
Es bueno que frecuentemente nos preguntemos quién y qué influye en nuestra vida. Constantemente nos vemos bombardeados por inercias, actitudes, pensamientos, opiniones, sentimientos, acciones… que vamos asumiendo e interiorizando y nos ayudan a dar forma a nuestra forma de vida: empezando por nuestros pensamientos, sentimientos y percepciones y terminando por nuestra manera de actuar, que, a veces, incluso, nos juega malas pasadas porque nos puede hacer ver la realidad y la verdad de una manera distinta a lo que es. Por nuestra propia naturaleza humana somos vulnerables, porque nuestros estados de ánimo y nuestra forma de ver la vida va cambiando según los momentos en los que nos encontramos. Hemos de tratar de ser lo más objetivos posibles, para así no ser veletas dependiendo de los vientos y las corrientes que soplen en nuestras vidas. Merece la pena ser auténtico, aunque para ello hace falta tener mucha fuerza de voluntad para saber caminar contracorriente permaneciendo fiel a lo que uno cree que es su ideal de vida.





Dios va poniendo en nuestro camino personas que comparten nuestros mismos ideales, que tienen nuestras mismas inquietudes y que sienten el Evangelio como parte de su vida. No hace falta pasar mucho tiempo con ellas para darse cuenta de que existe una sintonía especial, pues el compartir un proyecto común desde la fe, hace que los corazones se unan. Todo fluye especialmente porque es el Señor quien actúa y es el Evangelio el que se va haciendo realidad en nuestras vidas. No hay mayor gozo para el creyente que poner en práctica la Palabra de Dios. Cada día es una oportunidad nueva para seguir haciendo el bien y para dejar que el Señor nos siga ayudando a seguir encontrándonos con quienes viven y comparten el mismo estilo de vida que nosotros. ¿Los reconocemos? ¿Nos reconocen? Nuestro testimonio personal debe ser quien hable por nosotros y nos una en este proyecto común de dar la vida por el Reino. Nuestros compromisos y nuestras opciones personales nos congregan en torno a la Eucaristía y esa llamada que nace de lo más profundo de nuestra alma nos lleva a entregarnos a Dios y a pensar en nuestro proyecto vital de una manera totalmente distinta a la que veníamos haciendo hasta ahora. Nuestras prioridades cambian, no por nosotros, sino por Dios, que nos sumerge en la clave del Amor total y gratuito, y que nos hace sentir privilegiados al ofrecernos totalmente a Cristo y al Evangelio.

