Todo para Dios

Esperándote, así es como está Dios.  Él no tiene prisa, el tiempo no le pasa volando como a nosotros. Ya sabes, más que de sobra, que las prisas nunca son buenas consejeras. El ritmo de vida que llevas, tantas cosas que hacer cada día, no te permiten pararte y encontrarte con quien sabes que te está esperando. Sabes de sobra que su paciencia no tiene límites. Dios te está hablando a través de todo lo que estás viviendo. Son muchas las cosas que deseas pedirle y decirle. Son muchas las intenciones que tienes reservadas para Él, porque pedirle por tus necesidades y la de las personas que quieres y aprecias, te ayudan a seguir confiando y caminando. Pero te encuentras con un obstáculo: no tienes tanto tiempo como te gustaría para estar con Él. Es necesario que cambies tu orden de prioridades, y que, en tu ritmo tan ajetreado de vida, sepas detenerte para estar con tu Dios, que te conoce muy bien y puede darte lo que necesites en cada momento.

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Vuela alto

La vida es un regalo que Dios nos ha hecho. Le pertenece a Él y sabemos que por más que queramos no podemos comprar ni un segundo más de ella. No podemos olvidarnos de que nuestra vida no nos pertenece, sino que es de Dios. Hay veces que nos olvidamos de ello y nos comportamos como si fuese única y exclusivamente nuestra. Dios nos ha creado y somos propiedad suya, aunque nos empeñemos en renegar de Él y en apartarle totalmente de nuestro lado para hacer lo que mejor nos parezca. Nos supera en cada una de nuestras facetas y dones y no podemos compararnos con Él en nada. El deseo de Dios cuando puso en manos del hombre toda la Creación fue: «Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra» (Gn 1, 28). Les encomienda actuar y hacerlo con buen sentido, desde la responsabilidad. Cuidando todo lo que les rodea, no solo la naturaleza, sino también las relaciones personales, dominando los animales, pero nunca a sus semejantes. Ningún ser humano debe estar ni por encima ni por debajo de nadie. Todos somos iguales ante Dios porque somos sus hijos. Y el amor debe de ser el motor de nuestra vida.

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Revestirse del hombre nuevo

Hay veces que nos preguntamos qué nos está pasando, por qué no vemos al Señor, por qué no le escuchamos. Parece como si Dios se hubiese ido de nuestro lado, de nuestra vida y todo es silencio en nuestro entorno. Vuelven a surgirnos las dudas, los miedos, la incertidumbre sobre si todo lo que desde pequeños nos han enseñado se sostiene o no en la verdad. Entonces comienzan a aflorar situaciones pasadas, que pensabas que habías desechado y superado, y se están haciendo presentes de nuevo, con más fuerza que antes. Comienza a darse un cambio en tu vida, un paso de ese hombre nuevo en el que estabas, al hombre viejo que fuiste en su momento. Retrocedes en tu vida interior y se genera en ti esa amargura de ver cómo las debilidades y las propias miserias se están presentando de nuevo en tu vida con una fuerza desmedida. Como si todo viniese dado de antemano.

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Tus frutos de fe

No podemos conformarnos con ser buenas personas. Hemos de aspirar a más, no basta con hacer lo justo y lo mínimo; o como en alguna que otra época de estudiante, no es suficiente con aprobar, se ha de sacar siempre la mayor nota posible. Los creyentes hemos de aspirar a ser buenos y mejores cristianos cada día, no podemos acomodarnos a un estilo de vida laxo, que no nos comprometa ni transforme en nuestra vida interior. Vivir nuestra fe ha de ser un reto ilusionante cada día, que nos permita descubrir y saborear a Dios en todo lo que hacemos; es vivir con tanta intensidad cada acontecimiento que te permite entregarte y sacarle el mayor fruto a todo lo que realices; es dejarte sorprender y no consentir en ningún momento que en tu vida entre la rutina, la desgana, el desaliento; es estar abierto a la novedad del Evangelio, de tal manera que siempre te aporte algo nuevo y te hable de una manera distinta, pues la Palabra de Dios debe resonar siempre de una manera distinta en nuestro interior y nos tiene que enseñar algo nuevo cada vez que la escuchamos.

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Paz para tu alma

Deseamos vivir en paz, que todo a nuestro alrededor esté tranquilo, sin ninguna disputa ni mala palabra. No queremos problemas ni malos rollos con las personas que nos rodean, porque nos genera tensión, intranquilidad y nos violenta. No vivir en paz es sinónimo de insatisfacción, desasosiego, inquietud, desazón… porque hace que todo se nos tambalee y que vivamos en la incertidumbre del descontrol. No sabemos lo que nos podremos encontrar a la vuelta de la esquina. El nerviosismo no es buen consejero para nuestra paz interior. Toma conciencia de lo importante que es estar sereno y en paz dentro de ti y así podrás ver y afrontar cada situación de una manera distinta, respetando los procesos y no actuando de manera bronca con quienes te rodean.

Para vivir en paz interior es importante cuidar mucho nuestra relación con Dios. Uno de los frutos que nos da la amistad con Dios es la quietud del alma. Esta nos permite experimentar el sosiego y el descanso en nuestra interioridad y afrontar el día a día de un modo distinto. La quietud nos va a permitir dos cosas: La primera es ser conscientes de lo que nos está pasando y la segunda tener mayor perspectiva ante lo que nos ocurre y prestarnos más atención para saber lo que necesitamos en cada momento y que no vaguemos sin sentido, perdidos, sin saber qué hacer. Para que la quietud de nuestra alma se mantenga en situaciones así, necesitamos meditar y reflexionar. Es necesario pararse en momentos así, no tomar ninguna decisión y buscar el encuentro con Dios, para que podamos discernir de la mejor manera posible y que las decisiones que tomemos, nos ayuden a seguir caminando, en vez de retroceder.

