Dios y sus cosas

Sé tu mismo y no te esfuerces por aparentar más de lo que eres o por conseguir objetivos que se salen de tu campo de acción a cualquier precio. Sabemos, por experiencia, que hay personas que se aprovechan de los demás, de las circunstancias, para conseguir lo que se proponen sin mirar el precio humano que tienen que pagar: tanto personal, por lo que se traicionan a sí mismos, como por los demás, utilizando a las personas para sus propósitos sin importarles cómo se sienten y si son solo instrumentos para llegar a su fin. Esto nos deshumaniza y nos empobrece como seres humanos, pues hiela nuestro corazón y dejamos de sentir por los demás. Sólo importa mantenerse y agradar a quien ostenta el poder.

Haz las cosas de corazón sabiendo que lo que haces nace de lo más profundo de ti, buscando siempre el ayudar y favorecer al otro. Quien piensa así, llega a olvidarse de él mismo para pensar en la clave de la segunda persona (tú y vosotros). Hace un tiempo me decía una persona que quienes obran así muchas veces se perjudican a sí mismos, porque en muchas facetas de su vida aparcan, que no olvidan, el estar pendientes de ellos mismos, porque los son prioritarios antes que uno.

Y la vida te sorprende cuando menos te lo esperas, porque te das cuenta que cuando actúas movido por el altruismo, por el corazón, tratando de ayudar, promocionar y potenciar a los demás, al final el Señor te devuelve el ciento por uno, y cuando menos te lo esperas. Son los caramelos del Señor y las alegrías que Dios te da. Así, a bocajarro… y que te hacen sentir que verdaderamente lo importante es sembrar y dejar que sea el Señor que se encargue de la cosecha y de darte el ciento por uno. Así es como lo dice Jesús en el Evangelio: «Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto te recompensará» (Mt 6, 3). Todo lo que hagas hazlo por amor, sin esperar nada a cambio, sin que nadie lo sepa, con el único afán de ayudar, de promocionar a las personas, dando lo mejor de ti y haciendo todo lo que esté en tu mano para que los demás puedan servirse de ti y ser felices. No te pongas nunca medallas, ni mucho menos en tu nombre propio (eso es orgullo y vanidad). Respeta la libertad de las personas para que ellas decidan y reza por ellas para que la vida les sonría.

No podemos prever si la vida nos sonreirá siempre o no. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que somos limitados, mortales e imperfectos… por eso decimos que la felicidad es efímera; cierto es que no podemos controlar la duración temporal de nuestra felicidad, pero sí que podemos contar con los medios que utilizamos para controlar un poco más la rapidez con la que la felicidad pasa por nuestra vida, para ralentizarla y disfrutar del gozo pasajero un poco más de tiempo. Que tus esfuerzos no vayan en esa dirección. Te aconsejo que dejes que sea el Señor quien controle esos tiempos, para que así la plenitud llegue a tu vida y puedas saborearlo todo más y mejor. Ya sabes que Dios nunca falla y que siempre cumple, es hora de ponerte en sus manos y constatar con tus pobrezas que Dios las puede transformar en el mayor de los regalos y tesoros que Él nos puede proporcionar. Sentir ese amor por Dios y por los regalos que nos da, hace que nos enamoremos mucho más de lo que Él nos concede. Y nuestro corazón está mucho más que agradecido, pues descubre la importancia de la plenitud, que es algo mucho más grande, y que quien lo siente y lo vive así bien sabe lo que es.

Lo que haces sinceramente y con amor, al final vuelve hacia ti, porque te sale del corazón. Y si actúas con el corazón y en el nombre del Señor, al final te lo devuelve y con creces… en Su tiempo, no en la medida de nuestro tiempo.

A ti, que estás leyendo esto te doy las gracias, por volver a hacerte presente, por buscar y compartir conmigo tu experiencia de vida. Es cierto que Dios escribe derecho en renglones torcidos, pero siempre nos da la oportunidad de que también nosotros escribamos derecho, a pesar de nuestras pobrezas y limitaciones, pero hay que intentarlo. No sirve solo la buena voluntad y los grandes propósitos, hay que comprometerse e implicarse. Seguro que con la ayuda de Dios lo conseguirás.

AMÉN