Año nuevo, vida nueva

 

“Año nuevo, vida nueva” solemos decir por estas fechas. Muchos son los propósitos personales que nos mueven en este comienzo de año, y que emprendemos con mucha determinación, convencidos de que con un año entero por vivir, podremos llegar a conseguirlos. El convencimiento que tenemos, la fuerza de voluntad que empleamos, la seguridad en nosotros mismos y la ilusión por querer cambiar y mejorar, son el mejor motor que nos lanza a alcanzar las metas deseadas. A nuestro motor interior hemos de saber alimentarlo cada día para no decaer, hacer las paradas pertinentes en los lugares adecuados para repostar y seguir avanzando a una velocidad adecuada que no nos desgaste demasiado y nos vaya apagando y consumiendo poco a poco. No dejes que el tiempo acabe apagando este deseo de cambio que tienes en estos momentos, al comienzo de este año nuevo que hoy inauguramos.

Que tus metas personales no vayan desencaminadas con tu equilibrio interior. Es necesario encontrar el equilibrio en nuestra vida, especialmente en nuestra interioridad, para poder desarrollarnos plenamente y sobre todo para seguir madurando y avanzando. Necesitamos dar pasos cada día, ir completando etapas, pasando páginas bien escritas en nuestro libro de la vida, buscando mejorar a cada paso y que nuestra historia sea cada vez más perfecta. Esta es la exigencia con la que debemos vivir, para no quedarnos estancados y sobre todo evitar el retroceder, desandando el camino recorrido. Es fácil entrar en esta dinámica cuando nos abandonamos y los esfuerzos realizados se pierden en la nada de nuestra indiferencia, apatía, comodidad y desmotivación personal en la que solemos caer a menudo.

Somos importantes y necesarios, pero no el centro. Dice el apóstol san Pablo: «Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que ya vivamos ya muramos, somos del Señor» (Rom 14, 7-8). Nuestra vida no nos pertenece, es del Señor. El Dios de la vida que quiere que nos impregnemos en todo momento del Evangelio de Cristo para llegar al encuentro con el Padre. En este encuentro con Dios es donde descubrimos cuál es la misión que Dios nos ha encomendado; confrontando nuestra vida con su Palabra es como sabemos lo que tenemos que hacer y hacia dónde ir; sintiéndonos discípulos de Cristo y responsables de la construcción del Reino de Dios en nuestros días es como viviremos con autenticidad y seremos signo y luz en nuestros ambientes cotidianos.

Desde la fe es un buen propósito para este año nuevo que estamos inaugurando. Ponte en las manos de Dios y entrégate a Él, para que sigas descubriendo y sorprendiéndote de todo lo que eres capaz de hacer al “ser del Señor”. Es con quien mejor puedes estar, nunca falla. Ser de su equipo, de su familia es el mayor de los regalos que has podido recibir en tu vida, porque te ofrece un camino de felicidad que merece la pena. El éxito no está exento de sacrificio, entrega y trabajo. No aspires a una vida de fe fácil y comodona, te llevará a la perdición. Si quieres vivir para Dios y encontrar el significado de “morir para el Señor” renuncia a todos tus planes y sueños y ponte en su presencia.

Pregúntale qué es lo que tienes que hacer y escucha lo que Él tiene que decirte. Dios nunca calla, siempre está hablando; pero has de aprender a hablar el mismo idioma que Dios. Se aprende en la oración, el silencio y la escucha. No te compares con nadie pero sí disfruta de cómo Dios actúa en la vida de quien tienes a tu lado. Ten claro que cada uno lleva su ritmo y necesita su tiempo de aprendizaje y de adaptación. Te garantizo, que cuando estés “viviendo para Dios”, te darás cuenta de que tus planes y sueños se han renovado y has comenzado un camino de felicidad y de vida que no querrás abandonar. Son las cosas de Dios.

Por esto te digo: “Año nuevo, vida nueva” en Dios, que es con quien siempre tendrás carta ganadora, aunque al principio “cueste trabajo cogerle el truco”. Feliz Año y que el Señor te bendiga.