Entrega sincera

Bien sabemos de las energías que empleamos en cosas que no nos aportan grandes beneficios. ¿Cuántas veces perdemos el tiempo y oportunidades para madurar y aprender? Solemos abandonarnos y dejar que los momentos vayan pasando, no cambiando la actitud ni la inercia que llevamos en nuestra vida. Sabemos que debemos escoger y empezar a dar los primeros pasos y a veces nos cuesta. Hemos de enfrentarnos a la resistencia que ejercemos movidos por la pereza, el abandono o la falta de motivación, empeorando cada vez más nuestra vida espiritual y perdiendo la paz y la serenidad que habitaba en nuestro corazón. Las prisas no son buenas y el estrés menos todavía, porque nos impiden disfrutar lo que hacemos, y nos enfrentamos a los problemas más bien desde el miedo y el pánico, que desde la calma que nos da la vida de fe y el estar con Dios. Nos dice el apóstol Santiago: «Considerad, hermanos míos, un gran gozo cuando os veáis rodeados de toda clase de pruebas, sabiendo que la autenticidad de vuestra fe produce paciencia. Pero que la paciencia lleve consigo una obra perfecta, para que seáis perfectos e íntegros, sin ninguna deficiencia» (Sant 1, 2-4). Ante la tensión tenemos que responder con gozo, porque es Dios quien controla lo que nos ocurre y nos da la capacidad de poder salir adelante. Los problemas siempre son oportunidades para madurar y aprender; hemos de avanzar y crecer en nuestro camino espiritual, para encontrarnos con el Señor y vivir nuestra vida cristiana de una manera mucho más apasionada y auténtica.

La paciencia es un don del Espíritu Santo, y nos lleva, con la ayuda de Dios a buscar la perfección, o dicho de otra manera, a estar siempre cerca de Dios, buscando en todo momento la comunión perfecta con Él. Centrarnos en nuestro pasado y en los errores que hemos cometido, es hundirnos y dejar que el estrés y la frustración se hagan fuertes en nuestra vida, impidiéndonos ver con claridad todo lo que Cristo nos está diciendo. Llena tu vida del gozo, de la alegría de la acción de Dios, que es tu compañero de viaje. No te relajes en ningún momento porque entonces dejas de estar en guardia, y es cuando entran todas las seducciones del mundo que nos sumergen en el vacío de Dios. Aprovecha cada momento de tu vida para amar a Dios y ofrecerle tu persona para poner en práctica el Evangelio y hacerlo realidad en todo lo que acontece. 

No dejes que pase un solo día sin estar en contacto con el Señor. Mantente siempre con Él, pues todo lo que nos pasa, no es lo mismo afrontarlo con el Señor, que sin Él. Que Jesucristo sea tu ejemplo, que seas capaz de imitarle en todo lo que hace, especialmente en la oración. Para esto debemos esforzarnos en buscar momentos porque Jesús «se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar» (Mc 1, 35). No puede haber nada que te quite la oración, tu tiempo con el Señor. A pesar de los ajetreos del día a día, no podemos excusarnos en los quehaceres cotidianos para justificar nuestra falta de oración. El secreto de nuestra vida de fe y de la felicidad nace de nuestra capacidad de compartir con los que nos rodean nuestra experiencia del encuentro con Cristo. Buscarnos excusas o justificaciones de por qué no rezamos, arroja en nosotros la poca profundad espiritual que tenemos y cómo ante la ilusión de sentirte tocado por Cristo lo único que tienes es frialdad en tu corazón y desgana por las cosas de Dios.

Pasar tiempo con el Señor significa ser paciente y no tener prisas porque pasen los momentos de estar con Dios. Es triste estar celebrando la fe u orando, y estar constantemente mirando el reloj o distraído en nuestros pensamientos y acciones. Vive tu oración desde el gozo y la sensación de libertad que nos otorga y siéntete bendecido por el Señor que cada día te da nuevas oportunidades para que llenes tu corazón de ilusión y de amor, para que lo puedas repartirlo completamente con los demás, indistintamente. La misericordia, la paciencia y el amor te ayudarán a entregarte en plenitud y a seguir experimentando la belleza del dar la vida sin esperar nada a cambio.