La oración de intercesión

Dios siempre quiere lo mejor para nosotros, quiere vernos felices en todo momento. Para ello nos ha dado uno de los mayores regalos que podemos tener: la oración de intercesión. Quien pide por los demás olvidándose de sí es capaz de mostrar la gran bondad que tiene su corazón. Uno de los ejemplos más claros lo tenemos en la curación del paralítico al que descolgaron por el techo (cf. Mc 2, 1-12). Gracias a la fe que tenían en Jesús quienes abrieron el boquete en el techo, lograron presentarle delante de Jesús de la manera menos pensada, incluso original, creyendo que Jesús lo curaría y le devolvería la salud. De este deseo es donde buscamos a Dios para que nos ayude a resolver nuestros problemas, agobios, angustias y frustraciones. Cuando rezamos a Dios pidiendo por alguien e intercediendo por él, estamos poniendo nuestra mano en el corazón de Dios con la confianza de saber que el Señor atenderá nuestras peticiones. Así es como llegamos al corazón misericordioso de Dios y provocamos el milagro, la acción salvadora. Porque el Señor no se resiste a quienes con fe le buscan, a quienes esperan en él y se compadecen también por el sufrimiento y el dolor de sus hermanos.

Para realizar con fe la oración de intercesión es importante creer y tener esperanza en las promesas de Dios. Dios, a lo largo de la historia de la salvación ha sido fiel a su Palabra y todo lo que ha prometido lo ha cumplido. Desde esta fidelidad el Señor siempre actúa. Cuando el corazón del cristiano está abandonado totalmente en las manos del Señor, espera en Él. Cree en la fuerza y en la bondad de Dos para saber esperar, confiando en recibir los bienes que se le pide. Dios nunca nos va a pedir una fe inalcanzable para nosotros. Más bien todo lo contrario, nos pide que nuestra fe sea como la semilla de un granito de mostaza. «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a aquel monte: “Trasládate desde ahí hasta aquí”, y se trasladaría. Nada os sería imposible» (cf. Mt 17, 20). Porque a Dios le hace falta poco para actuar, con una semilla de mostaza, con algo pequeño ya actúa, pero en el hombre ha de estar la actitud, la fe en Él para que actúe y nos conceda la gracia que le pedimos.

Importante es, también, descubrir cuál es el camino que debemos recorrer para interceder al Señor. A Dios no podemos acercarnos de cualquier manera. En primer lugar «cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará» (cf. Mt 6, 6). No quiere que reces en los primeros bancos, como el fariseo, para que todo el mundo lo viera. El Señor quiere que lo hagamos en lo escondido, en el silencio y el anonimato, donde nadie nos pueda ver. Sin grandes palabras, porque «vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis» (cf. Mt 6, 8). Cuando confiamos en el Señor, mira nuestra alma necesitada y nos concede todo aquello que le pedimos.

Dios siempre atiende nuestras peticiones siempre que lo hacemos desde lo más profundo de nuestro corazón. De ahí brota la sinceridad, las intenciones más puras que podemos tener. Y es desde ahí donde los esfuerzos que realizamos los hacemos desde la gratuidad. Por eso Jesús se conmueve al ver al paralítico descolgado, y en primer lugar le perdona sus pecados, y ante el juicio de los escribas y fariseos, le cura de sus pecados. Dios siempre es generoso. Nos da más de lo que le pedimos. Se entrega Él mismo en la Eucaristía, en la Cruz; se sacrifica para que encontremos la verdadera felicidad y la salvación, para que todo tenga sentido. Dios es un Padre Bueno que nunca nos va a dar una piedra en vez de pan o una serpiente por un pez (cf. Mt 7, 9-10). Así es Dios, siempre generoso y entregado a los hombres, por eso nunca defrauda.

Reza por los demás, intercede por ellos ante Dios. Te llevará a descubrir cosas maravillosas del Señor y serás consciente de los grandes regalos que Jesús te hará, porque siempre escucha aquello que con fe le pides. Que cada día de tu vida, en lo secreto, reces al Señor por los que te rodean. Descubrirás cómo tu corazón se hace cada vez más solidario y Dios siempre estará en él.