La alegría de sentirte amado por Dios

La Pascua es el paso, de la muerte a la vida, del sepulcro a la Resurrección del Señor. Jesús ha muerto para darnos la salvación y enseñarnos el camino que debemos seguir para ir a su encuentro. En este tiempo de Cuaresma no solo nos preparamos para esta celebración tan gozosa, sino que también queremos vivirlo como el primer anuncio de lo que es la alegría, desear prepararnos para celebrar la Vida que el Señor Jesús nos da. Vivir en lo negativo, en la frustración, en la distancia con el Señor, es sumergirnos en la oscuridad, pudiendo elegir estar en luz que Dios nos quiere dar. Jesús quiere vivificarnos, y para eso quiere invitarnos a entregarnos a los demás, a vivir con pasión nuestra vida de fe, a compartir todo lo que tenemos, a poner a disposición de los demás nuestra propia vida… porque este es el espíritu de la Conversión, que nos ilumina y nos lanza a la verdadera felicidad.

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Velad y orad

Hay veces que la rivalidad nos puede llevar a extremos que no nos gustaría vivir. Nos separamos de los demás y los convertimos en nuestros contrincantes o quizás también en nuestros enemigos. Quizás estas palabras suenan demasiado fuertes. Así de pobre y mísera es a veces nuestra condición humana, nos creemos mejores de los demás y queremos estar delante de ellos. Nadie está exento de vivir esta situación, como tampoco lo estuvieron los discípulos. También entre ellos discutían para ver quien era el más importante y el primero de entre todos. Ninguno tuvo el discernimiento ni la prudencia para saber poner freno a la discusión, habían acompañado a Jesús desde el comienzo de su vida pública, le habían oído predicar y enseñar, pero todavía tenían el corazón demasiado endurecido como para pensar en ceder o ser los últimos. Por eso Jesús les dijo: «Que el mayor entre vosotros sea el menor, y el que gobierna, como el que sirve» (Lc 22, 26). Ser el último y el servidor de todos es difícil de vivir en ocasiones, pero ese es el deseo de Jesús. Esta discusión se produce en la Última Cena, y Jesús les tira un jarro de agua fría a los discípulos que los deja sorprendidos y descolocados, anunciándoles que le iban a abandonar y dejar solo. Hasta Pedro se lo manifestó a Jesús al decirle que nunca se escandalizaría de él (cf Mt 26, 33), y en cambio a las pocas horas le estaba negando para salvarse de los romanos.

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El Sacramento de la Penitencia

Compendio del Catecismo 

296. ¿Qué nombres recibe este sacramento? 1422-1424 

Este sacramento es llamado sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación, del Perdón, de la Confesión y de la Conversión. 

297. ¿Por qué hay un sacramento de la Reconciliación después del Bautismo? 1425-1426; 1484

Puesto que la vida nueva de la gracia, recibida en el Bautismo, no suprimió la debilidad de la naturaleza humana ni la inclinación al pecado (esto es, la concupiscencia), Cristo instituyó este sacramento para la conversión de los bautizados que se han alejado de Él por el pecado. 

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¿Cómo llevar la cruz?

«Entonces decía a todos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará”» (Lc 9, 23-24). Aceptar los sufrimientos de cada día, desde la fe, sin rebelarnos contra Dios, a pesar de las lágrimas que siempre afloran ante el sufrimiento y el dolor, nos santifica, porque nos acercan más al Señor. Cada día debemos vivir lo que acontece, con sus dificultades y alegrías. Lo dice el Jesús también: «No os agobies por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia» (Mt 6, 34). Cada día tiene su propia cruz, sus propios momentos, y estamos llamados a vivir día a día, cada momento con sus circunstancias, con la sabiduría que vamos adquiriendo a través de cada experiencia que vamos viendo.

