Mi amistad con Dios

Dios es el amigo fiel, el que nunca falla. Tener una amistad con Él es lo más fácil porque frente a nosotros tenemos al que nunca se cansa, paciente, servicial, siempre te perdona y disculpa, te dice la verdad y respeta tus momentos y tiempos. Es el amigo perfecto con el que se puede contar, porque siempre está ahí dispuesto a ayudarte en cualquier situación. No le importan las horas, nunca está ocupado, sino que está esperando que le busques, llames a su puerta, entres en su casa, te sientes a su lado y le cuentes todo aquello que lleva tu corazón. Dios siempre cuida la amistad. Basta con echar una mirada al libro del Génesis para comprobar que, a pesar de la traición, Dios siempre se muestra cercano. Le ocurrió a Adán y Eva cuando comieron del fruto prohibido y al mirarse entre ellos se vieron totalmente desnudos. «Cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, Adán y su mujer se escondieron de la vista del Señor Dios entre los árboles del jardín» (Gn 3, 8). A pesar de la traición, Dios nunca dejó de ayudarlos; así lo reconoce Eva cuando concibe a Caín y dice: «He adquirido un hombre con la ayuda del Señor» (Gn 4, 1), porque siempre está pendiente de los hombres y por supuesto de ti y de mi.

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Lo necesitan, aunque no te lo digan

¡Cuántas veces dejamos pasar grandes oportunidades de cambio en nuestra vida! Necesitamos dar los pasos adecuados que nos ayuden a ser más y mejores creyentes. No podemos conformarnos con ir haciendo las cosas como buenamente podemos, sino que cada día ha de ser especial y distinto. Sabemos que el inmovilismo termina apagando nuestra sed de Dios, nuestra ilusión por vivir de una manera distinta; nos vuelve más criticones porque empezamos a mirar a los otros con recelo, buscando justificar nuestra falta de actitud y de inacción. Entrar en esta dinámica es apagar el espíritu y terminar rechazando a Dios en nuestro corazón, porque no provoca en nosotros ese ardor que debería sacarnos de la apatía y de la desidia interior en la que nos sumergimos, porque nos dejamos arrastras por situaciones y vivencias mucho más cómodas y apetecibles que el mundo de hoy nos ofrece.

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Señor, quiero escucharte para hacer tu voluntad

Tarde o temprano en nuestra vida tenemos que tomar decisiones que nos provocan intranquilidad, inseguridad y miedo de saber si lo que estamos decidiendo es lo más conveniente o no para nuestra vida. Le solemos pedir al Señor que nos hable y nos haga ver claro qué es lo correcto. La incertidumbre nos suele atenazar y nos provoca mucha angustia en el momento de tomar decisiones. Es una sensación que se nos escapa de nuestro control y nos quita la paz; hace que todo se nos tambalee y que no dejemos de dar vueltas en la cabeza a lo que estamos viviendo. Tantas preguntas impiden que cuando nos ponemos en oración veamos con claridad qué es lo que tenemos que hacer y cómo Dios nos está hablando. Por eso en los momentos en los que te encuentres en tu encrucijada personal busca silencio en tu alma y tu corazón, para poder escuchar claramente lo que Dios te está diciendo.

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