¿Cómo ser más paciente?

Ejercer la paciencia es un don. A veces la perdemos con demasiada facilidad. Un proverbio turco dice que “la paciencia es la llave del paraíso” y no le falta razón porque nos permite vivir cada situación de nuestra vida de una manera más serena, calmada, sin perder el control de lo que hacemos y dominando especialmente nuestros impulsos, especialmente aquellos que hacemos con rabia y que sacan lo peor de nosotros mismos. La paciencia nos permite que la espera sea más tranquila, que no nos dejemos llevar por las prisas y por querer que todo salga como nosotros queremos y deseamos. Son muchos los ejemplos del día a día donde la paciencia la perdemos con facilidad: en el coche, cuando llamamos por teléfono a algún familiar y no nos lo cogen, cuando tenemos que hacer una cola demasiado larga en la compra… Nos hemos acostumbrado a lo inmediato, fruto de la cultura de consumo en la sociedad de bienestar en la que vivimos.

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Ser justo con el trabajo y el esfuerzo de los demás

Hay personas que son muy profundas en sus pensamientos, sentimientos y valores. Saber transmitir esa sensibilidad tan entrañable y necesaria es importante. Hemos de saber mostrar nuestras cualidades a los demás para enriquecerlos y para poner al servicio todo lo que somos. Nuestro mundo necesita personas generosas capaces de ser testigos del evangelio en nuestro tiempo, entregándose y absteniéndose de su propio beneficio personal, a favor de los demás. Solo así es como lograremos transformar nuestra sociedad y empezar a cambiar las corrientes y las inercias que tanto nos arrastran al individualismo y la autosuficiencia. Son muchas las inercias de vida que dan importancia a las formalidades, protocolos, imagen personal que se ofrece, y nos olvidamos de la persona, del corazón que se pone en lo que se realiza. Estamos llamados a compartir lo que somos y tenemos, sin ninguna doblez, sin máscaras que traten de fingir lo que no se es.

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Vida familiar de calidad

Compartir los sentimientos, hablar desde el corazón, saber pararse para dedicarle tiempo al otro y ponerse en su lugar… son acciones que diariamente deberíamos de compartir con las personas que más amamos y queremos. Está claro que amamos y queremos a nuestros padres, hermanos, hijos… Nuestra familia ocupa un lugar importantísimo en nuestro corazón. Pero, a veces, damos demasiado por hecho que lo saben y no lo expresamos con la debida frecuencia. Ha de ser algo habitual, que nos permita vivir más estrechamente con los nuestros y hacer de nuestras casas verdaderos hogares donde se respire el amor y la ternura

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Tu futuro en las manos de Dios

El futuro es impredecible, nos gustaría controlarlo y saber qué es lo que nos va a ocurrir, para así poder cambiar lo que no nos gusta o elegir mejor si sabemos que lo que estamos haciendo no va a ser como esperábamos. El tiempo es algo que valoramos tanto y que a veces perdemos con demasiada facilidad. Si para algo nos debe servir el tiempo es para disfrutar de todo aquello que hacemos, saboreando cada instante del presente ya que hemos de estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora (cf Mt 25, 13). Así de dura es la vida, hoy estamos y mañana no. La vida nos puede cambiar en décimas de segundo. Pasamos mucho tiempo programando, pensando qué vamos a hacer, la dirección que vamos a tomar…, y sabemos que en un instante todo puede cambiar de la noche a la mañana.

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Deja que Dios actúe en tu vida

Hay veces que la razón puede más que la fe. Llega a bloquearnos y angustiarnos en los momentos en los que no entendemos las cosas. Afrontar el sufrimiento es muy duro y el buscar respuesta a tantas preguntas, a veces incontestables, llegan a provocarnos un dolor más grande y una impotencia aún mayor. La tristeza se hace poderosa en nuestra vida y hace que bajemos los brazos totalmente invadidos por la amargura que nos invade. En momentos así hay que agarrarse a la esperanza y no dejar que sucumba ante la dureza de la vida. La resignación y la decepción comienzan a hacerse presente, fruto del poder que hemos concedido a la frustración, que se traduce en las preguntas sin respuesta y en que nuestra razón no llega a entender porqué la vida es tan injusta. Somos seres humanos, las emociones influyen fuertemente en nuestra vida y son capaces de llegar a dominarnos en muchas situaciones. En momentos así es más fácil entrar en la desesperación que en la esperanza cristiana. Es más fácil dejarse llevar por la razón que agarrarse fuertemente a la fe. La duda crece y ante el dolor que proporciona por la falta de respuestas hace que, incluso sin querer, la fe comience a debilitarse y tambalearse.

