
Ninguno hemos nacido sabiendo. Desde pequeños hemos recibido una educación por parte de nuestros padres y nuestra familia, del colegio en el hemos aprendido conocimientos, de la parroquia en la que hemos ido recibiendo la doctrina de la Iglesia, que nos ha ido formando como personas y como creyentes para tener así una educación integral. Nuestros deseos y proyectos de futuro han podido cambiar con el paso de los años, pues de pequeños teníamos unos deseos sobre nuestro futuro y según crecíamos muchos de ellos han cambiado y han pasado a un segundo plano, respondiendo así a las decisiones que hemos ido tomando según pensábamos lo que era correcto y lo que más nos favorecía para nuestra vida. Lo que sí está claro es que somos fruto de nuestra educación y formación. Debemos cuidarla con exquisitez, pues de ella depende lo que el día de mañana sea nuestra sociedad.
Cuando éramos pequeños teníamos una serie de metas y propósitos, por ejemplo, que llegase el fin de semana para irnos a jugar al parque, con los amigos, a ver a los abuelos, irte con los amigos al banco de la avenida para pasar allí la tarde… esas simplicidades que eran tan importantes para nosotros en las que invertíamos todas nuestras energías y donde nos lo pasábamos tan bien que decíamos que éramos muy felices. Con el paso del tiempo los deseos han ido cambiando y vamos viendo que lo que antes para nosotros era tan importante, hoy quizás lo es menos, excepto cuidar a la familia y a los verdaderos amigos.

Alguna que otra vez nos hemos arrepentido de haber dicho algo que no estaba bien cuando discutíamos con alguna persona o cuando hemos sido imprudentes, sin medir nuestras palabras ni las consecuencias de estas. Todos sabemos que tenemos que controlarnos a la hora de hablar, ya que somos conscientes del daño que podemos hacer a otras personas con la lengua. Es más, bien sabemos que la lengua es una espada afilada capaz de llegar a matar a muchas personas cuando no la utilizamos bien. Por eso, hemos de ser cuidadosos para no dejarnos llevar por el morbo, comentarios fáciles, críticas y juicios que en ocasiones llegan a hacer mucho daño porque no somos capaces de medir sus consecuencias.



