Perseverar en la oración

Tener fe en Dios es el mayor de los tesoros que tenemos en nuestra vida y que debemos de cuidar, pues bien sabemos que en cuanto nos descuidamos, nos enfriamos y lo que hoy vemos con total claridad, mañana es posible que no sea tan claro y dudemos o reneguemos de lo que hoy es totalmente certero. Para mantener nuestra fe es imprescindible cuidar nuestra oración personal, ya que nos permite encontrarnos con Dios, alimentarnos espiritualmente y fortalecer nuestras creencias desde la interiorización y el corazón. Si algo necesita nuestra oración es dedicación y tiempo. A Dios no podemos ir con prisas, con nuestras prisas; sino que tenemos que “gastar” tiempo con el Señor para entrar en ese cauce de comunicación donde todo fluye, y nosotros hablamos a Dios, pero sobre todo Dios nos habla a nosotros. Hay que hacer silencio en la mente y en el corazón para escuchar lo que Dios nos tiene que decir.

La oración también necesita perseverancia y constancia diaria, porque lo que le pedimos a Dios no ocurre cuando nosotros queremos y deseamos, sino que ocurre cuando Dios quiere. Este es un signo claro de que Dios es quien marca los tiempos y quien tiene la voz cantante en la vida del creyente. Muchas veces cometemos el error de pedirle a Dios con prisas y mucho deseo de que nos conceda la gracia que necesitamos; y cuando vemos que pasa el tiempo y Dios no nos concede lo que le pedimos, nos ponemos nerviosos, pensamos que Dios no nos escucha y llegamos incluso hasta dudar de Él. No reces ni con prisas ni con deseo, porque tus esquemas no son los de Dios, y tu tiempo no es el de Él. Desde el ámbito de la fe todo funciona desde el abandono y la confianza ciega en el Señor. Y cuando perseveras todos los días pidiéndole al Señor por una intención muy concreta, a pesar de que incluso sean años los que estés pidiendo, ten por seguro que Dios termina escuchando lo que le pides. ¿No estuvo el pueblo de Israel durante cuatrocientos años pidiéndole a Dios un libertador para salir de Egipto? (Cf Ex 12, 40) ¿Es que en cuatrocientos años Dios no tuvo tiempo para escuchar? ¿Acaso se tiene Dios que convencer? ¡Claro que no! Dios no es ajeno a nuestro dolor y a nuestro sufrimiento, ni mucho menos se desentiende de nuestros problemas. Él sabe por qué hace las cosas y por qué su tiempo no es el nuestro. Estoy seguro que cuando estemos delante de Él sabremos toda la verdad. Por nuestra parte solo queda confiar y esperar con fe, sabiendo que Dios siempre escucha.

El ejemplo lo tenemos en la parábola del juez y la viuda: la viuda no para de pedirle constantemente al juez que le haga justicia, y este al final se la hace para que no le moleste más. Comienza diciendo el evangelio: «Les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer» (Lc 18, 1-8). Y esto es precisamente lo que tenemos que hacer siempre, orar sin desfallecer, sin cansarnos de pedir, confiando en nuestro Dios, que es el Dios de la Vida y que siempre nos escucha, para que Él lo cambie todo y nos conceda lo que con insistencia le pedimos. Y le pedimos sabiendo que confiamos en Él y que ahí estamos, rezando, adorándole y reconociéndole como nuestro Dios y Señor.

Que ante la insistencia de tu oración y el tiempo que llevas pidiéndole al Señor por esa necesidad que tanto necesitas, no desfallezcas. Dios se sirve de lo menos insospechado y de lo que menos te esperar para reconducir todas las situaciones y transformar todos los corazones.

Que desde tu oración puedas ser instrumento, aunque sea en el silencio donde nadie te ve, porque Dios lo sabe todo y cuenta contigo para seguir transformando el mundo y los corazones de las personas. Que siempre estés disponible para tener esa generosidad de no pedir por ti sino por los demás, para que Dios siga haciendo obras grandes en tu vida y regalándote el poder contemplar con tus propios ojos las gracias concedidas por la insistencia en tu oración. Y desde estas letras gracias a la madre y a la hija, por haber compartido conmigo el fruto de vuestra oración. Perseverar en la oración.