Dios es consuelo

Hay veces que nos creemos “superhombres”, capaces de todo, de conseguir lo que nos proponemos, de tirar hacia delante con todo lo que la vida nos va poniendo en nuestro camino, de poder con todo lo que “nos echen encima y más” sin la necesidad de nadie. Caemos con mucha facilidad en la tentación de la autosuficiencia, pensando que nosotros mismos podemos con todo y no necesitamos ningún tipo de ayuda de los demás. Terminamos guardándonos tanto en nuestro interior que al final terminamos desbordados, sobrepasados y con tantos sentimientos encontrados dentro de nuestro corazón, que terminamos reventando por donde menos esperamos y con quien menos se lo merece, haciendo pagar a quien muchas veces no tiene culpa, por nuestra incapacidad de centrarnos y hacer lo correcto en cada momento.

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Hacerse a la idea

Hay veces que cuesta demasiado trabajo hacerse a la idea de lo que es repentino y sorprendente porque provoca un gran sufrimiento y dolor en nuestras vidas. Aceptar lo que la vida nos trae cuesta demasiado trabajo. La Virgen María también lo tuvo que experimentar en su propia carne cuando contemplaba a su hijo en la cruz después de haber sido torturado y maltratado por los soldados romanos. Una espada le atravesó el corazón sumergiéndola en el mayor de los dolores, especialmente en el momento de tener el cuerpo sin vida de su hijo en sus brazos. No hay mayor dolor que tener que hacer lo contrario de lo que la naturaleza ha dispuesto: que un padre y una madre entierren a su hijo. ¿Cómo hacerse a la idea de algo tan doloroso y desgarrador? María lo pasó muy mal, sólo quien ha sufrido en su vida algo tan duro puede saber cómo se sintió María. El resto de personas nos lo podemos imaginar solamente, no llegaremos nunca a ser conscientes de ese verdadero dolor.

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Huellas en el corazón

Hay personas que dejan huella en nuestra vida, porque han sido importantes para nosotros. Las necesitamos porque sacan todo lo bueno que hay en nuestro interior, nuestra mejor cara, todo el potencial que tenemos dentro. Estas personas se convierten en necesarias en nuestra vida y gracias a nuestra capacidad de amar, somos capaces de entregarles nuestro corazón. Siempre buscamos el amar y sentirnos amados. La reciprocidad en el amor es necesaria, porque así es como se alimenta, en ese movimiento de salida de ti mismo y entrada en ti mismo. Es lo mismo que dijo Jesús a los discípulos después de resucitar: «Id, pues, y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20). Actuar por amor es predicar el Evangelio cuando somos capaces de ir al encuentro del hermano, saliendo de nosotros mismos para darles lo mejor que hay en nosotros: nuestra capacidad de amar.

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Amar y sentir

Todos nos sentimos orgullosos de nuestra familia, de lo que nuestros mayores nos han enseñado, de los apellidos que tenemos, del pueblo en el que nos hemos criado y las costumbres, hábitos y devociones que hemos ido aprendiendo desde pequeños y que poco a poco han ido calando en nuestro corazón, hasta hacerlo parte de nuestra vida. Cada año solemos repetir celebraciones, efemérides, fiestas… y un sin fin de vivencias, que nos permiten reafirmar nuestro sentido de pertenencia y fortalecer aún más si cabe nuestras propias raíces. Esto nos ayuda a forjar también nuestra identidad personal, que nos ayudará a mostrarnos ante los demás sabiendo lo que somos y compartiendo con autenticidad nuestros propios ideales, pues los tenemos tan marcados en nuestro interior, que cuando nos mostramos a los demás, salen solos, sin necesidad de esforzarnos.

El sentido de pertenencia hace que también creemos afectos con lo que es nuestro, y le pongamos nombre. Un ejemplo claro es el nombre que se le pone a los hijos; también a lo material, le damos ese sentido de pertenencia al decir: mi casa, mi teléfono, mi coche, …; nos preocupamos si le pasa algo a lo nuestro y nos preocupa mucho menos si no es nuestro. Lo que es innegable es que todos necesitamos sentirnos identificados: con nuestra familia, nuestra tierra, nuestro país, nuestra fe. Porque el sentido de pertenencia nos permite formar parte…, compartir ideales, sentimientos, proyectos… los cuales nos llenen de ilusión y de ganas de crecer.

Sentirte identificado con tus raíces es llevarlas allá donde estés y mostrarte tal cual eres, sin dejarte manipular por el entorno que te rodea y manteniéndote fiel a lo que desde pequeño has conocido y te han inculcado. Por eso desde nuestra fe cristiana debemos mantenernos firmes y fieles a lo que nuestros mayores nos han inculcado y hemos recibido. En esta sociedad de hoy en día, que se enorgullece de presumir de la ausencia de Dios, hemos de ser testigos de tanto bueno como Dios hace en nuestras vidas. Aunque tengamos que caminar contra corriente y nos encontremos solos. No lo estamos, Dios está con nosotros, dándonos la firmeza para mantenernos de pie ante las corrientes que nos oprimen e intentan hacer desaparecer todo aquello relacionado con Dios.

