
No queremos tener problemas en nuestra vida de ningún tipo. Deseamos que siempre las cosas nos salgan bien, pero sabemos que hay muchas realidades que nos rodean, no dependen de nosotros y se nos escapan de las manos. No podemos llegar a controlarlo todo por mucho que nos empeñemos; muchas veces ni siquiera nuestras propias reacciones, esos impulsos innatos que cada uno tenemos y que cuando aflora nuestro ego, nuestro orgullo, hacen que saltemos como verdaderos resortes. Por eso luego nos arrepentimos, porque sabemos que lo hemos hecho mal, no hemos estado a la altura y nos hemos extralimitado. Necesitamos estar en esa tensión que nos mantiene despiertos y nos ayuda a mantenernos atentos, fuertes, con el instinto bien agudizado, para fortalecer nuestro autocontrol. Hay veces que podemos vernos superados, pero no debemos desfallecer, porque Dios quiere sacar lo mejor de nosotros mismos probando nuestra fe, nuestra fuerza de voluntad y nuestra propia resistencia. Tenemos que ser fuertes y estar atentos para no debilitar nuestra fe. Para esto están las pruebas, para que luchemos y nos fortalezcamos en nuestra vida espiritual, pues así es como progresamos y avanzamos en nuestro camino de vida.





Frecuentemente experimentamos lo difícil que resulta hacer camino con los demás, aceptarlos tal como son; cuántas veces nos quejamos de ellos, de sus defectos, de sus fallos, de sus incoherencias, de sus propias pobrezas, y decimos que nos cuesta trabajo avanzar con ellos, vivir unidos en el corazón, aceptarlos tal y como son. ¡Cuántas veces los hermanos se convierten en una cruz en nuestra vida! Que en estos momentos te ayude tu fe, y, sobre todo, encuentres la luz para saber hacer lo correcto y mirar con amor a los hermanos, no lanzándote a esos juicios desmedidos que destruyen y que provocan a tu alma quitándole la paz y la serenidad.

