En la alegría a pesar de las contrariedades

Vivir con alegría es uno de los grandes propósitos que todos tenemos en nuestra vida. Hay veces que nos mostramos más vulnerables ante las situaciones que se nos presentan y que nos contrarían fuertemente, y que hacen que nos enfademos, estemos de mal humor y reneguemos de nuestros mismos y de lo que nos rodean, aunque solo sea momentánea y rápidamente nos arrepintamos. Somos conscientes de las idas y venidas de nuestros sentimientos, que tantas veces condicionan nuestro estado, carácter y día a día. Dependiendo cómo nos levantemos en muchas ocasiones, así afrontamos nuestras jornadas. En muchas ocasiones nos esforzamos por enderezarlas porque sabemos bien que no podemos estar todo el tiempo de mal humor y enfadados.

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¡Feliz Año Nuevo con Jesucristo!

Hemos comenzado este Año Nuevo con mucha ilusión y muy buenos propósitos para dar un giro a nuestra vida, que tan necesario convenimos y creemos. Renovarnos, reconstruirnos y retomar las actitudes de las mejores etapas de nuestra vida siempre es un buen aliciente para iniciar y, sobre todo, mantener el camino que nos lleve a ser lo que queremos y a realizar todas nuestras ilusiones y proyectos. Para ello es fundamental tener fuerza de voluntad y perseverar. Ya lo dice Jesús en el Evangelio: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lc 21, 19).Es la manera de crearnos hábitos de vida que nos ayuden a poner en práctica tantas buenos ideales e intenciones que estamos deseando hacer vida. Así es como comienza la propia realización personal, cuando vivimos como pensamos y somos coherentes en todos los ámbitos de nuestra propia vida. No podemos cojear, y para ello debemos estar atentos, siendo realmente conscientes de que lo más fácil es que la rutina, la pereza y la comodidad nos vaya venciendo en esta continua lucha interna que tenemos en dentro cada uno.

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¿Qué enfoque estás dando a tu vida?

Jesús se retiraba frecuentemente a la montaña, solo, a orar (cf. Lc 5, 16), tenía la costumbre de ir a solas porque allí se encontraba con el Padre y tenía esa comunión íntima de amor, esencia de la Santísima Trinidad. Esa comunión de Amor Perfecto es la que Cristo nos transmite, teniendo especial predilección por los humildes y sencillos: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las ha revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien» (Mt 11, 25-26). Los que mejores sintonizan con Dios son los sencillos, porque lo anhelan y necesitan de su ayuda y de su consuelo. Su actitud siempre es de acogida, descanso, abandono y disponibilidad para lo que el Señor les propone. Se fían de Él porque tienen el corazón y el alma sencillos; los prejuicios hacia los demás y hacia la vida misma son menores; su manera de entender y de vivir es más sencilla y eso les permite abrir más pronto el corazón a Jesús y confiar en Él. Confiar en Dios les resulta mucho más fácil, porque el Padre les revela su amor a través de su Palabra y de su vida entera. 

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Sé un discípulo alegre

Dios te ha elegido para que seas su discípulo, su enviado. Piensa qué es lo que te impide ser tú mismo y actuar en el nombre del Señor. Las principales trabas que ponemos a Dios en nuestra vida son fruto de nuestros miedos, inseguridades y falsos respetos humanos, que no nos permiten darle al Señor lo mejor de nosotros mismos. Son muchas las veces que nos quedamos con ganas de darle y de entregarnos más a Él, porque sabemos que, en nuestra vida de fe, aún tenemos mucho margen de mejora. No tengas ningún miedo a dejarte tocar por el Señor. Es apuesta segura y ningún esfuerzo que hagas por Él quedará sin recompensa. Tenlo claro y cuéntale todo lo que te ocurre con toda la sinceridad tu corazón. No te guardes nada porque te está esperando en el monte Tabor. No hay que irse a buscarlo muy lejos. Basta con ir al Sagrario y estar allí en silencio, contemplando la maravilla más hermosa que puedes tener ante tus ojos. Aquí no se trata de que seas tú quien mire, sino que te dejes mirar por Jesús que quiere entregarte todo su amor para que desbordes, para que te sientas anonadado y sobrecogido ante tanta grandeza, ante el amor más puro y auténtico que puedes llegar a sentir en tu vida. Serás consciente, entonces, de que el tiempo ya no importa, porque tu alma se funde con la de Dios, y querrás que todo se pare para disfrutar y saborear ese momento único e irrepetible, siendo a la vez consciente de que, a pesar de tus miserias, Dios quiere ayudarte a transformarlas para que madures en tu fe y cada encuentro con Jesús esté lleno de vida.

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Has de ver cosas mayores

El Señor siempre cuida a los que se ponen en sus manos. Hay veces que no entendemos porqué Dios pone dificultades y sorpresas en nuestro camino, sin comprender en primera instancia qué es lo que se propone con nuestra vida; pero es cierto que cuando estás totalmente abandonado en sus manos, lo que te desconcierta y descoloca, con el paso del tiempo vas constatando que lo has vivido ha merecido la pena y tomas conciencia de cómo el Señor te cuida, te guía y va por delante de ti; entonces te das cuenta de lo grande que es y cuántas gracias tienes que darle por cómo va dirigiendo tu vida día a día sin apenas darte cuenta. 

Son muchos los momentos que no vemos con claridad, las veces que creemos que ante nuestras dificultades no tenemos salidas, aparentemente. Aunque no entandamos nada, Dios siempre está ahí, sosteniéndonos y cuidándonos,pendiente de cada uno y dispuesto a darnos lo que necesitamos. Es importante saber abrirle la puerta de nuestro corazón y nuestra alma para que pueda entrar de lleno en nuestra vida y ayudarnos a sobreponernos y salir adelante. Lo normal es que nos cerremos en banda, nos bloqueemos y obsesionemos con nuestra situación, porque nos sentimos agobiados, desbordados y en un callejón sin salida. Nuestra mente se embota y no dejamos de pensar ni preguntarnos. Encerrarnos en nosotros mismos y obsesionarnos con nuestra angustia y sufrimiento, lo único que va a suponernos es un vacío más grande y un malestar mayor.