Nos dice el apóstol san Pablo: «Vigilad, manteneos firmes en la fe, sed valientes y valerosos. Que todo lo vuestro se haga con amor» (1 Cor 16, 13-14). Cuando nos sentimos plenamente identificados  con nuestra raíces, con lo que somos… damos lo mejor que tenemos en nuestro interior, es más, no hace falta hacer grandes esfuerzos para que todo lo bueno que tenemos fluya en nuestra vida. La vida de fe, el amor que ponemos en lo que hacemos, nos permite saborear la autenticidad de nuestra vida, siendo capaces de compartir todo lo sencillo y auténtico que tenemos en nuestro interior. Por eso hemos de estar atentos, para que nada nos quite lo auténtico de nuestra vida. Hay veces, que, sin quererlo renunciamos a lo que somos porque nos vemos superados por lo que hemos de vivir y lo que nuestro entorno está viviendo también. Por eso hemos de ser firmes, de mantenernos “firmes en la fe”, teniendo el coraje (la valentía) suficiente para no sucumbir a lo que nos llama, a lo que nos impide vivir la fe de una manera auténtica, siendo fiel a lo que Jesús nos dice desde la Cruz: amar y perdonar.

Aquí está la clave de nuestra vida… Amar y dejar que todo lo que hagamos sea por amor, porque Dios nos tiene totalmente implicados y nos hace partícipes de su proyecto de vida y de amor. Por eso, llena tu vida de amor, para que tengas claro, que la vida en Dios es una vida llena de frutos de amor.

 

La experiencia de nuestros mayores

Toda una vida entregada merece su reconocimiento. Las personas que lo han dado todo merecen un agradecimiento por parte de la sociedad, ya que, directa o indirectamente, hemos recibido nuestra parte de herencia gracias a los beneficios que en su momento aportaron su productividad y eficacia, siendo totalmente conscientes de que lo que hoy tenemos es fruto de lo que ellos lucharon. Lo lleva avisando y denunciando el Papa Francisco desde que comenzó su Pontificado: la sociedad de hoy en día está tan pendiente de la productividad y vive con tanta rapidez, que todo lo que suene a mayor, antiguo y anciano, automáticamente y por norma lo descarta. Esta es la dictadura de la cultura del descarte en la que nos hemos sumergido. Las prisas con las que vivimos han hecho de nosotros seres impacientes, incapaces de mirar con calma la vida, de pararnos para cultivar nuestra interioridad, porque la postmodernidad nos ha sumergido en el mundo de la inmediatez y de la efectiva productividad. Hemos perdido esa capacidad de contemplar la vida y la hemos sustituido por la deshumanización del hombre a través del rendimiento y eficiencia económica y productiva: tanto aportas, tanto vales.

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In memoriam

Agarrarse al Señor en los momentos de mayor dolor es lo que siempre predico y digo. Hoy de manera muy especial quiero agarrarme a Él. Ayer jueves una trágica noticia sorprendió a toda mi familia. Mi primo Manolo, trabajando en su campo, falleció repentinamente. Es un drama y una tragedia para toda mi familia, especialmente para su esposa, sus hijas, su madre y sus hermanos. Reaccionar se hace muy difícil y así lo estamos viviendo cada uno de los miembros de mi familia.

Quiero hacer una vez más mi profesión de fe: en la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Me quiero agarrar a Él para aceptar esta muerte tan repentina y dolorosa. Rezo especialmente por mi tía (su madre), su esposa, hijas, hermanos, cuñados y el resto de mi familia, para que todos encontremos el consuelo en el Señor, a pesar de su muerte tan repentina y desconcertante.

Sé, ahora más que nunca, que Dios escribe derecho en renglones torcidos, y la vida de Manolo no ha sido en vano. Un grande, como su padre, que lo estará abrazando en el cielo en estos momentos también. Cariñoso, tierno, trabajador, luchador, sencillo, auténtico, bueno, familiar,… y tantas cosas buenas como él tenía.

Siempre he dicho que de una persona que ha fallecido siempre se tiene que hablar bien, porque no se puede defender, pero hoy hablo bien con conocimiento de causa y porque se lo merece. Dios sabe lo que se hace y por qué se escoge a los buenos para sí. Quiero pensar que precisamente porque son buenos, los quiere a su lado rápido, y él ya está con Dios, abrazado en su regazo y diciéndole al Señor que cuide de su madre, su esposa, sus hijas, hermanos y toda su familia. Seguro que con esa sonrisa que él tenía ya está convenciendo al Señor para que le conceda sus buenos deseos para con los suyos y presentándoles todas las iniciativas que tenía, saboreando cada momento de la vida y aprovechando cada segundo para no perderse nada.

