Como el centurión romano

A menudo nos hemos podido encontrar con situaciones en las que hemos pensado que no éramos capaces de llevarlas a cabo, porque creíamos que no estábamos suficientemente preparados o que no seríamos capaces. En otras, en cambio, hemos llegado a considerar que era demasiada la confianza que depositaban en nosotros y nos hemos llegado incluso a ruborizar y sentirnos demasiado agasajados por el privilegio que nos concedían. Y es que, en ambas posturas, se nos ha planteado un reto, que nos ha llegado a poner en una encrucijada, que nos ha llevado a tener que dar lo mejor que tenemos en nuestro interior, para mostrar nuestras mejores cualidades y responder claramente a la confianza que han depositado en nosotros. Aunque nos ha producido ciertos momentos de tensión interior, por la inseguridad de saber si lo haríamos bien y si nuestra tarea sería bien aceptada y gustaba a los demás. Y qué bien nos hemos sentido cuando hemos comprobado que hemos sido capaces, que valíamos para lo que pensábamos que no, y que no era para tanto, pues luego ha sido más fácil de lo que esperábamos.

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Rezo por ti

Hay momentos en los que nos cuesta mucho asumir nuestras propias limitaciones, ser capaces de reconocer que estamos llegando al límite, que no podemos más por mucho que nos empeñemos. Se necesita mucha honestidad con uno mismo y sobre todo humildad a raudales para reconocer ante los demás que no puedes más. Con lo importante que es para el hombre de hoy la imagen ante los demás, humillarse y reconocer los propios fallos y errores está al alcance de muy pocos. Es necesario ser muy sincero y tener la valentía de ver tu vida no como un fracaso, sino como la llegada al punto en el que no puedes dar más de sí y que el final de una etapa o de la vida está llegando. Hay que ser conscientes de que tarde o temprano nos puede llegar este momento que no deseamos, pero que queramos o no hemos de afrontar, porque bien sabemos que en la vida nos tendremos que enfrentar con nuestras propias limitaciones y con la fragilidad de nuestra condición humana, sabiendo que somos seres finitos, frágiles y delicados.

Seguramente no me leerás, porque es posible que no volvamos a saber el uno del otro, pero a ti que estás en este momento de tu vida tan importante, te escribo estas palabras, para que seas valiente y no decaigas. Es verdad que la desazón y la impotencia te pueden jugar malas pesadas, pero ten en cuenta que por mucho que quieras no vas a encontrar nunca la soledad, pues hay muchas personas que están a tu lado y están viendo lo valiente que eres y cómo estás afrontando estos momentos de tu vida. Estás siendo luz en tu entorno, pues estás dando un testimonio de cómo afrontar los momentos de fragilidad, debilidad y limitaciones del ser humano. Dios te sigue pidiendo cada día que seas signo en medio de este mundo, para compartir tu fe y mostrar a todos cómo hay que confiar en Él. Es el mejor regalo que vas a poder dejar a todos: descubrir cómo con fe se puede afrontar el sufrimiento y el dolor, alimentándote en la Eucaristía. He podido compartir contigo un momento de charla, y he visto la madurez y la valentía con la que estás dando sentido a estos momentos tan duros de tu vida. No te rindas y sigue adelante como hasta ahora. Sé que estaremos unidos en la oración y que seguramente nos veremos en el cielo cuando el Señor así lo tenga dispuesto. Por eso me nace esta oración: «Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor» (Sal 27, 14).

Jesús ha venido para mostrarnos el camino y que confiemos en el Señor. Por mucho que culpemos a Dios hemos de tener claro que Él no juega con nosotros, porque no nos va a mandar ningún mal para que luego nos tiremos mucho tiempo rezándole para que nos lo quite. Dios no es así. Otra cosa bien distinta es entrar en esa dinámica de esperar en el Señor, para ello nos dice el apóstol Pablo, que hemos de ser valientes y tener ánimo, pues nos ayudará a encontrarnos con Cristo y reafirmar nuestra fe: «Nos hemos sentido animados por nuestra fe en medio de nuestros aprietos y luchas» (1 Tes 3, 7).

