Confía en ti, confía en el Señor

Seguro que conoces a personas, incluso a ti mismo te ha podido ocurrir, que nadie apostaba por ellos, y a base de perseverar y confiar en sí mismos han sido capaces de triunfar y lograr sus propios objetivos. Todos necesitamos que confíen en nosotros porque nos autoafirman y refuerzan todo lo positivo que tenemos en nuestro interior. Desde pequeños nos han ido formando y fortaleciendo en nuestras cualidades, que nos han permitido madurar y llegar a este punto de nuestra vida en el que cada uno nos encontramos.

En nuestra sociedad y en nuestros ambientes tendemos constantemente a comparar y compararnos con los demás, haciéndonos un flaco favor, pues cada uno somos únicos e insustituibles. Siempre hemos dicho que las comparaciones son odiosas, porque nos subestiman y nos ponen ante una balanza con respecto a los demás, obligándonos a establecer diferencias. Miremos aquello que tenemos en común y resaltemos lo que nos diferencia, no para ser mejores que los otros y superarlos, sino para enriquecer a todos los que nos rodean y hacer el mundo mucho mejor. Ten en cuenta que si crees que puedes lograr aquello que te propongas te llevará a conseguirlo, porque es muy importante dar el primer paso y establecer un comienzo, esa primera piedra sobre la que se asienta nuestro proyecto. Por eso el deseo de conseguir lo que te propones tiene que estar por encima del miedo a fallar. Hay que pensar en positivo y nunca en negativo.

Ten claro que las dudas o la vergüenza que puedes sentir, lo único que hacen es minarte y alejarte de tus objetivos. Además, la mente nos puede llegar a traicionar, porque incluso nos llega a justificar y a tranquilizar nuestra conciencia cuando hacemos algo que sabemos que no está bien. Por eso si sabemos ser pacientes y darnos nuevas oportunidades cargadas de confianza y esperanza, podremos llegar a realizar cosas maravillosas, más de las que nos podemos imaginar.

Al apóstol Pedro le ocurrió con el Señor Jesús: «A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús le dijo enseguida: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” Pedro le contestó: “Señor , si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua”. Él le dijo: “Ven”. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: ·Señor, sálvame”. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?”» (Mt 14, 25-31). Algo extraordinario le ocurre a Pedro al responder a la llamada de Jesús: “Ven”. Comienza a caminar sobre las aguas, confiando en el Maestro, mirándole fijamente a los ojos y seguro de sí mismo. Esta es la firmeza de la fe con la que afrontamos nuestros retos cuando estamos totalmente abandonados y confiados en el Señor Jesús, pues sabemos que Él nos lo da todo y llegamos a buen puerto. Pero sabemos que la fe es débil si nos relajamos y nos confiamos, y abrimos un pequeño resquicio por el que nos entra la duda, el temor y el miedo (cf. Lc 12, 39) y rápidamente nos hundimos. Esto fue lo que le ocurrió a Pedro. El viento le llenó de miedo y le entró la duda, el temor, y comenzó a hundirse. Todos sabemos lo que se tarda en construir, lo difícil que es y el poco tiempo que se tarda en destruir.

Confía en el Señor, ten fe y no te relajes. Mantén siempre viva la tensión espiritual con la que tienes que vivir, estando atento a no relajarte ni confiarte en tu vida de fe, pues en cualquier momento la fuerza del viento te puede turbar como le turbó a Pedro y puedes comenzar a hundirte. Pero ahí está el Señor a tu lado pendiente de ti, atento a todo. Él te tiende la mano para que te agarres a Él y no te hundas. “Has de tener fe”, se lo dice Jesús a Pedro y también te lo dice a ti. Que en tu corazón no entre la duda ni el miedo, que camines con firmeza porque Jesús te da la fe, la conserva y acrecienta paso a paso, día a día. Es todo un reto, fácil de alcanzar si estás dispuesto a entregarle todo a Jesús, que nunca defrauda y quiere darte luz y para que seas un verdadero testigo suyo allá donde estés. Confía en ti, confía en el Señor.