Orden y perseverancia

¡Qué importante es para nuestra vida interior ser ordenados y perseverantes! El orden nos ayuda a mantener el equilibrio personal que nos hace ser mucho más diligentes y auténticos en nuestro día a día. Habituados a crearnos hábitos de conducta en nuestra vida de fe tenemos que ser más ordenados y perseverantes para que nuestra relación con el Señor sea cada vez más fluida. Todo es cuestión de práctica, y es así como en la oración empezamos a descubrir su importancia. Al principio a todos nos cuesta ponernos, sacar un momento del día, procurando que sea siempre a la misma hora y en el mismo lugar para establecer así una rutina, un hábito. Cuando comenzamos poniéndonos en la presencia del Señor seguramente la mente se nos vaya a otro lugar; nos cuesta trabajo concentrarnos; parece que Dios no nos habla ni escucha; no sabemos qué hacer ni como rezar porque andamos como perdidos.

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La alegría del Señor

Nos gustan compartir los momentos de felicidad y de alegría con las personas más cercanas a nosotros. Sabemos que la alegría no dura siempre, pero hemos de saber mantenerla, porque humanamente nos aportan muchas más vivencias positivas que negativas. Hay veces que la tristeza llega a lo más profundo de nuestro corazón, especialmente cuando hemos dado todo nuestro tiempo y nuestros esfuerzos a un proyecto que luego no ha dado el resultado que esperábamos, no por nosotros, sino porque nos vemos superados por las circunstancias de nuestro entorno.

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Rezamos a Dios

Siempre hay momentos en los que nos podemos sentir solos, abandonados… como si Dios se hubiese olvidado de nosotros o como si no nos escuchara, porque el problema o la situación que estamos viviendo es tan difícil y dura que parece como si Dios no estuviera a nuestro lado. Hemos de tener claro que si nos sentimos abandonados por Dios en algún momento o etapa de nuestra vida, es porque nos hemos alejado de Él, de tal manera que nos resulta difícil entablar una relación fluida con Él cuando lo necesitamos.

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¿Quién saca lo mejor de ti?

Es una alegría tener personas que te ayuden a sacar lo mejor de ti. Te invito a que en este rato que vas a ocupar en leer estas líneas pienses en esas personas que a lo largo de tu vida sacan lo mejor de ti y te hacen sentir bien. La verdad que somos afortunados al tener a nuestro lado familiares y amigos que nos ayudan a dar lo mejor que tenemos dentro, sacando nuestra ternura, nuestra capacidad de amar. Necesitamos expresarnos y ser felices en todo lo que hacemos y decimos, y no podemos quedarnos estancados en situaciones que no nos ayudan a caminar. Hemos de caminar dando lo mejor de nosotros mismos a quienes nos rodean. La alegría del encuentro con Cristo nos ha de ayudar a transformar tantas situaciones oscuras de nuestra vida que nos permiten ni crecer ni avanzar.

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Estar a la altura

A todos nos gusta estar a la altura de lo que esperan de cada uno. Queremos hacer las cosas siempre lo mejor posible para que no puedan decir nada de nosotros; para que estén contentos con lo que nos encomiendan y con nuestro trabajo. Son muchos los malos ratos que nos llevamos personalmente cuando no estamos a la altura y lo pasamos mal. Continuamente vamos buscando constataciones de los demás o de nuestro entorno para cerciorarnos de que estamos haciendo lo correcto y de que es de su agrado. Lo necesitamos.

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No tengas miedo

Bien sabemos que el miedo paraliza y bloquea. Quien se ve superado por el miedo está totalmente vulnerable y a merced de este; puede hacer con nosotros, en esos momentos, lo que desee. Nos encontramos a su merced, totalmente vencidos. Tener la capacidad de escuchar a los demás en un momento de pánico, es una virtud que puede ayudarnos más de lo que imaginamos, pues tendríamos lucidez para discernir qué es lo más conveniente en un momento así. Muchos son los momentos donde los demás nos gritan, pero el pánico hace que estemos totalmente sordos y no escuchemos nada más que el latir de nuestro corazón atemorizado porque no siente nada, solo la inseguridad provocada por lo que tanto daño nos hace.

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Hacia la verdad

La Palabra de Dios es clara y tajante, no da lugar a dudas. Aunque la queramos acomodar a nuestros intereses o a nuestra conciencia, es esa espada afilada que corta todo lo que se pone a su paso. Hay veces que la cerrazón humana no nos deja ver más allá. Tener la verdad delante de tus ojos y no querer acercarte a ella es pagar un precio demasiado alto por mantener la conciencia bien acomodada al plan de vida que uno se ha proyectado para sí. Pero hemos de tener claro que nuestra vida no es para nosotros, es para los demás, pues sin ellos no podemos obtener la felicidad. Buscar la felicidad para ti mismo es empobrecerla demasiado, yo diría que es prácticamente imposible, pues todos necesitamos personas a nuestro lado con quienes hablar, compartir…, sabedores que por muy autosuficientes que nos creamos, necesitamos de ellos directa o indirectamente. Así es la vida del ser humano, para sobrevivir de pequeño necesita de la protección y atención de sus mayores; siempre hay cosas que por mucho que queramos no podemos hacer solos, y esto sí que es un palo grande para nuestra autosuficiencia.

