Excusas para no rezar

Muchas son las justificaciones y excusas que solemos poner a los demás, a nosotros mismos y al Señor, para poder explicar nuestras actitudes. Muchas veces, por no decir siempre, quedan distantes de aquello que pensamos o hemos dicho. Hay veces que acudimos a ellas de una manera habitual y natural, procurando quedar bien para que así nuestra imagen no se vea dañada o para que los demás no se enfaden, aunque eso suponga tener que faltar a la verdad o no ser nosotros mismos. Otras somos esclavos de nuestras propias palabras, especialmente cuando no las medimos bien, o las decimos de una manera superficial para no quedar mal ante nadie, quedamos comprometidos y también en evidencia en multitud de ocasiones.

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Tiempo para tu plan de vida

El tiempo perdido no vuelve. Cuántas veces dejamos que pase el tiempo, perdiendo muchas oportunidades de hacer grandes cosas; por comodidad o pereza solemos dejarnos llevar y desaprovechamos muchos momentos de demostrarnos a nosotros mismos que con fuerza de voluntad y tesón somos capaces de hacer grandes cosas y de superarnos enormemente, cambiando inercias y haciendo realidad proyectos e ilusiones que parecen irrealizables en nuestra vida.

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“¡Párate y escucha mi voz!”

No le pongas prisas a tu vida. Demasiadas cosas las que llevamos hacia delante cada día, como si nos faltara tiempo, que no disfrutamos y saboreamos todo lo que realizamos. Necesitamos pararnos, saborear todo lo que hacemos, incluso me atrevería a decir que, organizarnos mucho mejor nuestro tiempo y nuestra vida. Muchas veces dejamos de lado nuestro plan de vida, que nos aporta una mayor capacidad de saborear la felicidad y sentirnos realizados en todo lo que hacemos; pues vivimos con intensidad cada momento, desde la presencia de Dios, ofreciéndole todo aquello que realizamos y dejando en sus manos nuestras acciones para que Él se encargue de que vayan saliendo, sirviendo a los demás y de que nos sintamos realizados con todo lo que hacemos.

«Comienzan los relojes a maquinar sus prisas;

y miramos el mundo. Comienza un nuevo día.

Comienzan las preguntas, la intensidad, la vida;

se cruzan los horarios. Qué red, qué algarabía.

Mas tú, Señor, ahora eres calma infinita.

Todo el tiempo está en ti como en una gavilla.

Rezamos, te alabamos, porque existes, avisas;

porque anoche en el aire tus astros se movían.

Y ahora toda la luz se posó en nuestra orilla. Amén».

(Himno de Laudes, jueves primera semana del Salterio)

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Comulgar en Gracia de Dios

Frecuentemente experimentamos lo difícil que resulta hacer camino con los demás, aceptarlos tal como son; cuántas veces nos quejamos de ellos, de sus defectos, de sus fallos, de sus incoherencias, de sus propias pobrezas, y decimos que nos cuesta trabajo avanzar con ellos, vivir unidos en el corazón, aceptarlos tal y como son. ¡Cuántas veces los hermanos se convierten en una cruz en nuestra vida! Que en estos momentos te ayude tu fe, y, sobre todo, encuentres la luz para saber hacer lo correcto y mirar con amor a los hermanos, no lanzándote a esos juicios desmedidos que destruyen y que provocan a tu alma quitándole la paz y la serenidad.

Hay veces que no entendemos porqué Dios nos manda las cosas y qué es lo que quiere de nosotros en nuestra vida. Le preguntamos y no obtenemos respuestas y ante esta situación entramos en una dinámica de agitación y nerviosismo que también nos impide estar en paz. Aunque la teoría la sabemos perfectamente, sentimos que ponerla en práctica nos cuesta bastante porque nos vemos superados por tantas situaciones dolorosas que nos confunden y hacen que nuestra vida se tambalee.

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Comprometidos para el Señor

Solemos escuchar muchas veces a personas decir que no hay que complicarse la vida por lo demás, porque muchas veces se aprovechan de uno y luego ni siquiera muestran el más mínimo agradecimiento cuando uno hace algo por ello. Bien es cierto que siempre necesitamos de personas que tomen la iniciativa ante determinadas acciones que queremos emprender, pues son los primeros que se comprometen y comienzan a tirar del carro iniciando la nueva aventura y dando su tiempo y su esfuerzo para que salga bien el proyecto. Algunas veces solemos pecar de exceso de prudencia y nos volvemos demasiado precavidos para no arriesgar, esperando que el tiempo y el inicio de la nueva experiencia nos digan si va salir bien o no.

