Sin pecado de omisión

Nos hemos acostumbrado al dolor y al sufrimiento ajeno. Vemos a nuestro alrededor personas que lo están pasando mal y que sufren necesidad, y a veces, pasamos de largo ante ellas, indiferentes a lo que están viviendo. Sumergidos en nuestros quehaceres, preocupaciones, prisas, agobios… vivimos cada uno a lo nuestro, pensamos que con lo que tenemos encima ya es suficiente y continuamos avanzando en ese camino del pecado de omisión que no hace más que hacerse más grande cada vez. Podemos correr el riesgo de pensar que no vamos a cambiar el mundo, ni paliar la pobreza; podemos justificarnos diciendo que son realidades que se nos escapan de las manos; pero es cierto que cada uno podemos tener gestos y detalles con los que nos rodean y sí que podemos transformar con nuestro granito de arena los ambientes en los que nos movemos. Precisamente porque no podemos dejar de hacer el bien, no podemos pasar de largo ante situaciones incorrectas y que a nosotros nos competen, porque están pasando delante nuestra. Lo fácil es mirar a otro lado, es dejar que todo siga igual y así tú no te complicas la vida.

Corremos el peligro de que nuestra conciencia se adormezca, porque poco a poco empezamos a echarnos capas de indiferencia que nos van impermeabilizando y que nos convertirán en personas frías ante el dolor de los demás. No caigas en el “yo no lo he hecho”. Hay cosas que están ocurriendo ahora mismo a tu lado y que están mal y que tú no has hecho, pero sí que estás ahí para poder cambiarlo, para poder transformar cada situación dándole por tu parte un sentido distinto. Tu esfuerzo, tu delicadeza, tus detalles, tu corazón… son las actitudes que puedes mostrar y que hacen que sigas teniendo esa sensibilidad para que contigo al menos, las cosas funcionen de una manera distinta.

No te conformes con hacer lo que toca o evitar realizar algún mal. Eso no es suficiente, porque no te cuesta un sobreesfuerzo personal. En la vida hemos creado una serie de hábitos y rutinas que son las que hemos asumido y que muchas veces realizamos como verdaderos autómatas. No te conformes con ser igual que los demás, que todo el mundo. Aspira a ser mejor, a ser distinto, porque lo que importa es marcar la diferencia, aprovechando cada uno de los carismas, dones y virtudes que el Señor te ha dado, poniéndolos al servicio de los demás, entregando tu corazón sin ningún tipo de media, aunque a veces tengas la sensación de que se están aprovechando de ti. Que esto no sea un problema para que tú te rindas, para que bajes los brazos, para que dejes de actuar.  Por eso Jesús nos enseña a dar la vida, a entregarnos por todo y por todos, amando hasta el extremo.

Sigue los pasos de Jesús, no pases por alto nada de lo que te rodea, porque aunque los demás no se den cuenta, Dios lo ve todo, y esa debe ser la mejor actitud que tengas; procurando que tu corazón esté siempre vivo y que puedas hacer en tu diario esta normalidad especial que dará un toque especial a tu vida y la enriquecerá de tal manera que comenzarás a ser testigo de todo lo bueno que Dios puede hacer en la vida de las personas cuando lo ponemos en el centro de nuestro corazón. Todavía estás a tiempo de cambiar, de hacer mucho bien a cada paso que des, porque así te lo pide en Señor en el entorno en el que vives y con las personas que están a tu lado. No te canses nunca de hacer el bien, de ser detallista, de, por ejemplo, limpiar lo que otros ensucian, aunque tú no lo hayas hecho. No bajes los brazos, porque el tiempo de conversión es tiempo de acción, de dar pasos siempre en la mejor dirección, que es la del Señor Jesús.

Jesús nos habla del pecado de omisión en el Evangelio: «Al criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes. Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá» (Lc 12, 47.48b). Porque sabemos lo que está bien y está mal, hemos de actuar, no sirve excusarse, porque el bien que dejemos de hacer también suma en nuestra contra, y ante el Señor tendremos que rendir cuentas de lo amado y de lo que dejamos de amar. Ha llegado el momento de transformar poco a poco nuestro mundo. Con el Señor todo es posible.