Jesús en el Evangelio nunca dice nada que nos perjudique, más bien al contrario, por eso al escucharle decir que debemos negarnos a nosotros mismos y tomar nuestra cruz de cada día, es porque es bueno para nosotros, aunque nos duela. No entendemos el plan de Dios, los caminos de Dios no son nuestros caminos (cf Is 55, 8), porque ante Dios somos imperfectos, limitados y pecadores, y aunque nos creamos dueños de nuestra propia vida y con criterios para valorar lo que está bien o mal, Dios es Dios y no se equivoca; tener fe en Dios es negarnos a nosotros mismos, a nuestras propias razones, juicios, formas de ver la vida, y ponernos ante Su presencia que nos supera y desborda. Sacar lo positivo de una desgracia nos cuesta mucho trabajo, quizás con el tiempo y desde la distancia podamos llegar a comprender. Aunque el dolor nos descoloca, como dice S. Agustín, si “Dios sabe sacar bien del mal” es porque sabe que podemos afrontarlo con su ayuda y llegar a superarlo. Para esto Jesús bebió el cáliz de la cruz, pasó por la angustia y la muerte; porque negándose a sí mismo supo abandonarse en Dios y dar el paso a la Vida.

Con la muerte de Cristo somos capaces de dar sentido al dolor y al sufrimiento; cargamos con el peso de la cruz y avanzamos, para superar y afrontar las enfermedades, la muerte de nuestros seres queridos, los fracasos personales. La tentación de renegar de Dios en momentos así es dar un paso hacia la oscuridad del alma, hacia el vacío existencial que nos deja en la nada más absoluta. Dios es sustento para los que creen y ponen también sus esperanzas en Él, porque nos hace caer en la cuenta de lo que es importante y fundamental en la vida. Todo pasa a un segundo plano cuando nos vemos sacudidos, vapuleados por la cruz que de repente se nos presenta. Somos capaces de hacer las reflexiones más serias y profundas de nuestras vidas, y hemos de buscar la manera de seguir avanzando en el camino de la vida, con la ayuda de los Cirineos que caminan a nuestro lado codo con codo.

Aceptar la cruz desde la serenidad y con entereza es no vivir en la queja ni sentir lástima de uno mismo, a pesar del peso de la cruz, pues hay cruces y cruces. Ábrete a la Gracia de Dios para que pueda actuar en tu dolor, en tu sufrimiento. Que la oración sea el cauce por el que llegar a sentirte unido a Cristo crucificado, y así, al estar íntimamente unido a Él llegar a sentir cómo la paz invade tu alma y te conviertes así en testimonio para los demás. Porque tu experiencia de vida y tu manera de caminar a pesar de las dificultades te hacen ser reflejo de Dios. Hay vivencias que no podemos evitar, y de todo hemos de aprender. Cada uno desde su capacidad de aceptación y desde la determinación que tenga para avanzar. Es cierto que el ánimo es importantísimo, pero no menos, la confianza depositada en el Señor, que nos permite mantenernos firmes y no vacilar,  a pesar de que los ojos se nublen por las lágrimas y se nos encoja el corazón y el alma. Dios nunca falla, siempre está a nuestro lado, sosteniéndonos en la dificultad e increpando al viento y al agua para que todo se calme a nuestro alrededor.

Tentaciones

Es difícil mantenerse firme ante la tentación. A veces es una heroicidad rechazarla, porque conlleva mucho esfuerzo y sacrificio no caer en las redes de lo mundano, inmediato y placentero. Son muchas las ocasiones en las que perdemos la batalla y no salimos airosos, pues el pecado se hace fuerte y trata de apartarnos definitivamente de Dios para que perdamos totalmente la fe y seamos pasto de la ausencia y vacío del Señor en nuestra vida. El pecado viene siempre precedido de la tentación. Quien evita la ocasión, evita el peligro, pues hay veces que los pecados hacen que nos sintamos bien, que queramos mantenernos en esta situación de pecado, porque nos supone una vida fácil y frívola que hace que disfrutemos del momento, como algo único e irrepetible, pero que rápidamente nos genera una insatisfacción tremenda, siendo conscientes de que este no es el camino. Los prejuicios son un lastre y una condición que nos predetermina, pues dependiendo de la vivencia que uno tenga así serán los frutos que somos daremos en el nombre de Señor.

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Perdonar

El perdón nos libera y nos da mucha paz interior, nos descarga del malestar que tenemos dentro y aumenta nuestra capacidad de amar. Siempre es más fácil decir la teoría que ponerla en práctica, y con el perdón suele pasar. Perdonar implica llegar a despegarse de las vivencias pasadas que nos han hecho sentir mal y causado daño. Cuando perdonamos nos liberamos a nosotros mismos, echamos fuera de nuestra vida el dolor y el resentimiento que podamos tener y que a veces supone una sobrecarga en nuestras espaldas. Es muy importante para llegar a perdonar de verdad aceptar lo que hemos vivido y que nos ha causado sufrimiento, dolor y decepción, porque el cruce de acusaciones, tanto las que nos hacen como las que realizamos resuenan en nuestra mente constantemente. Por esto es necesario hacer una reflexión seria y consciente sobre lo que tenemos que perdonar a los demás y también a nosotros mismos.