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Sacrificar a Dios

Son muchas las veces que nos proponemos hacer algo y cuando llega el final del día nos damos cuenta que no lo hemos podido hacer, bien porque no hemos tenido tiempo, porque no nos hemos acordado o porque no nos ha apetecido cuando tocaba. Sabemos que el tiempo es limitado y que hay veces que tenemos tantas cosas que nos estresamos porque vemos que no llegamos a todo lo que nos gustaría, y encima, como somos muy exigentes con nosotros mismos y nos gusta tanto la perfección, como no salgan las cosas bien, lo pasamos mal y si podemos, volvemos a repetirlo hasta que quedemos satisfechos. En nuestra vida de fe esto es un peligro, porque hace que descuidemos nuestra interioridad y abandonemos la vida espiritual. Siempre vamos a tener algo mejor que hacer antes que rezar, y no nos damos cuenta de que estamos sacrificando a Dios, porque nos estamos privando de Él, lo anteponemos siempre a nuestras tareas, pues siempre hay algo más urgente que tenemos que hacer y al final terminamos dejando a Dios de lado, sacrificando nuestra relación con Él cuando debería ser lo primero.

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Reza con paz, no con prisas

A todos nos gusta que Dios nos conceda aquello que necesitamos, especialmente cuando nos encontramos en un momento de dificultad y angustia. Le pedimos con mucha fe, fuerza e insistencia por las necesidades que nos apremian, esperando ver pronto el camino despejado y cada problema en el que nos podemos encontrar solucionado. Hay veces que las cosas no vienen como nos gustarían y esto provoca en nuestro interior una intranquilidad que nos agita bastante y que hace que no tengamos ni la paz ni la serenidad suficiente para tener la mente tranquila y controlada. Es sorprendente la velocidad con la que nuestra mente piensa y llega a las conclusiones más insospechadas que nos podamos imaginar. Es todo un reto llegar a controlar nuestro pensamiento, que tantas veces se nos escapa a nuestro control, y que muchas veces no nos deja vivir en paz.

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Hacer siempre el bien

Personas buenas hay en todos lados, las conocemos bien a las que están en nuestro entorno. Hay veces que pasan desapercibidas a nuestro lado, por su sencillez y su silencio. Se dedican a hacer todo el bien que está en su mano, dando siempre lo mejor de sí. Cuando llegamos a otros lugares distintos, con gente nueva, también nos encontramos a ese mismo tipo de personas que destacan por su gran corazón. Son hormiguitas que siempre están trabajando y haciendo el bien siempre que pueden, y no solo esperan que se les presente la oportunidad para ayudar, sino que ellas mismas se encargan de buscar las personas y situaciones para ayudar y mejorarlas con su entrega y compromiso.

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No subestimes a Dios

Hay muchas veces donde confiar en Dios no es tarea fácil por las dificultades que se nos presentan. Tratamos de buscar soluciones rápidas que hagan que todo vuelva a la normalidad para vivir así sin grandes sobresaltos, pero esas situaciones que se nos escapan de las manos hacen que nos inquietemos y nos pongamos nerviosos y que confiar plenamente en el Señor cueste un poco más. Mientras los enemigos acechan estamos en tensión, preocupados, agobiados, pensando que las cosas no funcionan y por instinto solemos ir a lo que siempre nos ha funcionado y nos da estabilidad. Buscamos nuestros puntos de seguridad que hacen que podamos recuperar momentáneamente esa calma que el imprevisto nos ha provocado.

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Perseverar en la oración

Tener fe en Dios es el mayor de los tesoros que tenemos en nuestra vida y que debemos de cuidar, pues bien sabemos que en cuanto nos descuidamos, nos enfriamos y lo que hoy vemos con total claridad, mañana es posible que no sea tan claro y dudemos o reneguemos de lo que hoy es totalmente certero. Para mantener nuestra fe es imprescindible cuidar nuestra oración personal, ya que nos permite encontrarnos con Dios, alimentarnos espiritualmente y fortalecer nuestras creencias desde la interiorización y el corazón. Si algo necesita nuestra oración es dedicación y tiempo. A Dios no podemos ir con prisas, con nuestras prisas; sino que tenemos que “gastar” tiempo con el Señor para entrar en ese cauce de comunicación donde todo fluye, y nosotros hablamos a Dios, pero sobre todo Dios nos habla a nosotros. Hay que hacer silencio en la mente y en el corazón para escuchar lo que Dios nos tiene que decir.

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