
Cuántas veces has dicho alguien o te han dicho: “Necesitas un buen descanso”. La forma de vida que la sociedad nos propone cada día y que nosotros aceptamos sin reservas, sin entrar en detalles, hace que descanses poco y cuando lo haces no lo disfrutas todo lo que te gustaría, por el ritmo tan intenso que llevas y la poca calidad que tiene tu interioridad. Hay veces que son muchos los retos que tienes que superar y las dificultades que impiden que avances como te gustaría. Ves a tu lado otras personas que van más rápido que tú, como si no tuviesen problemas, y eso genera en ti sufrimiento, porque te preguntas porqué a ti te cuesta tanto y a otros no. ¿Cómo marcha tu vida? ¿Te parece justo el camino que Dios te ha puesto?
A veces es difícil avanzar, la vida no nos resulta fácil, el problema es cuando nos paramos y no avanzamos. Aunque sea poco hay que caminar, a pesar de que lo bueno tarde en llegar más. Caminar es no rendirse; no abandones nunca. Confía en el Señor y pon tu vida en sus manos. Deja que todo dependa de Él y no de ti. Dios te ama y por eso te ha creado a su imagen y semejanza, ¡créetelo! Que las dificultades no te cieguen, no te hagan olvidar lo que significas para Dios. Que la impotencia que te embarga no te haga culpar a Dios o dudar de Él. Está contigo para dar sentido a todo lo que te ocurre y para ayudarte a levantarte. Tendrás muchos momentos en los que no entiendas nada de la vida, de lo que Dios te está diciendo, en momentos así deja que resuenen estas palabras en tu interior: «Y vosotros no andéis buscando qué vais a comer o qué vais a beber, ni estéis preocupados. La gente del mundo se afana por todas esas cosas, pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de ellas. Buscad más bien su reino, y lo demás se os dará por añadidura» (Lc 12, 29-31).
La fe es necesaria para entrar en esta actitud de confianza y de abandono. Que tus afanes no nublen tu visión de Dios. Jesús nos dice que el Señor sabe lo que necesitamos en cada momento. Ponte en sus manos y déjate hacer por Él; que no te cieguen tus necesidades, que tu instinto de supervivencia, no te haga en los momentos difíciles, dudar de Dios. Ponerse en las manos de Dios, en momentos así, significa entregarse a Él, a poner en práctica el Evangelio y a no preocuparte de buscar soluciones, sino dejar que sea el Señor quien las busque. La solución no es que se te resuelva el problema milagrosamente, sino que prepares tu alma para que Dios pueda inspirarte y que encuentres la mejor manera de afrontar la situación y superarla. Hay veces que no sabes cómo actuar ni qué decir, es ahí cuando la fe te debe ayudar a decir que estás en las mejores manos, en las de Cristo.

Es importante que le pidas a Dios las cosas, así lo recuerda el apóstol san Pablo:«Nada os preocupe; sin que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios» (Flp 4, 6). Dios lo sabe todo, hasta lo que nos urge, pero hay que pedírselo con fe y con paz, no con deseo ni con prisas. Por muchas prisas que le metas a Dios y mucho deseo que tengas en que las cosas se te concedan y soluciones, no van a venir cuando tú quieras, vendrán cuando el Señor te vea preparado y bien dispuesto. Descansa en el Señor, aunque tú creas que Dios está dormido, que no te escucha ni se entera, él sabe cómo calmar la tempestad. Como le pasó a Jesús en la barca cuando dormía en medio de la tempestad (cf Mt 8, 23-27). Los discípulos estaban asustados y el Señor estaba durmiendo, y cuando calma la tempestad les dijo: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” La fe ha de ser fuerte, para que te ayude a confiar en el Señor en los momentos de mayor sufrimiento y dolor en tu vida.
Que tu fe te ayude a descansar en el Señor, y a poner en Él tu confianza, siempre. No temas, Dios está contigo y te bendice cada día.


No es final. Todavía no. Puedes creer que no hay solución, que todo está perdido, que tu vida ya no puede ir a peor y que es un desastre. Pero no, no es final. Siempre hay una salida, una salida que a última hora encuentras, donde puedes abandonar la oscuridad que te invade, el pesimismo que te encoje hasta lo más profundo del alma. Podrás decirme que cuando se pasa mal no es tan fácil. Que cuando el sufrimiento, el dolor y la impotencia aprietan las cosas no se ven de la misma manera. Que hay que vivirlo para saber lo mal que lo pasa uno. Que opinar viendo los toros desde la barrera es muy cómodo. Que no tienes esperanza y que has dejado de creer en las personas, en Dios y en todo. Es cierto que nadie se puede cambiar por ti ni vivir lo mismo que estás viviendo tú, eres insustituible… pero de todo se sale. Dios siempre cierra una puerta, pero abre una ventana. Esta es la esperanza con la que tienes que vivir y que te tiene que ayudar a no desfallecer en la lucha por salir adelante. Aunque no entiendas las cosas en este preciso momento o durante el resto de tu vida. Tienes derecho a pasarlo mal, a desahogarte, a todo lo que tu quieras… pero no puedes estar así toda la vida. Se entiende perfectamente que puedas estar un tiempo mal, pero hay que levantarse y reemprender la marcha. No puedes estar toda la vida sentado, parado, perdido. La vida se te ha regalado para vivirla y Dios te ha dado una serie de dones y la fe para que te realices en lo que haces.
Estamos más que acostumbrados a las desgracias, a las muertes, a los accidentes. Basta poner las noticias para darse cuenta de que mucho más de la mitad de las noticias tienen que ver con estas fatalidades. Nos hemos acostumbrado a ver a la gente sufrir. Parece como si nos hubiésemos creado un escudo que nos protege ante las personas que nos rodean y lo están pasando mal. Seguimos con nuestra vida y nos hemos hecho expertos en pasar por delante del dolor de una manera invisible. Es como si hubiésemos perdido la solidaridad que hace que nos pongamos en la piel del otro, intentando sentir lo que ellos sienten; precisamente nuestra fe cristiana nos invita a eso. Si estamos comprometidos con Dios estaremos comprometidos con los hermanos.


Siempre que nos dan una mala noticia ante una enfermedad, un accidente o cualquier cosa que ocurre gravemente nos ponemos en el peor de los casos y de las situaciones que pueden llegar a ocurrir. Sabemos de nuestra condición mortal y de la debilidad y fragilidad del cuerpo humano, tan frágil y vulnerable. Nuestra mente es capaz de llegar a pensar a velocidad terminal, en pocos segundos, tantas situaciones que se nos puedan venir ante las posibles consecuencias de la mala noticia que nos acaban de dar. Mantener la calma, la paz, la serenidad y la tranquilidad en una situación así es muy complicado, porque necesitamos asimilar, aceptar y hacernos a la idea. Es un proceso mental que se da en cada persona y por el que todos, queramos o no, hemos de pasar. Sabemos que hay ciertos acontecimientos que no se digieren con facilidad y por desgracia no tenemos ni patrones ni recetas que nos den rápidas soluciones y respuestas a las nuevas vivencias que se nos plantean.