Ser justo con el trabajo y el esfuerzo de los demás

Hay personas que son muy profundas en sus pensamientos, sentimientos y valores. Saber transmitir esa sensibilidad tan entrañable y necesaria es importante. Hemos de saber mostrar nuestras cualidades a los demás para enriquecerlos y para poner al servicio todo lo que somos. Nuestro mundo necesita personas generosas capaces de ser testigos del evangelio en nuestro tiempo, entregándose y absteniéndose de su propio beneficio personal, a favor de los demás. Solo así es como lograremos transformar nuestra sociedad y empezar a cambiar las corrientes y las inercias que tanto nos arrastran al individualismo y la autosuficiencia. Son muchas las inercias de vida que dan importancia a las formalidades, protocolos, imagen personal que se ofrece, y nos olvidamos de la persona, del corazón que se pone en lo que se realiza. Estamos llamados a compartir lo que somos y tenemos, sin ninguna doblez, sin máscaras que traten de fingir lo que no se es.

Nunca se podrá quedar bien con todo el mundo; procurar que todo el mundo quede contento con lo que realizas es una tarea casi imposible, puesto que no todos pensamos ni vemos las cosas de la misma manera. En la diversidad está la riqueza y es así como deberíamos ver a todos los que nos rodean. Hay veces que vemos a nuestros compañeros de camino como contrincantes. Somos capaces de hacer lo que sea con tal de anularlos, mantenerlos en su sitio para que no nos adelanten si sus cualidades son mejores que las nuestras. No se trata de sobrevivir, se trata de enriquecer. No se trata de mantenerse en el puesto cueste lo que cueste, se trata de caminar y avanzar, con quienes te rodean, buscando siempre el bien común antes que el personal propiamente dicho. No se trata de aprovecharse de los demás, de su trabajo para colgarte medallas que no te corresponden, se trata de ser justo con el trabajo y esfuerzo de los demás, que están dando la vida tanto o más que tú. Esta sensibilidad y actitud tan profunda del corazón no se tiene de la noche a la mañana. Ha de adquirirse con la acción del Señor en la vida de cada uno. Dejando que Él nos haga cada día más humildes y sencillos y aprendiendo a alegrarnos con las cosas buenas de los demás, antes que verlos como competidores directos nuestros.

Alegrarnos con los demás es un don que el Señor nos regala. Alegrarnos con lo bueno que le pasa al otro, sus capacidades, sus buenas obras…, es un motivo de alegría y de gozo interior que nos permite ponernos de una manera muy especial en el lugar del hermano. Esa es la actitud que tenemos que poner en práctica cada día. Si no alimentamos nuestra capacidad de gozar con el bien del otro y, sobre todo, nos concentramos en nuestras propias necesidades, nos condenamos a vivir con poca alegría, ya que como ha dicho Jesús «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20, 35) (Cf AL 109-110). Y es que muchas veces la tristeza inunda nuestra vida y llena de apatía lo que hacemos. Cada día estamos llamados a realizarnos y hacer con verdadero sentido todo lo que vivimos. Que la tristeza inunde nuestra vida, es dejar paso a que nuestro corazón pierda la esperanza y la capacidad de dejarse sorprender. Cada buena noticia que pasa a nuestro alrededor, e incluso a nosotros mismos, es un motivo más que suficiente, para asombrarnos y fascinarnos de cómo el Señor va poniendo en nuestro camino los apoyos suficientes para seguir avanzando y fortaleciendo nuestra vida de fe.

Humanamente necesitamos constantemente certezas y evidencias de la presencia de Dios en nuestra vida. Los frutos siempre nos animan a seguir y no desfallecer en nuestro camino, a pesar de que muchas veces la vida nos sorprende y nos descoloca. Constantemente necesitamos ver los frutos de nuestro trabajo, para no desanimarnos ni bajar los brazos en la lucha cotidiana de nuestra vida. Que la fe sea tu empuje y tu motivación para no depender de ellos. Deja paso a la gratuidad, a la providencia, al abandono total de tu vida en las manos de Dios para confiar ciegamente en Dios y ver que los méritos no son tuyos, sino de Él.

Sé justo con el trabajo y esfuerzo de los demás. Dios lo es contigo.