Huellas en el corazón

Hay personas que dejan huella en nuestra vida, porque han sido importantes para nosotros. Las necesitamos porque sacan todo lo bueno que hay en nuestro interior, nuestra mejor cara, todo el potencial que tenemos dentro. Estas personas se convierten en necesarias en nuestra vida y gracias a nuestra capacidad de amar, somos capaces de entregarles nuestro corazón. Siempre buscamos el amar y sentirnos amados. La reciprocidad en el amor es necesaria, porque así es como se alimenta, en ese movimiento de salida de ti mismo y entrada en ti mismo. Es lo mismo que dijo Jesús a los discípulos después de resucitar: «Id, pues, y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20). Actuar por amor es predicar el Evangelio cuando somos capaces de ir al encuentro del hermano, saliendo de nosotros mismos para darles lo mejor que hay en nosotros: nuestra capacidad de amar.

Quien predica el Evangelio es capaz de amar, porque sigue las huellas de Cristo. Siendo Dios se hace hombre, se humilla, renuncia a sí mismo para hacer la voluntad de Dios, entregándose a los hombres. Lo mismo el hombre que en nombre de Cristo actúa y vive. Deja su vida a un lado para entregarla a los demás, buscando el beneficio del otro antes que el suyo propio. Con la suerte de que quien lo hace sí, Dios se encarga de que la medida venga bien recompensada con el ciento por uno, pues ponerse en las manos del Señor es la mejor de las acciones que podemos realizar en nuestra vida.

Si algo quiere Dios es que seamos sinceros con Él, pues Dios sabe lo que sentimos, lo que pensamos, lo que queremos. A los demás les podemos engañar, pero a Él nunca le engañaremos, pues Él conoce lo más íntimo de nuestro corazón y sabe lo que en cada momento necesitamos. Así es nuestra pobre vida, y así somos cada uno, pues desde nuestras pobrezas hemos de sacar la grandeza de Dios, que siempre viene a nosotros para mostrarnos su amor. Para ello hemos de tener el corazón preparado. Sólo quien tiene el corazón listo será capaz de amar verdaderamente y procurar que el amor de Dios llegue al corazón de los demás antes que al suyo propio. Pero como Dios conoce bien lo que hay en nuestro interior, ya se encarga de que antes de que seamos cauce de su amor para los demás, Él procura que primero seamos nosotros quienes nos llenemos del gran amor de Dios, y luego los demás, que participan de ese amor en doble corriente: la que Dios deja caer sobre su alma, y la que nosotros le transmitimos, desde nuestra experiencia de vida y amor.

Que tu anhelo no sea dejar huella en el corazón de los demás, sino llenar tu corazón de Dios cada día y así poder gozar de Él en todo momento. Así serás una persona carismática, llena de Dios y que al hablar en su nombre, poco a poco irás calando también en el corazón de los hermanos. No por ti, sino por la acción del Espíritu de Dios que es capaz de transformarlo todo, de enderezar lo torcido y de curar lo que está enfermo. Así es Dios, totalmente sorprendente, porque Él no puede ser controlado, aunque a los seres humanos nos encante controlar, prever lo que va a ocurrir en el momento inminente.

Nuestra llamada como creyentes es a dejar huella en los demás, como nuestros antepasados la han dejado en nosotros. Que no se convierta en una obsesión, sino que sea un acicate para vivir más intensamente tu vida y así convertirte en referente par los demás. Pues el amor de Dios necesita constantemente de ser renovado y fortalecido en nuestra alma, débil, pero también auténtica, pues nos permite seguir avanzando y haciéndose cada día más grande.

Imprégnate del amor de Dios, para que tu amor fluya y evangelice.