
Nos encanta vivir con las personas que amamos y siempre estamos dispuestos a dar la vida por ellas si fuera preciso. Si tuviéramos que definirlas seguramente todos diríamos que para nosotros lo son todo, que son importantísimas en nuestras vidas. Seguramente añadiríamos que somos felices con ellos pues lo más grande que nos ha regalado el Señor es nuestra familia.
Pero no todo es perfecto en nuestra vida familiar. Nuestro día a día no está exento de ciertos roces, cambios de humor y multitud de sentimientos que van y vienen. Somos seres humanos y hay muchas veces que entendemos perfectamente a los demás y otras no. Cuando surgen las desavenencias hay muchas veces que decimos al otro: “¡No te entiendo!” Porque a menudo se cometen los mismos fallos, se hacen los mismos gestos, se repiten las mismas actitudes o las manías se agudizan más. Hay que hacer un acto de paciencia, contar hasta diez si fuera preciso, y saber contenerse para no desesperar.
El hombre es un ser social que necesita relacionarse con los demás para sentirse aceptado, querido y parte de una familia. Todos necesitamos tener claro cuál es nuestro sentido de pertenencia y reafirmarlo constantemente con lo que vivimos y compartimos con quienes nos rodean.
¡Cuántas veces has pensado arrojar la toalla! Son muchos los momentos en los que piensas abandonar porque no ves sentido a lo que estás haciendo. En el caminar de la vida son muchas las dificultades y obstáculos que te encuentras y que sólo se superan con lucha y tesón. El miedo y el abandono es de los que se han cansado de vivir, de luchar, y estoy seguro que tú no eres de esos. Es verdad que hay veces que en el camino no sabes hacia dónde tirar; la mente se embota y no ves nada claro ni lógico. Miras a las personas que te rodean y ves que cada uno va a la suyo, tienen su vida y están centrados en sus problemas y tú no los quieres agobiar ni molestar con los tuyos.



Hay muchas veces en las que vemos a las personas que han sufrido bastante y mantienen la entereza, la normalidad en su vida. Quizás a nosotros también nos ha podido ocurrir en muchas ocasiones. Y ante esto solemos decir: “La procesión va por dentro”. Es la manera de decir que el sufrimiento y el dolor lo tenemos en el interior, aunque no lo exteriorizamos, o al menos eso intentamos. Porque no queremos hacer sufrir más a los que nos quieren, porque necesitamos salir adelante y pasar el bache cuanto antes, porque no queremos que los que nos han hecho daño disfruten de nuestro dolor… y otras razones más que nos hacen actuar así.
La palabra envidia viene del latín “in-videa”, que significa “el que mira mal”. Y es que hay veces que miramos mal a las personas deseando algo que ellos pueden tener y nosotros no. Hay veces que la felicidad del otro puede llegar a molestarte e incluso a hacerte sufrir, y esto se vuelve contra nosotros. Santo Tomás de Aquino lo refiere como “el dolor del bien ajeno”. Tendemos a generalizar y solemos decir que el mundo en el que vivimos está lleno de envidia, pero por norma nunca miramos dentro de nosotros, sino que es mejor mirar los defectos y debilidades de los demás.