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Desechar la rutina

Que la rutina no apague tu deseo de vivir, de sorprenderte y de saborear lo que haces cada día. Levantarse cada día es un reto para dar lo mejor de ti mismo y encontrar el verdadero sentido a todo lo que tienes que hacer en tu vida, especialmente cuando eres capaz de amar dándolo todo. No seas víctima de tu propia rutina, porque te irás sumergiendo en un pozo de oscuridad, desgana y desmotivación total. No pierdas la inspiración, no dejes que la rutina la apague y te sumerja en el vacío de la mente y del corazón. Vacío de la mente porque dejas de pensar y de interactuar con los demás aprendiendo y disfrutando de quienes te rodean; si estás más tiempo en las redes sociales que hablando con quienes te rodean empieza a cuestionarte que la rutina te está haciendo daño, porque te impide mirar a tu alrededor y compartir con los demás la belleza de la amistad, de la entrega, del servicio, del ser partícipe de sus vidas, del escucharles y ponerte en su lugar para acompañarles en sus alegrías y en sus penas. Y vacío en el corazón porque perdemos la capacidad de emocionarnos, de ser sensibles a las necesidades de los demás, de amar de verdad dedicándole toda tu persona y poniendo el corazón en todo lo que haces; no se trata de afectividad, se trata de valores y de creencias que nos llevan a actitudes muy concretas en la vida y que nos pone siempre ante los demás abiertos y bien dispuestos a hacer lo que haga falta por el otro, incluso si fuera necesario dar la vida por el hermano, siguiendo los pasos de Cristo.

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La vida verdadera está en Dios

Estamos más que acostumbrados a las desgracias, a las muertes, a los accidentes. Basta poner las noticias para darse cuenta de que mucho más de la mitad de las noticias tienen que ver con estas fatalidades. Nos hemos acostumbrado a ver a la gente sufrir. Parece como si nos hubiésemos creado un escudo que nos protege ante las personas que nos rodean y lo están pasando mal. Seguimos con nuestra vida y nos hemos hecho expertos en pasar por delante del dolor de una manera invisible. Es como si hubiésemos perdido la solidaridad que hace que nos pongamos en la piel del otro, intentando sentir lo que ellos sienten; precisamente nuestra fe cristiana nos invita a eso. Si estamos comprometidos con Dios estaremos comprometidos con los hermanos.

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El camino de la dicha

Es difícil caminar contracorriente. A veces da la sensación que te encuentras solo en medio del desierto, desamparado y luchando con tus solas fuerzas contra los elementos que te rodean. Quienes te rodean pasan delante de ti, te miran y siguen su camino, sumergidos en su vida sin tender una mano ni mirarte a los ojos para percibir en tu mirada la ayuda deseada y que no llega. Hay proyectos, como el Evangelio, que lleva caminando más de dos mil años. Siempre ha llegado a todos los estratos de nuestro mundo, de la sociedad y se ha hecho presente en medio de todos los ambientes. Jesús lo dice en el Evangelio: «Muchos son los llamados y pocos los escogidos» (Mt 22, 14). Siempre han sido unos pocos, una minoría, los que han dado ese paso al frente, para seguir haciendo realidad el proyecto del Reino de Dios, que quiere llegar a todos los rincones del mundo. En muchas ocasiones se han encontrado con la incomprensión de quienes le rodeaban, incluso por la persecución, ya no solo porque se pueden convertir en amenaza al transformar la vida de las personas, sino que también son denuncia ante la falta de compromiso de otros y el inmovilismo en el que nos podemos llegar a situar, fruto del acomodamiento en el que nos encontramos.

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Gente buena

¡Cuánta buena gente la que nos rodea! Lo sabemos y lo comprobamos cada día. No hace falta irse muy lejos para encontrarla. Basta con echar una mirada a nuestro alrededor y descubrir que son muchas las personas que a nuestro lado tienen un corazón generoso, dispuesto a todo, solidario para ayudar en lo que sea necesario. Todas las personas somos capaces de sacar lo mejor que tenemos dentro. ¿Quién saca lo mejor de ti? Seguro que constantemente lo experimentas, te sorprende y te agrada tener a tu lado buenas personas, que con su bondad te alegran el corazón. En este mundo lleno de máscaras, las personas buenas no las necesitan, les sale de manera natural, no tienen que fingir nada porque por todos los poros de su ser desbordan de buenas acciones, sentimientos y detalles que calan y muy hondo.

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Qué poco hablamos de la oración

Qué poco hablamos de la oración. Muchas veces me da la sensación de que es un tema tabú. La que mantiene viva nuestra fe, la que nos permite hablar y dialogar con el Señor, la que nos ayuda a tomar conciencia del gran amor que Dios nos tiene, la que nos salva en los momentos de dificultad, la que siempre nos da esperanza y fortaleza…  es la gran olvidada en todas las conversaciones e historias que tenemos que contar los hombres. “Lo esencial es invisible a los ojos” nos dice Antoine de Saint-Exupey en “El principito”. Da sentido y fundamento a nuestra vida, pero no podemos ni debemos permitirnos el hecho de dejarla en el olvido. Lo que nos da verdadera identidad cristiana y nos sostiene en los momentos de dificultad no podemos silenciarla ni dejar de darle la importancia que se merece. Debemos hablar de la oración y compartir nuestra experiencia de fe desde lo que el Señor nos dice en lo escondido, donde sólo Él lo ve todo (cf Mt 6, 6).

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