Gente buena

¡Cuánta buena gente la que nos rodea! Lo sabemos y lo comprobamos cada día. No hace falta irse muy lejos para encontrarla. Basta con echar una mirada a nuestro alrededor y descubrir que son muchas las personas que a nuestro lado tienen un corazón generoso, dispuesto a todo, solidario para ayudar en lo que sea necesario. Todas las personas somos capaces de sacar lo mejor que tenemos dentro. ¿Quién saca lo mejor de ti? Seguro que constantemente lo experimentas, te sorprende y te agrada tener a tu lado buenas personas, que con su bondad te alegran el corazón. En este mundo lleno de máscaras, las personas buenas no las necesitan, les sale de manera natural, no tienen que fingir nada porque por todos los poros de su ser desbordan de buenas acciones, sentimientos y detalles que calan y muy hondo.

Siempre es más fácil ser bueno y bondadoso con las personas más cercanas, especialmente los familiares y amigos. Quienes tienen esa sensibilidad natural, no cambian, siguen tratando con delicadeza a todos; aunque a veces sus detalles pasan desapercibidos para los ojos de muchos, quien lo recibe se siente alagado y reconfortado en su interior. Está claro que la bondad es un don de Dios y como dijo Jesús, Dios, nuestro Padre es bondadoso con todos, no distingue entre buenos y malos: «Dios hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos» (Mt 5, 45). El Señor nos cuida a todos, no hace distinción, todos somos iguales para Él y siempre nos regala su Amor. Dios reparte indistintamente los dones entre todos y nos llena de talentos para que podamos ponerlos al servicio de los demás.

Quizás por nuestra propia naturaleza humana, solemos establecer diferencias y comparaciones entre los demás. Es una traba que debemos superar y no dificultad que hemos de superar, porque hay veces que nos perjudicamos a nosotros mismos al dejar de saborear lo que hacemos porque nos pasamos el tiempo pensando de qué manera podemos sacar mayor beneficio personal, olvidándonos de lo que podemos compartir y ofrecer a los demás. El reto que nos plantea Jesús en el Evangelio es el de la gratuidad. “Haz el bien y no mires a quién” nos dice el refrán popular. Jesús le da una vuelta de tuerca y nos dice «amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen» (Mt 5, 44), y es que el Amor de Dios está para compartirlo con todas las personas, especialmente con las que nos sentimos más distantes.

Ser imagen y semejanza de Dios tiene como consecuencia el llevar la impronta de la bondad en nuestro ser persona. Todos tenemos la capacidad de hacer el bien, es algo que el Señor nos ha regalado desde el momento en el que nacimos. Se trata entonces de desarrollar y perfeccionar está actitud en nuestra vida. La plenitud la obtenemos en la imitación de Jesucristo. El reto es, a veces, complicado, pero no imposible. Solo depende de la fe que tengamos y cómo estamos decididos a vivirla. Necesitamos determinación para actuar con coherencia y poner así en práctica el mandamiento del amor que nos dio Jesús. El Señor quiere que la Creación esté llena de su bondad, que precisamente es uno de los frutos del Espíritu Santo y por lo que deberíamos de estar más que agradecidos, ya que la bondad nos marca el camino para vivir en sintonía con el Señor.

Para ser más bondadoso no olvides la importancia que ha de tener la oración en tu vida, pues te reblandecerá el corazón y te permitirá convertirte con mayor facilidad. No olvides la importancia que ha de tener, porque el modelo a imitar que tenemos es Jesús, y para nosotros como seres humanos alcanzar la perfección es imposible, aunque participamos de ella. Por eso aprende todo lo que puedas de Jesús. No te rindas nunca, cree en Jesucristo que te ama y quiere ayudarte a que des siempre lo mejor de ti, poniendo tu vida al servicio de todos. Deja que Dios te de la recompensa cuando el considere, no estés pendiente de ella y así no dejarás de ser bueno.