Recoger lo que se siembra

Siempre hay personas a nuestro lado que se dedican a hacer cosas por los demás sin parar; están dispuestas para todo lo que haga falta, capaces de compartir lo poco o mucho que tienen, no importa, parece que tienen las manos rotas. Tienen tiempo para todo y para todos, y hay veces que viéndolas actuar piensas de dónde lo sacan para hacer tanto y tan bien. Estas personas son necesarias en nuestro mundo, porque son las encargadas de aunar y de sembrar, de preocuparse por todos los que le rodean, procurando que todos se encuentren lo mejor posible y ayudando en todo momento en lo que está en su mano. Son personas fieles a su misión, pues la han entendido perfectamente y la viven con fidelidad. Tienen el don de saber escuchar y de percibir cómo se siente el otro, sabiendo encontrar palabras oportunas que serenan y animan, que te hacen sentir tranquilo y seguro, pues sabes que estando ellas a tu lado nada debes temer, pues, aunque haya un problema, van a estar a tu lado para encontrar una solución y desbloquear la situación que tanto puede llegar a agobiar.

Como siempre actúan desde el corazón tienen la facilidad de llegar al corazón de los demás, de calar hondo en ellos, dejando una huella difícil de borrar. Sobre todo, cuando se tiende la mano en los momentos de dificultad y te encuentras con esa ayuda impagable de la compañía, el diálogo, el acompañamiento, la comprensión y lo que sea necesario, incluso materialmente hablando. Siempre se está agradecido a quien sin esperar nada a cambio se ha volcado contigo, simplemente por amor, sin esperar nada a cambio. Sabes que siempre podrá contar contigo y estará a tu lado cuando lo necesite. Porque bien sabemos de sobra que cada uno recoge lo que siembra en la vida, tarde o temprano viene hacia a ti el amor entregado y el servicio prestado desde el Evangelio, pues el amor es un boomerang que sale y regresa convertido en el ciento por uno. Esto lo dice Jesucristo: «Hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20, 35).

Por eso que no te pese sembrar en el corazón de nadie, porque esta es la misión para la que el Señor Jesús nos ha llamado a cada uno, para hacer siempre el bien. Nos invita a ello el apóstol san Pablo: «Dios nos provee de todo en abundancia para que lo disfrutemos; haced el bien, sed ricos en buenas obras, generosos y dispuestos a compartir; y así atesorareis un excelente fondo para el porvenir y alcanzaréis aquella que es realmente la vida verdadera» (1 Tim 6, 17-19). Siempre hemos de estar dispuestos a darlo todo y a no guardarnos nada, como el Señor Jesús nos enseña con su vida. Que nunca te pese hacer el bien a quien te rodea. No te fijes en lo que los demás hacen o dejan de hacer, pon el corazón en todo lo que haces y dices porque así es como llegarás a los demás y como actuarás en el nombre del Señor, que es por quien debemos movernos cada día. Que la tentación de compararte, de mirar lo que los demás hacen, no te priven nunca de dar lo mejor de ti mismo, no le des ese gusto al demonio que solo quiere alejarte del Señor.

Cristo te ha dotado de una serie de dones y cualidades para que las compartas con todo el mundo, sin guardarte nada para ti. Lánzate a esta maravillosa aventura de amar de corazón y de servir a los hermanos en todo momento, pues Cristo te tiene preparada una vida verdadera, que no está solo en el cielo, sino que te llega cuando descubres que merece la pena dar la vida por los demás, vaciarte en todo lo que haces y entregarte de corazón siempre, aunque a veces sufras, o te llegue el desánimo. No te preocupes. Confía en el Señor que nunca falla y siempre está ahí, renovando tus fuerzas, esperanzas y concediéndote el ciento por uno en todo lo que haces. Si Dios te ha puesto en este mundo, con tus circunstancias, tus problemas, agobios, dones, cualidades y fe es por algo. Y no te quepa la menor duda que lo que siembras finalmente será recogido. Si tienes la gracia de recoger lo que has sembrado agradéceselo al Señor, son los caramelos que te pone en el camino para que sigas adelante. Si no recoges el fruto de la siembra, agradécele al Señor porque te ha permitido sembrar para los demás y sabe de la fortaleza de tu fe que no te hará bajar los brazos ni desanimarte. Otros se beneficiarán de tu trabajo, de tu esfuerzo. Bendito sea Dios que confía en ti y te ha regalado la fe para sembrar, sembrar y sembrar. No te canses.