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Seguir la flecha. Camino de Santiago (I)

Acaba la primera jornada del Camino de Santiago, llena de buenas sensaciones y con la alegría de haber realizado la primera etapa, entre Ponferrada y Villafranca del Bierzo. Nada más salir del albergue solo una preocupación, encontrar la primera flecha que nos adentrara en el mundo del Camino de Santiago. No ha sido difícil porque ya nos habían explicado lo que teníamos que hacer en el albergue para coger la ruta, pero la incertidumbre de salir de la ciudad y no ver las flechas con tanta premura, han dado paso a los primeros pasos de inseguridad, por si íbamos o no en la dirección correcta. 

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Jesús te conoce y te ama

Jesús te conoce y te ama. Él ha dado la vida por ti y nada de lo que haces y dices le resulta extraño, pues bien sabe cómo eres, no hace falta que le des muchas explicaciones para que sepa lo que sientes y piensas. Eres parte de su familia y también lo eres de su vida. No quiere que le trates como jefe, sino más bien como compañero de camino, siempre fiel y a tu lado. Escucha cómo te llama por tu nombre; siente su mirada tierna y cercana que te hace sentir en la verdadera paz y tranquilidad; aprende a descansar en Él para que sientas la mayor de las seguridades de tu vida. No sentirás igual de bien con nadie excepto con Él, porque sabe hacer las cosas de una manera especial. Es tu Señor y siempre te sorprende, porque el Señor no es previsible, excepto en el amor y la misericordia; ahí si que sabes cómo va a reaccionar siempre, pero de planes, de caminos y de futuro, lo mejor que puedes hacer es ponerte en sus manos y dejar que te guíe; porque los caminos de Dios no son nuestros caminos (cf. Is 55, 8-9).

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Un encuentro con el Resucitado

Las desesperanzas y fracasos de la vida hacen que caminemos tristes, desorientados, cabizbajos, confundidos…; es como si fuera volver atrás con la sensación de que todo es un desastre y de que no hay solución ante los problemas. La esperanza no se encuentra y parece que la desesperación se empieza a hacer fuerte en nuestra vida. Esto es lo que les ocurrió a los discípulos de Emaús, cuando regresaban a sus casas; todo estaba perdido, sus aspiraciones habían desaparecido con Jesús crucificado. No podían dar crédito a que Jesús, que había hecho tantos milagros, terminase en la cruz de la vergüenza; no podían entender que Dios no salvase a su propio Hijo de una muerte tan infame. La Cruz se había convertido para ellos en una decepción de la idea que Jesús les había transmitido de Dios; todas las ilusiones que habían nacido al lado de Jesús se habían desvanecido y los ojos nuevos con los que habían aprendido a mirar la vida desde el Evangelio de Cristo se habían cerrado con la losa del sepulcro. 

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Obedece a Dios y no a los hombres

Mantenernos fieles a la Palabra de Dios y vivirla con radicalidad es exigente y a veces difícil, porque el nivel de renuncia que hemos de tener hace que tengamos que negarnos a nosotros mismos, y no siempre estamos dispuestos. Dice el apóstol san Pedro: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29) cuando el Sanedrín quiere prohibirle que predique a Jesús Resucitado. Caminar contracorriente, ser auténtico a tus ideas y a tus deseos muchas veces hace que camines solo y que no sientas el apoyo de nadie. Esta es la libertad de los hijos de Dios que quieren vivir su fe y cumplir los mandatos del Señor, porque nos llevan al camino de la felicidad, de la plenitud. Obedecer a Dios cuesta, pero nos permite ser verdaderamente libres, porque nos permite dejarnos llevar por el Espíritu de Dios a donde quiera y reconocer su presencia en cada persona con la que nos encontramos. Obedecer a Dios es reconocer la verdad y no quedarnos estancados en el conformismo que hace que bajemos los brazos y nos dejemos llevar por lo que piensan los demás, arrastrados a unas dinámicas que nos debilitan y hacen más vulnerables ante las tentaciones que nos asaltan.

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¿Buscando al Resucitado?

Buscar al Señor en nuestra vida es una tarea intensa, es una iniciativa que no podemos descuidar para que la relación que tengamos con el Señor sea lo más cercana posible. Las mujeres, cuando el primer día de la semana se encaminaron hacia el sepulcro, iban a encontrarse con un hombre muerto, que había llegado al final trágico de su vida. Cierto que la muerte para el ser humano es una tragedia, pero Dios se encargó de transformar esta en un momento de esperanza y alegría. Las mujeres se encontraron el sepulcro vacío, porque los frutos de la muerte nos llevan al vacío, a la oscuridad, a la nada. Ante esto se encontraron con la pregunta del mensajero de Dios, a la entrada del sepulcro: «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado» (Mc 16, 6).  Las sorpresas que nos da la vida, como a las mujeres al llegar al sepulcro y ver la piedra corrida y al mensajero a su entrada, les produjo temor, incertidumbre, preocupación. Piensa por un momento cuáles son tus miedos, lo que te paraliza, te hace temblar. Pide a Dios que sea tu seguridad, el principal apoyo de tu vida que te haga caminar con ánimo y convencimiento, para que tengas siempre actitud de búsqueda, deseo de estar con Él. Para las mujeres y los discípulos la Cruz ya es pasado y la Resurrección, la vida en Dios es el presente, la actualidad.

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