Conviviendo con amor

Nos encanta vivir con las personas que amamos y siempre estamos dispuestos a dar la vida por ellas si fuera preciso. Si tuviéramos que definirlas seguramente todos diríamos que para nosotros lo son todo, que son importantísimas en nuestras vidas. Seguramente añadiríamos que somos felices con ellos pues lo más grande que nos ha regalado el Señor es nuestra familia.

Pero no todo es perfecto en nuestra vida familiar. Nuestro día a día no está exento de ciertos roces, cambios de humor y multitud de sentimientos que van y vienen. Somos seres humanos y hay muchas veces que entendemos perfectamente a los demás y otras no. Cuando surgen las desavenencias hay muchas veces que decimos al otro: “¡No te entiendo!” Porque a menudo se cometen los mismos fallos, se hacen los mismos gestos, se repiten las mismas actitudes o las manías se agudizan más. Hay que hacer un acto de paciencia, contar hasta diez si fuera preciso, y saber contenerse para no desesperar.

Tenemos que ser más prudentes y tener mucha calma para que los primeros impulsos no sean nuestra barra de medir, ya que luego nos sentimos fatal y tenemos remordimientos por lo que deberíamos de haber callado o hecho. Como creyentes hemos de tener clara una prioridad: hacer la voluntad de Dios que se nos revela en la Palabra y que nos lanza hacia una convivencia sana y auténtica en nuestra familia.

Estoy convencido de que cuando pasamos toda nuestra vida por el filtro de la Palabra de Dios todo es distinto pues el Señor nos habla y nos marca el camino que tenemos que seguir, siendo conscientes de que en muchas ocasiones no es tan fácil como nos gustaría. Jesús lo dice: «Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos». (Mt 7, 13-14). Este es la puerta estrecha por la que tenemos que pasar en nuestro día a día familiar, laboral, ocioso…, llenándonos de paciencia, serenidad, calma, temple, aguante, mansedumbre, perseverancia sosiego, tranquilidad…, además que son actitudes que nos cuestan pero que nos van haciendo cada vez más afables, profundos y sinceros.

La disciplina interior es importante, pues nos ayuda a mantener un estilo de vida concreto, permaneciendo firmes en nuestras ideas, criterios y propósitos. Y no dejándonos llevar por el desaliento, la desesperanza y los impulsos del momento que rompen la armonía a nuestro alrededor.

Al igual que el Señor nos habla cada día y tenemos que estar atentos para poder escuchar lo que Él nos dice, también tenemos que hacer lo mismo con quienes nos rodean. La base de una buena convivencia es el diálogo, expresando lo que uno siente y piensa sin dañar al otro, incluso en las situaciones molestas o desagradables en las que muchas veces nos sumergimos. Hay que estar despierto para que nada vicie nuestros ambientes, aunque en muchas ocasiones sea inevitable. El diálogo sincero, transparente y constructivo es lo que permite desbloquear estas situaciones que nos hacen sentir mal en nuestra familia.

Las auténticas relaciones se construyen siempre compartiendo las experiencias vividas, pensamientos y sentimientos, sabiendo dar a cada uno su tiempo y escuchando lo que te tiene que decir. Que nunca sea desde el reproche sino desde el amor y la presencia de Dios, pues así es como se puede dar el perdón y la comprensión verdaderas. Que Dios pueda habitar siempre en nuestros hogares y los bendiga siempre.