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Avanzar sin retroceder

La esperanza es lo último que se pierde. En nuestro camino de conversión es lo que queremos pensar, que podemos llegar a cambiar nuestra vida para siempre con la ayuda del Señor, y no tener que volver a retroceder más. Avanzar para luego retroceder es perder energías y tiempo innecesariamente, pues vivimos para progresar y mejorar cada día, sin tener que estar todo el tiempo rectificando y empleando nuestros esfuerzos en demostrarnos que hemos cambiado y que nos vamos convirtiendo. La madurez que vamos alcanzando con nuestras experiencias de vida, nos deben servir para progresar y mejorar nuestra calidad de vida espiritual y personal, reforzando nuestras conductas y actitudes. Hemos de estar despiertos para llegar a ver con antelación las situaciones que se nos pueden presentar y que nos desbordan y destruyen lo construido con tanto esfuerzo y tesón.

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¿Todavía no has entrado en la Cuaresma?

¿Todavía no has entrado en la Cuaresma? ¿Sientes que todavía no ha llegado tu hora, tu momento? Pues hoy tienes la oportunidad de reengancharte a este tiempo precioso de conversión y dejar que el Señor transforme tu corazón, llenándolo de alegría y del gozo de su presencia. No hay cosa más maravillosa en la vida del hombre que dejarse tocar por Dios. El Señor le habla a tu corazón, a todo tu ser, no tengas miedo a sumergirte en las profundidades más maravillosas del espíritu que puede llegar a conocer el hombre. No te prives de estos momentos y muéstrate siempre dispuesto y abierto a dejar que el Señor entre en tu vida para removerte entero y sacarte de todas las comodidades e instalaciones que te apresan el espíritu y te impiden dejarte llevar por el soplo de Dios. Lanzarte a vivir la aventura del Señor es un reto que te hará feliz y te ayudará a comprender lo necesario que es Dios en tu vida.

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Tiempo de esperanza y alegría

Imitar a Cristo es un gran reto, parece inalcanzable, porque no somos perfectos y estamos llenos de pecado. Pensar y creer que es imposible es limitar nuestra fe y empobrecernos como creyentes, porque las metas y propósitos que nos propongamos deben ser lo más altas posibles. Quedarnos en una aspiración pequeña y en retos poco exigentes es debilitar nuestra propia fe, porque nuestra capacidad de exigencia se ve mermada y no avanzamos hacia la perfección, sino que seguimos retrocediendo en nuestras debilidades y haciéndonos más vulnerables, evitando así poder sumergirnos en la grandeza del Espíritu de Dios. El Señor te ha elegido a ti, te llama por tu nombre, conoce todo lo que llevas en tu interior, por eso es importante entregarse y amar a los demás, porque en la vida de fe, Dios siempre se presenta como nuestro Señor, que quiere ayudarnos en todo momento y dar sentido a nuestra a vida.

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Sin pecado de omisión

Nos hemos acostumbrado al dolor y al sufrimiento ajeno. Vemos a nuestro alrededor personas que lo están pasando mal y que sufren necesidad, y a veces, pasamos de largo ante ellas, indiferentes a lo que están viviendo. Sumergidos en nuestros quehaceres, preocupaciones, prisas, agobios… vivimos cada uno a lo nuestro, pensamos que con lo que tenemos encima ya es suficiente y continuamos avanzando en ese camino del pecado de omisión que no hace más que hacerse más grande cada vez. Podemos correr el riesgo de pensar que no vamos a cambiar el mundo, ni paliar la pobreza; podemos justificarnos diciendo que son realidades que se nos escapan de las manos; pero es cierto que cada uno podemos tener gestos y detalles con los que nos rodean y sí que podemos transformar con nuestro granito de arena los ambientes en los que nos movemos. Precisamente porque no podemos dejar de hacer el bien, no podemos pasar de largo ante situaciones incorrectas y que a nosotros nos competen, porque están pasando delante nuestra. Lo fácil es mirar a otro lado, es dejar que todo siga igual y así tú no te complicas la vida.

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