Para esto tienes la fe, para ayudarte en estos momentos de lucha interior, para que puedas descubrir que Cristo no te abandona, siempre está a tu lado. Déjale que entre en tu vida y te diga cuánto te ama. Ya sabes que Dios todo lo hace con Sabiduría, aunque a veces cueste mucho trabajo asumirlo y ver lo con claridad. Que Él te ayude a seguir orando y confiando para que entres en esa aceptación de tu propia realidad y así afrontar lo inevitable que sabes que está llegando. Sabes que la vida es así y que nuestra vida es limitada. Que Dios te ayude y te ilumine. Rezo por ti para que sientas cercano el calor que Dios quiere dar a tu alma.

Confesión sincera

Muchas son las veces que hemos escuchado que “el hombre propone y Dios dispone”, porque nos hemos hecho nuestros propios planes y a la hora de desarrollarlos nos han salido otros totalmente distintos. Lo mismo nos ocurre a la hora de hablar con una persona, nos hacemos una composición de nuestra conversación y luego nos sale por otros derroteros totalmente distintos, dejándonos incluso cosas importantes que habíamos pensado expresar.

En la vida de fe nos ocurre lo mismo a las personas, especialmente en el sacramento de confesión, porque hay veces que nos hacemos nuestro propio esquema mental de cómo lo vamos a hacer y decir, y justo en el momento de estar confesando el Señor nos descoloca y dejamos que salga todo lo que tenemos en nuestro interior y que realmente nos hace sufrir y nos duele.

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Reza para aprender a llevar la cruz

Es curioso cómo Jesús en el Evangelio enseña a los discípulos a rezar, pero en ningún momento los Evangelios nos cuentan si Jesús les está enseñando a hablar en público, ni a predicar, ni a hacer milagros. Lo único que nos cuenta el Evangelio es que los discípulos le piden al Señor que les enseñe a orar, porque querían aprender a rezar como Él: «Señor enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos» (Lc 11, 1). Ellos pudieron comprobar con sus propios ojos que la oración le hacía algo especial al Maestro, porque todos los días se iba a la montaña a orar, a tratar con Dios. La oración era parte de su vida, de su día a día, pues siempre se retiraba a la montaña a orar, Él sólo: «Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo» (Mt 14, 23). Jesússiempre buscaba el encuentro con el Padre, donde entraba en esa intimidad y comunión de amor, necesaria para seguir realizando la misión diariamente. A pesar del cansancio, de las fatigas del día a día, de ver cómo algunos se marchaban de su lado por la exigencia del Evangelio, las discusiones con los fariseos e incluso después del enfado al expulsar a los mercaderes del templo…, Jesús oraba y se fortalecía. Encontraba el descanso del alma y salía totalmente renovado, incluso me atrevería a decir con la cara totalmente transformada, pues el Hijo de Dios y el Padre son Uno (cf. Jn 10, 30).

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Señor, quiero escucharte para hacer tu voluntad

Tarde o temprano en nuestra vida tenemos que tomar decisiones que nos provocan intranquilidad, inseguridad y miedo de saber si lo que estamos decidiendo es lo más conveniente o no para nuestra vida. Le solemos pedir al Señor que nos hable y nos haga ver claro qué es lo correcto. La incertidumbre nos suele atenazar y nos provoca mucha angustia en el momento de tomar decisiones. Es una sensación que se nos escapa de nuestro control y nos quita la paz; hace que todo se nos tambalee y que no dejemos de dar vueltas en la cabeza a lo que estamos viviendo. Tantas preguntas impiden que cuando nos ponemos en oración veamos con claridad qué es lo que tenemos que hacer y cómo Dios nos está hablando. Por eso en los momentos en los que te encuentres en tu encrucijada personal busca silencio en tu alma y tu corazón, para poder escuchar claramente lo que Dios te está diciendo.

