
Imitar a Cristo es un gran reto, parece inalcanzable, porque no somos perfectos y estamos llenos de pecado. Pensar y creer que es imposible es limitar nuestra fe y empobrecernos como creyentes, porque las metas y propósitos que nos propongamos deben ser lo más altas posibles. Quedarnos en una aspiración pequeña y en retos poco exigentes es debilitar nuestra propia fe, porque nuestra capacidad de exigencia se ve mermada y no avanzamos hacia la perfección, sino que seguimos retrocediendo en nuestras debilidades y haciéndonos más vulnerables, evitando así poder sumergirnos en la grandeza del Espíritu de Dios. El Señor te ha elegido a ti, te llama por tu nombre, conoce todo lo que llevas en tu interior, por eso es importante entregarse y amar a los demás, porque en la vida de fe, Dios siempre se presenta como nuestro Señor, que quiere ayudarnos en todo momento y dar sentido a nuestra a vida.




Siempre que nos dan una mala noticia ante una enfermedad, un accidente o cualquier cosa que ocurre gravemente nos ponemos en el peor de los casos y de las situaciones que pueden llegar a ocurrir. Sabemos de nuestra condición mortal y de la debilidad y fragilidad del cuerpo humano, tan frágil y vulnerable. Nuestra mente es capaz de llegar a pensar a velocidad terminal, en pocos segundos, tantas situaciones que se nos puedan venir ante las posibles consecuencias de la mala noticia que nos acaban de dar. Mantener la calma, la paz, la serenidad y la tranquilidad en una situación así es muy complicado, porque necesitamos asimilar, aceptar y hacernos a la idea. Es un proceso mental que se da en cada persona y por el que todos, queramos o no, hemos de pasar. Sabemos que hay ciertos acontecimientos que no se digieren con facilidad y por desgracia no tenemos ni patrones ni recetas que nos den rápidas soluciones y respuestas a las nuevas vivencias que se nos plantean.


