20). Porque queremos que Jesús esté presente en cada momento de nuestra vida. Al despertarnos, en el trabajo, en medio de nuestra familia, en nuestra oración. Así, invocándole para que esté presente y cercano, podremos ejercitar nuestra vigilancia y mantenernos despiertos.

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