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Reencuentros

Cómo agradecemos los reencuentros después de mucho tiempo sin vernos y sin compartir la vida. Hay veces que la vida nos separa y otras nos separamos nosotros. Hay muchas diferencias entre ambas separaciones, pues unas son forzadas por las circunstancias de la vida y otras, muchas veces, provocadas por nosotros, por nuestras palabras y acciones. Con el paso de los años voy descubriendo que la vida nos va uniendo y separando de personas. Con unas caminamos menos, con otras más. Y es que en nuestra vida nos cruzamos con unos y otros y vamos uniendo nuestros corazones en el amor y en la amistad, creando los lazos suficientes para propiciar y provocar los distintos reencuentros que nos alegran tanto y nos hacen sentir tan bien.

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Confía en ti, confía en el Señor

Seguro que conoces a personas, incluso a ti mismo te ha podido ocurrir, que nadie apostaba por ellos, y a base de perseverar y confiar en sí mismos han sido capaces de triunfar y lograr sus propios objetivos. Todos necesitamos que confíen en nosotros porque nos autoafirman y refuerzan todo lo positivo que tenemos en nuestro interior. Desde pequeños nos han ido formando y fortaleciendo en nuestras cualidades, que nos han permitido madurar y llegar a este punto de nuestra vida en el que cada uno nos encontramos.

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Dejar huella

Tener buenos recuerdos de personas que han pasado por nuestra vida dejando huella, es una de las experiencias más hermosas que tenemos, humanamente hablando. Porque el contacto con ellas no nos ha dejado indiferente, han calado hondo en nuestra vida y siempre las llevamos con nosotros. Recordarlas seguramente nos traen bellos momentos vividos de nostalgia que hacen que queramos volver atrás en el tiempo para disfrutar otra vez de lo que tanto nos ha llegado al corazón. Estas personas han sido auténticas y por eso las llevamos en nuestro corazón siempre.

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¡Lánzate!

Al empezar a estudiar teología nos explicaba un profesor en clase que la fe es un salto al vacío que tenemos que dar. A veces ese salto cuesta darlo porque mirar al vacío y solamente ves el abismo, el peligro, la inseguridad de ver que no te puedes apoyar en nada. Tus sentidos te aseguran en todo momento que es peligroso y que tu vida está en riesgo porque no hay nada tangible que puedes percibir y que te de certezas evidentes de que estarás a salvo. La fe se basa en confianza, en fiarse de Dios por encima de todo, sabiendo que en el momento en el que saltas, confiando plenamente en Él, te coge con sus manos y te lleva seguro a buen puerto. Entenderlo así a veces cuesta, porque el paso lo tiene que dar uno, y por muchos ánimos que te den los demás, por mucho que te cuenten razones para creer, para saltar, uno tiene que vencer sus propios miedos e inseguridades para dar ese paso tan pequeño, pero tan importante a la vez.

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Preocuparse por los demás

Por norma general, todos nos preocupamos por las personas que nos importan y no queremos que les pase nada malo. Siempre estamos dispuestos a ayudarlas en lo que necesiten, y cuando sabemos que están pasando una mala racha o se encuentran enfermas, procuramos estar mucho más cercanos a ellas. Nos mueve siempre el amor para mostrar nuestro interés y darles ayuda y calor con nuestro cariño y cercanía. Da gusto sentirse arropado y con toda la familia a tu alrededor cuando hay un momento de dificultad, pues sentir siempre el apoyo de los tuyos y saber que puedes contar con ellos en todo momento, siempre es motivo de tranquilidad y de orgullo. También nos ocurre lo mismo con la amistad, los verdaderos amigos siempre están en lo bueno y en lo malo, y su cercanía siempre la deseamos y la necesitamos, pues son un apoyo para hablar, desahogarse, compartir… tantas vivencias y sentimientos que están a flor de piel y que al verbalizarlos nos hace sentir mucho mejor al desahogarnos.

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