Dos lugares que visitar

En este fin de semana lo hemos escuchado en el Evangelio: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). Y es que seremos medidos por la base del amor concreto que entreguemos o neguemos. Son muchas las veces en las que nos pensamos si amar o no; actuar o no; perdonar o no; servir o no; entregarnos o no; comprometernos o no; denunciar una injusticia o no…; porque el implicarnos en primera persona y dar la vida por los demás, renunciando a nosotros mismos cuesta y es difícil de aceptar si no tenemos nuestra vida bien cimentada en Dios. Dejar que las cosas pasen sin nosotros “pringarnos” es lo más fácil, sobre todo si tenemos claro que no podemos arreglar el mundo ni cambiarlo con nuestras propias fuerzas. El reto parece utópico, y, ¿para qué vamos a gastar más fuerzas de las necesarias si sabemos y conocemos bien lo que hay a nuestro alrededor? No podemos sucumbir ni dejar que de nuestra vida desaparezca la compasión, la misericordia y la solidaridad hacia los que lo están pasando mal a nuestro lado, porque entonces endurecemos nuestro corazón y desaparece de él nuestra capacidad de amar y entregarnos al otro.

Que el amor no sea interesado ni lo queramos cobrar por lo que hacemos y entregamos. Necesitamos ese corazón voluntarioso y generoso que se entrega por completo para transformar nuestro mundo, pero sobre todo para mostrar a los demás que la bondad y el amor altruista se sigue derramando a raudales en nuestro mundo, a pesar de los desengaños que nos hayamos podido llevar y de lo pisados, defraudados y desilusionados que nos hayamos podido sentir. El amor todo lo sana, y las grandes heridas que podamos tener, fruto de los sufrimientos y avatares de la vida, encontrarán su sanación si dejamos que el amor vuelva a reinar en nuestro corazón, incluso por encima de las debilidades de los demás. Esto constantemente nos lo enseña Jesucristo desde la cruz y lo sentimos cada vez que acudimos al confesionario a recibir el perdón de nuestras faltas.

Son dos lugares imprescindibles por los que tenemos que pasar, porque tanto en la cruz como en el confesionario encontraremos el sentido de nuestra entrega y misión; y además la sanación, que nos ayudará a superar nuestro sufrimiento y a transformar en ilusión el desencanto que en nuestro interior se haya generado; pues lo que se nos permite descubrir y experimentar en estos dos lugares tan importantes es una nueva forma de entender el amor, el sacrificio, la entrega y la fidelidad a la misión, superando así nuestras dudas y miedos. 

Además, la cruz y el confesionario te ayudarán a ver al hermano de una forma totalmente diferente, porque no lo considerarás un extraño, un desconocido, un extranjero… sino que será para ti un hermano al que necesitarás amar y que conmoverá tu corazón, porque tú mismo te has sentido conmovido por el Señor Jesús que ha dado la vida por ti y no pone límites al perdón que te regala a pesar de tus faltas y pecados. Si realmente Jesús toca tu corazón, la cercanía a los demás, especialmente a los que sabes que a tu alrededor están necesitados, tiene que provocarte un encuentro para ser ese buen samaritano que deja sus quehaceres, se para en el camino e invierte su tiempo y su dinero para socorrer y ayudar al necesitado y devolverle la dignidad que le habían quitado tanto los malhechores, como los que le habían ignorado y pasado de largo ante su sufrimiento y su necesidad.

Así es como nos quiere Jesús: activos, entregados y comprometidos, con las ideas bien claras, sabiendo que nuestra vida no nos pertenece y que el amor de Dios es capaz de traspasar nuestros propios muros, rompiendo así nuestra zona de confort y lanzándonos a los demás, para que el Evangelio que Jesús nos transmite sea una realidad palpable en nuestra vida y así nos sintamos parte del proyecto de amor que Jesús instauró y del que nosotros somos testigos. No bajes los brazos y déjate llevar por el Amor de Dios que todo lo cambia y transforma, que como Buen Pastor nos cuida, se preocupa por cada uno y nunca nos abandona. Y es lo que nos invita a hacer cada día con los que están a nuestro lado. Es a Dios mismo a quien tratamos y con quien estamos. ¡Déjate amar por Él y ámale sin reservas!