Tranquilo, no todo está perdido

Hay veces que cuesta ver a Dios con claridad. Nuestra vida se tuerce sin saber cómo y de repente todo cambia. Sobreponerse a las adversidades lleva su tiempo, y casi sin darte cuenta, te puedes ir sumergiendo en un túnel muy oscuro, en el que resulta casi imposible ver la luz. Todo es oscuridad y la amargura se comienza a apoderar de ti. No sabes cómo quitártela, porque los pensamientos pesimistas te aplastan cada vez más, agarrotándote y haciéndote cada vez más pequeño; tan pequeño que piensas que no sirves para nada y que tu vida ya no tiene sentido, no merece la pena. Escuchas frases de ánimo, que te quedan muy lejanas, casi como un susurro, sin fuerza, que rápidamente se vuelven a ver eclipsadas por la vorágine de pensamientos e ideas que te vuelven a centrar en tu sufrimiento, en tu angustia. El tiempo parece que se ha detenido, porque pasa muy lento, con lo cual el tiempo de oscuridad parece que se eterniza más, y la desesperanza comienza a helar tu alma, a sentir ese escalofrío tan temido, en el que todo es vacío y caída libre sin saber a dónde vas a llegar.

Escucha lo que te dice el Señor: «Tú eres mi siervo, te he elegido y no te he rechazado, no temas porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa. No temas, yo mismo te auxilio» (Is 41, 9-10.13). 

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Pasar por el desierto

«Te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con serpientes abrasadoras y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal» (Dt 8, 15). Sumérgete con Jesús en la experiencia del desierto, en la soledad y el silencio para encontrarte con Él y unirte en el amor con tu Dios, que te está esperando con los brazos abiertos. El desierto es lugar de soledad, de vivir a la intemperie, sin ninguna barrera que te proteja, totalmente desnudo ante el gran Misterio de Dios. Allí nadie podrá interferir en tu camino y podrás despojarte de tu propio ego, así Dios entrará en tu corazón y podrás dejarte transformar.

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Tu soledad y Dios

A Jesús los discípulos le abandonaron en el momento más trágico de su vida. Disfrutaron de Él y se admiraron de sus palabras y actos cuando lo acompañaban de pueblo en pueblo, por los caminos, en el mar de Galilea. Seguro que hasta en más de alguna ocasión, ante la gente que le buscaba para que les curase u oírle, ellos presumían de ser discípulos suyos, de conocerle bien. Incluso hasta alguno les pediría el favor de que les situasen en primera fila para verlo y escucharlo mejor. Cuando las cosas marchan bien es más fácil vivir bien y ser amigo de todo el mundo. En cambio, cuando las situaciones difíciles llegan, nos podemos compadecer, nos puede dar mucha pena, pero muchas veces somos con los discípulos en Getsemaní, salimos corriendo y dejamos al otro solo, ante su dificultad, ante su problema.

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Qué poco hablamos de la oración

Qué poco hablamos de la oración. Muchas veces me da la sensación de que es un tema tabú. La que mantiene viva nuestra fe, la que nos permite hablar y dialogar con el Señor, la que nos ayuda a tomar conciencia del gran amor que Dios nos tiene, la que nos salva en los momentos de dificultad, la que siempre nos da esperanza y fortaleza…  es la gran olvidada en todas las conversaciones e historias que tenemos que contar los hombres. “Lo esencial es invisible a los ojos” nos dice Antoine de Saint-Exupey en “El principito”. Da sentido y fundamento a nuestra vida, pero no podemos ni debemos permitirnos el hecho de dejarla en el olvido. Lo que nos da verdadera identidad cristiana y nos sostiene en los momentos de dificultad no podemos silenciarla ni dejar de darle la importancia que se merece. Debemos hablar de la oración y compartir nuestra experiencia de fe desde lo que el Señor nos dice en lo escondido, donde sólo Él lo ve todo (cf Mt 6, 6).

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No estás solo

Estamos en un mundo donde el individualismo está superando niveles que roza lo increíble. Basta con pulsar una tecla para estar conectado a un montón de personas que ni siquiera conoces, pero que a la vez piensas que son algo tuyo. Cada vez nos relacionamos menos y con menos intensidad, porque siempre hay un mensaje que contestar o un nervio que te entra por el cuerpo cuando te llega alguna notificación al móvil y estás deseando poder ver quién se pone en contacto contigo. Hay veces en las que estamos más pendientes de la pantalla del teléfono o del ordenador, de un comentario o de una foto que de los demás.

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