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Lo que de verdad importa

Es bueno que frecuentemente nos preguntemos quién y qué influye en nuestra vida. Constantemente nos vemos bombardeados por inercias, actitudes, pensamientos, opiniones, sentimientos, acciones… que vamos asumiendo e interiorizando y nos ayudan a dar forma a nuestra forma de vida: empezando por nuestros pensamientos, sentimientos y percepciones y terminando por nuestra manera de actuar, que, a veces, incluso, nos juega malas pasadas porque nos puede hacer ver la realidad y la verdad de una manera distinta a lo que es. Por nuestra propia naturaleza humana somos vulnerables, porque nuestros estados de ánimo y nuestra forma de ver la vida va cambiando según los momentos en los que nos encontramos. Hemos de tratar de ser lo más objetivos posibles, para así no ser veletas dependiendo de los vientos y las corrientes que soplen en nuestras vidas. Merece la pena ser auténtico, aunque para ello hace falta tener mucha fuerza de voluntad para saber caminar contracorriente permaneciendo fiel a lo que uno cree que es su ideal de vida.

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Sobre la pereza

Seguro que más de alguna vez a lo largo de tu vida te habrás dejado vencer por la pereza y no te han apetecido hacer cosas que normalmente realizas o arrepentido momentáneamente de haberte comprometido a realizar algo. La pereza hace que ralenticemos las cosas en nuestra vida y que las dejemos para el último momento o simplemente las dejemos pasar. Provoca en nosotros inmovilismo y poco a poco nos va volviendo más comodones y egoístas, pues pensamos en nuestros intereses particulares a costa de traicionar incluso nuestra propia palabra. El movimiento es necesario para el hombre porque hace que el hombre tenga motivación en su vida y pueda vencer la inercia, que en ocasiones se convierte en una gran tentación, ya que dejarse llevar es lo más cómodo y fácil.

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De corazón

Seguro que conoces a personas que tienen un gran corazón y cuando estás con ellas disfrutas de su compañía y de la paz y tranquilidad que te transmiten. Son necesarias en nuestra vida, no solo por lo que nos aportan mucho bueno, sino por todo lo que hacen en su entorno, transformando tantas realidades y contribuyendo a que todo marche mejor. A menudo hemos escuchado, incluso experimentado, en primera persona, que hacer las cosas de corazón nos puede acarrear momentos de sufrimiento porque nos damos totalmente y en muchos momentos los demás no perciben la bondad con la que se actúa y miran más el beneficio personal y sacar el mejor partido de las situaciones que se les presentan. Quien actúa de corazón tiene un amplio sentido de la generosidad y de la entrega, sabiendo anteponer siempre lo común antes que lo personal, buscando ser fiel a sí mismo sin dejar que las circunstancias y el entorno le apaguen su autenticidad. Esto último, en mi humilde opinión, es lo que hace auténticas a estas personas, pues por encima de todo se mantienen fieles a sí mismas y son capaces de aceptar adversidades y caminar contra corriente para seguir siendo ellas mismas.

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A quienes son ejemplo de lucha

Seguro que conoces a personas luchadorasque para ti son un ejemplo a seguir, por cómo afrontan los retos difíciles de la vida. Parece como si estuviesen hechos de una pasta especial, porque parecen que tienen una fuerza especial dentro, como si fueran incombustibles y no se rinden ante nada. Siguen perseverando en su ánimo y a pesar de caminar con mucho esfuerzo, terminan saliendo adelante y afrontando la vida, las enfermedades, la muerte de personas queridas… con una entereza casi sobrenatural. Ciertamente la fuerza no nace de ellas sino que viene de Dios.

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Corazones unidos

Dios va poniendo en nuestro camino personas que comparten nuestros mismos ideales, que tienen nuestras mismas inquietudes y que sienten el Evangelio como parte de su vida. No hace falta pasar mucho tiempo con ellas para darse cuenta de que existe una sintonía especial, pues el compartir un proyecto común desde la fe, hace que los corazones se unan. Todo fluye especialmente porque es el Señor quien actúa y es el Evangelio el que se va haciendo realidad en nuestras vidas. No hay mayor gozo para el creyente que poner en práctica la Palabra de Dios. Cada día es una oportunidad nueva para seguir haciendo el bien y para dejar que el Señor nos siga ayudando a seguir encontrándonos con quienes viven y comparten el mismo estilo de vida que nosotros. ¿Los reconocemos? ¿Nos reconocen? Nuestro testimonio personal debe ser quien hable por nosotros y nos una en este proyecto común de dar la vida por el Reino. Nuestros compromisos y nuestras opciones personales nos congregan en torno a la Eucaristía y esa llamada que nace de lo más profundo de nuestra alma nos lleva a entregarnos a Dios y a pensar en nuestro proyecto vital de una manera totalmente distinta a la que veníamos haciendo hasta ahora. Nuestras prioridades cambian, no por nosotros, sino por Dios, que nos sumerge en la clave del Amor total y gratuito, y que nos hace sentir privilegiados al ofrecernos totalmente a Cristo y al Evangelio.

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