Señor, tú sabes por qué haces las cosas, tú sabes cuál es la misión de cada uno, como sabías perfectamente cuál era la misión de Manolo. En estos meses comprenderemos qué es lo que tú le tenías preparado. Su memoria y su recuerdo siempre estará con nosotros. Danos a todos fuerzas, especialmente a los más cercanos, a los que compartían su vida con él día a día, para encontrar el consuelo, el ánimo y la fuerza para seguir caminando. Ya sabes lo que nos cuesta las ausencias y el vacío que dejan en nuestros corazones. Tú que eres el Dios de la vida ayuda a mi familia a encontrar el consuelo y a saber llenar los corazones con tu esperanza, la que siempre alienta.

Otro grande de los míos está contigo Señor, deja que siga haciéndose grande en el cielo para que interceda por nosotros. Un beso Manolo. Sé que estás disfrutando de la mejor de las compañías, de Dios, me lo dice mi fe, pero el corazón se queda con un vacío irremplazable. Ayúdanos a todos a aceptarlo y a mirar al cielo con esperanza y con tu sonrisa. DEP primo.

 

Sobre los malos pensamientos

Hay veces que se nos pasan malos pensamientos por nuestra mente. Son esos pensamientos fugaces que en ocasiones son difíciles de controlar y que turban nuestra paz por momentos. Sabemos el esfuerzo que nos supone tener la mente limpia y pura, sin contaminar, por ninguna falta ni remordimiento. Todos deseamos esa paz pura y verdadera que queremos tener en nuestro corazón. Para ello es importante saber dominar nuestra mente y controlar su forma de interpretar automáticamente todo lo que pasa por ella. En el evangelio tenemos casos concretos donde Jesús escruta el pensamiento de los fariseos cuando en su interior le juzgan a él mismo y a los demás (cf Mt 12, 25), porque perdona los pecados, expulsa demonio o acoge a los pecadores. No hace falta verbalizar lo que pensamos para tener estos pensamientos de juicio o de malos deseos hacia los demás. Salgamos con la ayuda de la fe de esta dinámica. Dejémonos ayudar por Jesucristo que quiere estar siempre presente en nuestra vida y que permanezcamos unidos a Él.

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Impregna tu vida de Dios y llévalo con los tuyos

Uno de los mayores regalos que Dios ha hecho a los hombres es el de poder ser padres y madres. Las madres tenéis un instinto y una intuición para con vuestros hijos que nadie os puede imitar y superar, porque es el mayor regalo que Dios os ha podido dar. Hoy comparto con vosotros este testimonio de Cristina, que como madre intenta ya desde pequeños transmitir y compartir su fe con sus hijos, como tantas de vosotras, dando respuestas a las preguntas y dudas que les van surgiendo, y enseñándoles a llamar “Papá” a Dios y “Mamá” a la Virgen María. La gran mayoría hemos tenido unos inicios en la fe así, y ya mayores, muchos de vosotros siendo padres y madres, queréis seguir transmitiendo la herencia recibida de vuestros mayores.

Dice así:

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Somos pecadores y Dios nos ayuda

Somos conscientes de nuestras imperfecciones, de las limitaciones propias de nuestra condición humana, que tienen su origen el nuestros primeros padres, Adán y Eva (cf Gn 3), cuando tentados por la serpiente cometieron el pecado original: quisieron ser como Dios, aspirando a conocer y saber lo mismo que Él. Bien sabemos que esto es imposible, que por mucho que queramos los hombres nunca podremos ser igual que Dios, porque Dios es Infinito y nosotros limitados; Él es Eterno y nosotros mortales; Dios es Todopoderoso y nosotros pecadores. Somos conscientes de nuestra debilidad ante el pecado, y constantemente somos tentados e incitados a pecar. La tentación no es pecado, el mismo Jesús fue tres veces tentado por el demonio en el desierto (cf Mt 4, 1-11) y las rechazó. El pecado se comete cuando consentimos la tentación, caemos en ella y entonces pecamos.

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Examen de conciencia

Bien sabemos todos lo importante que es pensar las cosas antes de hacerlas para luego no tener que arrepentirnos. Más de alguna vez nos ha ocurrido de decir y hacer algo sin pensarlo y rápidamente nos hemos dado cuenta que estaba mal, que no era el camino a seguir, que nos hemos precipitado y los impulsos nos han jugado una mala pasada. Para todos es muy importante estar y tener la conciencia tranquila, porque es el mejor termómetro que tenemos para medir la paz en nuestra vida, sabiendo que no tenemos nada contra nadie. Jesús en el Evangelio nos da cada día multitud de pistas para que así podamos vivir, sabiendo lo que hemos de hacer y dejándonos guiar por lo que Él nos dice a cada momento. Escucha con claridad al Señor, en lo que te quiere transmitir, déjate seducir por Él, y tu vida irá siempre por el camino de la verdad.

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