Renovar las ilusiones

Cuando estamos ilusionados por algo con lo que nos sentimos identificados y convencidos de que es nuestra opción de vida, ponemos todas nuestras energías y esperanzas en algo que hacemos. Si algo deseamos es estar siempre ilusionados como el primer día. Hay días que es más fácil y otros que resultan más complicados. Hay veces que el desgaste al que nos vemos sometidos durante nuestro día a día va minando nuestras expectativas, esperanzas y fuerzas. Muchos son los pensamientos y sentimientos que se pasan por nuestra mente y nuestro corazón. Somos lo que somos y eso no lo podemos cambiar nunca. Que las ilusiones en nuestra vida sean más grandes o pequeñas, duren más o menos en el tiempo, es normal. Muchas de ellas son limitadas en el tiempo y otras han de ser las que nos duren durante toda la vida, como por ejemplo vivir cada día entregados al Señor; desear estar siempre con Dios; amar al estilo de Jesús de Nazaret.

Que tus ilusiones no las ponga el mundo, lo material, lo efímero, porque entonces serás víctima de las corrientes de las sociedad, de sus modas y de su inercia. Que tus ilusiones las ponga siempre el Señor para que cada día las puedas renovar, vivir y afrontar desde su presencia, luchar por ellas desde la fortaleza que Dios te da. Ningún día de tu vida es igual al anterior, se podrán parecer pero nunca serán iguales. No dejes que la rutina, que la desidia, la dejadez y la desesperanza se adueñen de tu corazón y de tu mente, para dar paso a la desilusión, a perder ese deseo de dejarte sorprender y de conseguir cada reto que te propongas con el deseo, la alegría y la ilusión de crecer, madurar, entregarte a los demás y  servir al Señor con toda tu persona, con lo que eres, que es lo que Dios ha puesto en tus manos para que llegues a Él.

Tu vida está llena de etapas y de ciclos que vamos viviendo y superando. Si crecemos y maduramos es porque vamos dando pasos y por lo tanto necesitamos renovar las ilusiones, los proyectos y las metas de nuestra vida para no sentirnos vacíos, fríos y quedarnos estancados en un momento concreto y determinado. Nunca pierdas la ilusión por llegar a nuevas metas, por amar de corazón a todas las personas, por superarte combatiendo tus debilidades, miserias y pecados fruto de tu condición humana, por servir al Señor que está siempre esperando que des el ciento por uno en todo lo que haces.

Jesús haciendo un resumen de cómo ha sido su misión de predicar el Reino de Dios nos dice: «Yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre» (Jn 12, 49-50). Jesús comparte desde su obediencia a lo que Dios le ha pedido, todo lo que ha aprendido del Padre, y lo comparte desde su propia experiencia. Muchas han sido las personas que ni le han escuchado, ni le han seguido y le han abandonado al ver que lo que Él predicaba era demasiado exigente. Esto a Jesús no le minó ni le quitó la ilusión por seguir predicando y siendo obediente al Padre bueno. Todo lo contrario, siguió entregado viviendo con fidelidad y con mayor unión a Dios su misión. Este es el ejemplo que nosotros hemos de seguir y por eso estamos llamados a renovar las ilusiones, a pesar de los fracasos personales, de los desencantos que nos llevamos en nuestra propia vida. Para esto tenemos a Dios, para superar cada dificultad, para seguir escalando en ese camino hacia el Cielo al que estamos llamados y del que no podemos desfallecer para no ser carne de cañón para el diablo que está al acecho esperando nuestro fallo para alejarnos de Dios y absorbernos totalmente. Y es que el primer paso que muchas veces damos en esta dirección es abandonar nuestra oración personal y dejar de confiar en el Señor que todo lo puede.

Confía en Dios, deja que Él te renueve cada día tus ilusiones y esperanzas para que siempre mires al Cielo con la confianza de saber que es Dios quien te escucha, te guía y vela por ti en todo momento. «Yo soy el pan de vida. El que viven a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás» (Jn 6, 35). Si Cristo es tu alimento y el sentido de tu vida nunca te faltará una ilusión por la que seguir creyendo y amando como el Maestro nos enseña.