Todo para Dios

Esperándote, así es como está Dios.  Él no tiene prisa, el tiempo no le pasa volando como a nosotros. Ya sabes, más que de sobra, que las prisas nunca son buenas consejeras. El ritmo de vida que llevas, tantas cosas que hacer cada día, no te permiten pararte y encontrarte con quien sabes que te está esperando. Sabes de sobra que su paciencia no tiene límites. Dios te está hablando a través de todo lo que estás viviendo. Son muchas las cosas que deseas pedirle y decirle. Son muchas las intenciones que tienes reservadas para Él, porque pedirle por tus necesidades y la de las personas que quieres y aprecias, te ayudan a seguir confiando y caminando. Pero te encuentras con un obstáculo: no tienes tanto tiempo como te gustaría para estar con Él. Es necesario que cambies tu orden de prioridades, y que, en tu ritmo tan ajetreado de vida, sepas detenerte para estar con tu Dios, que te conoce muy bien y puede darte lo que necesites en cada momento.

Por mucho que te empeñes, tú no eres quien controla tu vida; haces lo que quieres y parece que decides en libertad, pero a menudo, por una cosa o por otra, decides condicionado por alguna situación que se te presenta o simplemente actúas de cara a la galería, para quedar bien con las personas o preservar tu imagen intachable. Vivir en libertad supone dar un paso importante en tu vida de fe, pues el Señor te invita a abrir tu corazón y dejar que entre el Espíritu Santo, para que actuando en ti, te permita sentirte vivo en tu fe y como hijo de Dios, llamado a poner en práctica lo que Jesús nos enseña en el evangelio. Por eso nos dice: «Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8, 31-32). Encuentra la plenitud en todo lo que haces, entrando en la dinámica del Espíritu Santo. Déjate liberar por Dios para que puedas caminar con mayor facilidad.

Seguro que eres consciente de los muchos estereotipos formalistas que nos encasillan, tantos protocolos vacíos y carentes de sentido en los que nos sumergimos en nuestras relaciones personales. Nuestra sociedad se ha llenado de burocracia y legalismos, que, por lo general, te sumergen en un laberinto sin salida que te hace perder la paciencia, el espíritu y el sentido del porqué haces las cosas. Al Evangelio no se puede encasillar, ni mucho menos a Dios. La fidelidad y la obediencia a la Palabra de Dios es lo que te hace verdaderamente discípulo de Jesús.

Si quieres conocer la verdad y ser totalmente libre, debes estar abierto al soplo del Espíritu Santo, que no entiende de planes ni de previsiones. Los planes y las previsiones llenan tu vida de seguridades. Que tu único plan sea poner en práctica el Evangelio y estar abierto a lo que Dios te sugiera. Así se lo dice Jesús a Nicodemo: «El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu» (Jn 3, 8). No tengas miedo en dejar que se note el rumor de Dios en tu vida. Que tu testimonio y tu forma de vida sea un claro reflejo de tu unión con Cristo, para que tus frutos de fe sean una riqueza para quienes te rodean. No quieras someter a Dios a tu voluntad ni a tus intereses. Sé dócil y déjate guiar por el Espíritu Santo que bien sabe lo que se hace. Porque son muchas las ocasiones en las que te han ocurrido cosas en tu vida, que no entendías y te hacían enfadarte con Dios, y con el paso del tiempo y la sucesión de acontecimientos te has dado cuenta de lo bien que el Señor hace las cosas. Y entonces es cuando has tomado conciencia de lo grande que es Dios y de cómo sabe llevar tu vida, aunque te descoloque y desconcierte.

Que tus quehaceres cotidianos no sean excusa para no rezar. Necesitas pasar tiempo con Dios y lo sabes. Toma conciencia, ten fuerza de voluntad y párate, porque cuando sea un hábito en tu vida, verás lo necesario que es, lo que merece la pena y las oportunidades que has perdido de estar mejor y en paz.