Tu vida es una bendición

Que cada día de tu vida sea una bendición por todo lo que el Señor te ha permitido vivir y por la maravillosa oportunidad que tendrás a lo largo de este día de bendecirlo y alabarlo, con un corazón agradecido, por todo lo que vives y lo que tienes en tus manos para realizar pequeños gestos de amor en su nombre. Esos gestos que llenan tu corazón y el de los que te rodean. Así no solo bendecirás al Señor, también a los demás, porque conviertes tu vida y la de los hermanos en un don, en un regalo que el Señor te ha dado para que lo compartas con todos. No te quedes en las palabras bonitas y en los gestos que te hacen quedar bien, esfuérzate cada día por hablar bien de los otros con amor y contárselo en tu oración y con tus palabras a Dios y a los demás. Así lo hizo Jesús cada vez que tenía la oportunidad de ayudar a quien se acercaba a Él. Siempre miraba al cielo, y después de invocar al Padre sanaba y bendecía. Así fue el milagro de los panes y de los peces (cf. Lc 9, 11-17), el Señor Jesús miró al cielo y pronunció la bendición. Entonces se produce el milagro.

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Entrega sincera

Bien sabemos de las energías que empleamos en cosas que no nos aportan grandes beneficios. ¿Cuántas veces perdemos el tiempo y oportunidades para madurar y aprender? Solemos abandonarnos y dejar que los momentos vayan pasando, no cambiando la actitud ni la inercia que llevamos en nuestra vida. Sabemos que debemos escoger y empezar a dar los primeros pasos y a veces nos cuesta. Hemos de enfrentarnos a la resistencia que ejercemos movidos por la pereza, el abandono o la falta de motivación, empeorando cada vez más nuestra vida espiritual y perdiendo la paz y la serenidad que habitaba en nuestro corazón. Las prisas no son buenas y el estrés menos todavía, porque nos impiden disfrutar lo que hacemos, y nos enfrentamos a los problemas más bien desde el miedo y el pánico, que desde la calma que nos da la vida de fe y el estar con Dios. Nos dice el apóstol Santiago: «Considerad, hermanos míos, un gran gozo cuando os veáis rodeados de toda clase de pruebas, sabiendo que la autenticidad de vuestra fe produce paciencia. Pero que la paciencia lleve consigo una obra perfecta, para que seáis perfectos e íntegros, sin ninguna deficiencia» (Sant 1, 2-4). Ante la tensión tenemos que responder con gozo, porque es Dios quien controla lo que nos ocurre y nos da la capacidad de poder salir adelante. Los problemas siempre son oportunidades para madurar y aprender; hemos de avanzar y crecer en nuestro camino espiritual, para encontrarnos con el Señor y vivir nuestra vida cristiana de una manera mucho más apasionada y auténtica.

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