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Dios y sus cosas

Sé tu mismo y no te esfuerces por aparentar más de lo que eres o por conseguir objetivos que se salen de tu campo de acción a cualquier precio. Sabemos, por experiencia, que hay personas que se aprovechan de los demás, de las circunstancias, para conseguir lo que se proponen sin mirar el precio humano que tienen que pagar: tanto personal, por lo que se traicionan a sí mismos, como por los demás, utilizando a las personas para sus propósitos sin importarles cómo se sienten y si son solo instrumentos para llegar a su fin. Esto nos deshumaniza y nos empobrece como seres humanos, pues hiela nuestro corazón y dejamos de sentir por los demás. Sólo importa mantenerse y agradar a quien ostenta el poder.

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Sobre los malos pensamientos

Hay veces que se nos pasan malos pensamientos por nuestra mente. Son esos pensamientos fugaces que en ocasiones son difíciles de controlar y que turban nuestra paz por momentos. Sabemos el esfuerzo que nos supone tener la mente limpia y pura, sin contaminar, por ninguna falta ni remordimiento. Todos deseamos esa paz pura y verdadera que queremos tener en nuestro corazón. Para ello es importante saber dominar nuestra mente y controlar su forma de interpretar automáticamente todo lo que pasa por ella. En el evangelio tenemos casos concretos donde Jesús escruta el pensamiento de los fariseos cuando en su interior le juzgan a él mismo y a los demás (cf Mt 12, 25), porque perdona los pecados, expulsa demonio o acoge a los pecadores. No hace falta verbalizar lo que pensamos para tener estos pensamientos de juicio o de malos deseos hacia los demás. Salgamos con la ayuda de la fe de esta dinámica. Dejémonos ayudar por Jesucristo que quiere estar siempre presente en nuestra vida y que permanezcamos unidos a Él.

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Llamando a Dios

A menudo me imagino ver la vida desde el cielo; cada uno desarrollando nuestras labores cotidianas, con nuestras historias personales, problemas, agobios, preocupaciones, pensamientos…, que nos quitan energías y hacen que no demos lo mejor de nosotros mismos. Y contemplando desde esa altura, descubro que somos “hormiguitas” inmersos en nuestros quehaceres, intentando llevar la vida lo mejor que sabemos. Conocidos en nuestro entorno y desconocidos para la inmensa mayoría del mundo. Así es la vida, y con la “motita” de universo que nos ha tocado cuidar es donde tenemos que dejar nuestra impronta, compartiendo cada día nuestra vida. A pesar de nuestra pequeñez, comparados con la inmensidad del universo, Dios nos sigue mirando enamorado de cada uno. Es un regalo el poder sentir cada día su amor, y ahora hemos de ser conscientes de la importancia de mantenerlo fresco en cada momento. Hemos de renovarlo para que no nos quedemos estancados en nuestra capacidad de amar. Hemos de aprender ese movimiento de vaciar nuestro corazón de amor, para luego llenarlo de Dios… y así sucesivamente.

Mientras seamos capaces de entregarnos cada día, dando la vida y vaciándonos en el amor hacia los hermanos, para luego buscar un momento en nuestra jornada, para llenarnos nuevamente del Amor infinito de Dios, podríamos decir que estamos vivos, en tensión espiritual; porque en el momento en el que dejemos de ponernos en la presencia del Señor, porque no tenemos tiempo o no nos acordamos, en ese momento empezaremos a retroceder, a perder nuestra fe, a quedarnos anquilosados y estancados en lo de siempre, sin capacidades para avanzar y vivir siempre en la excelencia del Amor de Dios que es a lo que debemos aspirar; mucho más si tenemos como modelo a Jesucristo en la Cruz. Él ha dado la vida por nosotros, y nos llama cada día a que sigamos su ejemplo, a que entreguemos la vida hasta el final. Esto depende sólo de nosotros y de la capacidad de entrega que queramos tener. No aspires a lo mínimo para no quedarte en la mediocridad. Aspira a lo máximo, para que desde tus imperfecciones, sea el Señor quien te marque el camino y te ayude a seguir amando de verdad.

 

Las tentaciones siempre las vas a tener presentes, para que te olvides de Dios y vivas totalmente apegado a lo superficial, rechazando todo compromiso y viviendo según tus intereses y beneficios personales. Esta historia va contigo, has de vivirla en primera persona. No escurras el bulto esperando que sean los demás quienes comiencen, pues cada uno terminaremos dando cuenta a Dios de todo lo que hemos realizado. Un aviso importante nos da el apóstol San Pablo cuando dice: «Huye de las pasiones juveniles. Busca la justicia, la fe, el amor, la paz junto con los que invocan al Señor con el corazón limpio» (2 Tim, 2, 22). Las tentaciones siempre van a estar al acecho, esperando a que se manifiesten nuestras debilidades. Es necesario pararse a reflexionar para que nuestro corazón limpio pueda elegir lo mejor. Sé bueno, para desechar de tu vida todo pecado, todo aquello que te aparte de Dios y de los hermanos, sabiendo que Dios quiere que tengas un corazón limpio para obrar bien.

Que tu fe no sea volátil. Hay veces que en la vida de fe nos proponemos retos preciosos que se quedan solo en buenas ideas, porque no somos capaces de ponerlos en práctica. Nuestra vida no puede funcionar así. Hemos de buscar la coherencia personal en todo momento, sabiendo que aquello que pensamos en nuestro interior hemos de vivirlo para que nuestra vida adquiera plenitud. Aunque nadie se entere, se coherente, vive conforme quiere Dios, sirviendo y dando tu vida por los demás. Así tu paso por este mundo habrá merecido la pena porque habrás dejado tu huella marcada en los corazones de quienes te rodean. Y esto te permitirá ponerte delante de la presencia de Dios, siendo consciente de que has cumplido la misión que Jesús te ha encomendado… y que no quedará sin recompensa. Que Dios te ayude y te ilumine.