¡Señor, purifícame!

No queremos tener problemas en nuestra vida de ningún tipo. Deseamos que siempre las cosas nos salgan bien, pero sabemos que hay muchas realidades que nos rodean, no dependen de nosotros y se nos escapan de las manos. No podemos llegar a controlarlo todo por mucho que nos empeñemos; muchas veces ni siquiera nuestras propias reacciones, esos impulsos innatos que cada uno tenemos y que cuando aflora nuestro ego, nuestro orgullo, hacen que saltemos como verdaderos resortes. Por eso luego nos arrepentimos, porque sabemos que lo hemos hecho mal, no hemos estado a la altura y nos hemos extralimitado. Necesitamos estar en esa tensión que nos mantiene despiertos y nos ayuda a mantenernos atentos, fuertes, con el instinto bien agudizado, para fortalecer nuestro autocontrol. Hay veces que podemos vernos superados, pero no debemos desfallecer, porque Dios quiere sacar lo mejor de nosotros mismos probando nuestra fe, nuestra fuerza de voluntad y nuestra propia resistencia. Tenemos que ser fuertes y estar atentos para no debilitar nuestra fe. Para esto están las pruebas, para que luchemos y nos fortalezcamos en nuestra vida espiritual, pues así es como progresamos y avanzamos en nuestro camino de vida.

Por naturaleza, siempre tendemos a la ley del mínimo esfuerzo, a no complicarnos la vida, a vivir sin tener que pensar demasiado. Dios ha elegido un camino totalmente distinto, que pasa por la cruz, por afrontar y aceptar los problemas, las dificultades, los fracasos, para que maduremos y avancemos en nuestro proceso de vida. Así es como Dios quiere trabajar con nosotros, pasando por la puerta estrecha (cf Mt 7, 13-14), para que encontremos el camino que nos lleva a la Vida, una Vida en letras mayúsculas, donde saboreemos la felicidad, la satisfacción del deber bien hecho, la esperanza de encontrarnos con el Señor cada día…, tanos frutos que hemos de dar y compartir para que el Evangelio sea una realidad en nuestra vida. Dios se sirve de cada situación para hablarnos y hacernos madurar, cada vez que nos superamos, que vencemos una tentación, que dominamos un vicio o un pecado… ahí nos sigue invitando a que superemos retos. Si algo no ha dicho nunca Dios es que no tendríamos retos. De retos está compuesta la vida, siendo conscientes de que hay retos que nos proponemos nosotros y otros que Dios nos pone en nuestro camino. En todos los sentidos debemos de superarnos. Nuestro camino lo vamos forjando así día a día, y esto debe ayudarnos a purificarnos, a echar fuera todo lo malo que tenemos y a fortalecer todo lo bueno y positivo que hay en nuestra vida. Así es como actúa la sabiduría de Dios: hemos de pasar nuestras pruebas de fuego para eliminar lo impuro, y purificar y enriquecer aún más todo lo bueno, lo que nos hace crecer y avanzar.

Nos dice el apóstol san Pablo: «No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea de media humana. Dios es fiel, y él no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el modo de poder soportarla» (1 Cor 10, 13). Dios nunca nos va a hacer pasar por pruebas que no podamos llegar a soportar. Dios siempre tiene sus ojos puestos en nosotros y nos mira con amor, esperando verse reflejado en nuestro corazón. Sólo se verá reflejado en él, cuando estemos totalmente purificados, limpios, sin pecado. La tentación de la duda siempre va a estar ahí presente. No te dejes llevar por ella. Dios siempre nos va a echar una mano, nunca se olvida de nosotros, siempre quiere vernos triunfando sobre el mal, el desánimo, el desaliento, la desgana… Ponlo en sus manos para que Dios actúe en tu vida y tú sientas cómo su acción te transforma y te hace más fuerte. Así tu fe crecerá y sentirás en primera persona que merece la pena ponerse en camino, dar la vida, servir a los demás, esforzarte por dar lo mejor de ti en cada momento y amar sin ningún tipo de distinción. Que el Amor de Dios sea el motor de tu vida.