Mi amistad con Dios

Dios es el amigo fiel, el que nunca falla. Tener una amistad con Él es lo más fácil porque frente a nosotros tenemos al que nunca se cansa, paciente, servicial, siempre te perdona y disculpa, te dice la verdad y respeta tus momentos y tiempos. Es el amigo perfecto con el que se puede contar, porque siempre está ahí dispuesto a ayudarte en cualquier situación. No le importan las horas, nunca está ocupado, sino que está esperando que le busques, llames a su puerta, entres en su casa, te sientes a su lado y le cuentes todo aquello que lleva tu corazón. Dios siempre cuida la amistad. Basta con echar una mirada al libro del Génesis para comprobar que, a pesar de la traición, Dios siempre se muestra cercano. Le ocurrió a Adán y Eva cuando comieron del fruto prohibido y al mirarse entre ellos se vieron totalmente desnudos. «Cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, Adán y su mujer se escondieron de la vista del Señor Dios entre los árboles del jardín» (Gn 3, 8). A pesar de la traición, Dios nunca dejó de ayudarlos; así lo reconoce Eva cuando concibe a Caín y dice: «He adquirido un hombre con la ayuda del Señor» (Gn 4, 1), porque siempre está pendiente de los hombres y por supuesto de ti y de mi.

Para cuidar esta relación con Dios y tener una intimidad cada vez más profunda y auténtica es de vital importancia mimar nuestra vida de oración. Estoy convencido de que cuanto más vivimos nuestra intimidad con Dios en la oración personal menos nos hace falta pedirle que nos muestre su voluntad, porque en el diálogo de amigos se van manifestando los deseos mutuos y las voluntades que cada uno tenemos. Qué hermosas son las palabras del Señor cuando pensando en lo que iba a hacer con Sodoma y Gomorra y estando con Abraham dice: «Puedo ocultarle a Abrahán lo que voy a hacer? Abrahán se convertirá en un pueblo grande y numeroso, y en él se bendecirán todos los pueblos de la tierra» (Gn 18, 17-18). Y es que el Señor siempre corresponde en la confianza que depositamos en Él. Los proyectos y voluntades que tiene para ti no solo no las oculta sino que las cuida, porque quiere llevarlas a realidad en ti. Y eso es lo que hace con Abraham.

Así es como sientes que merece la pena estar con Él siempre y en ningún momento te planteas alejarte, incluso cuando te llega la tentación eres consciente de que un tesoro tan preciado no puedes dejar que se te escape de las manos, sino que lo cuidas y custodias con todas tus fuerzas y energías. En Dios, podrás disfrutar y saborear de una vida de libertad y gozo, donde serás consciente que tú mismo eres la voluntad de Dios y todo lo que tú vives y pones en práctica son Su voluntad para ti. Desde tu propia libertad tomarás tus decisiones y sentirás muy cercana la voz de Dios que te avisará con delicadeza y ternura cuando te estés equivocando; porque el Señor no es brusco a la hora de manifestarse, siempre nos trata con amor y exquisitez.

Es muy fácil alejarse del Señor, mucho más cuando los ruidos entran en nuestro interior y poco a poco nos dispersan. Muchas veces hablo sobre la dificultad de hacer silencio dentro de nosotros y no dejar que la mente se nos embote de ruidos o se nos vaya a otros lugares cuando estamos orando. La intimidad con Dios hay que trabajársela día a día, no nos podemos descuidar y mucho menos poner excusas. ¿Cuáles son las tuyas para no rezar? ¿El tiempo, tus obligaciones, tu ocio, tus enfados con Él…? La amistad con Dios depende de ti porque Jesús siempre está esperando con los brazos abiertos para recibirte. No te engañes y sé honesto contigo mismo para plantearte los pasos y caminos que has de dar y recorrer para saborear la plenitud de la verdadera amistad con el Señor. Que puedas decir cada día: “Merece la pena mi amistad con Dios”.