La alegría del Señor

Nos gustan compartir los momentos de felicidad y de alegría con las personas más cercanas a nosotros. Sabemos que la alegría no dura siempre, pero hemos de saber mantenerla, porque humanamente nos aportan muchas más vivencias positivas que negativas. Hay veces que la tristeza llega a lo más profundo de nuestro corazón, especialmente cuando hemos dado todo nuestro tiempo y nuestros esfuerzos a un proyecto que luego no ha dado el resultado que esperábamos, no por nosotros, sino porque nos vemos superados por las circunstancias de nuestro entorno.

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La experiencia de nuestros mayores

Toda una vida entregada merece su reconocimiento. Las personas que lo han dado todo merecen un agradecimiento por parte de la sociedad, ya que, directa o indirectamente, hemos recibido nuestra parte de herencia gracias a los beneficios que en su momento aportaron su productividad y eficacia, siendo totalmente conscientes de que lo que hoy tenemos es fruto de lo que ellos lucharon. Lo lleva avisando y denunciando el Papa Francisco desde que comenzó su Pontificado: la sociedad de hoy en día está tan pendiente de la productividad y vive con tanta rapidez, que todo lo que suene a mayor, antiguo y anciano, automáticamente y por norma lo descarta. Esta es la dictadura de la cultura del descarte en la que nos hemos sumergido. Las prisas con las que vivimos han hecho de nosotros seres impacientes, incapaces de mirar con calma la vida, de pararnos para cultivar nuestra interioridad, porque la postmodernidad nos ha sumergido en el mundo de la inmediatez y de la efectiva productividad. Hemos perdido esa capacidad de contemplar la vida y la hemos sustituido por la deshumanización del hombre a través del rendimiento y eficiencia económica y productiva: tanto aportas, tanto vales.

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La sonrisa de Dios

A todos nos encanta ver a los nuestros sonreír, siendo felices con lo que están haciendo. Disfrutamos mucho cuando los vemos así. Nos gusta encontrarnos con personas afables, que te escuchan con dulzura y delicadeza, que te sonríen al encontrarse contigo y te transmiten alegría, porque su corazón y su interior la desborda. Reír nos transmite positividad, un buen sentido del humor que nos hace mirar la vida con optimismo, dando a cada cosa lo que merece y no dramatizando, para así evitar caer en la tristeza y perder la alegría.

Si echamos una mirada a nuestro alrededor cuando vamos por la calle o en cualquier transporte público podemos ver muchos rostros serios, tristes y angustiados de muchas personas, que por sus problemas personales y estados de ánimo reflejan la dureza de su vida, sumergidos en una tristeza, angustia e impotencia, que los convierten en víctimas del dolor y del sufrimiento. Hay veces que cuesta sonreír, porque nos vemos superados por las circunstancias, pero no podemos perder la esperanza, para que con lucha y tesón superemos las dificultades. La solidaridad y el apoyo de los que caminan a nuestro lado es fundamental, para avanzar y poder recuperar esa sonrisa en nuestra vida que nos permita mirar con ilusión y nuevos ojos el futuro que nos aguarda. El optimismo y la confianza en uno mismo tiene la capacidad de hacernos cambiar y superarnos interiormente, incluso cuando nadie apuesta por nosotros.

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Cantar las maravillas del Señor

Crecer en la ilusión, crecer en la fe y poder compartirla. Es todo un camino que merece la pena a pesar de las dificultades con las que te puedes encontrar. No te rindas, no te dejes llevar por la pereza o por la comodidad que tanto daño hacen a nuestro crecimiento personal. La vida está llena de muchos momentos y casi siempre somos conscientes de ellos cuando los estamos viviendo, especialmente cuando las etapas son duraderas. Hay etapas en las que no nos encontramos en nuestro mejor momento y otras en las que tenemos un deseo enorme de hacer grandes cosas. Lo importante es que de todo saques una enseñanza para tu vida que te ayude a dar lo mejor de ti a los demás.

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