
Estamos necesitados de personas valientes que sean capaz de dar un paso al frente cuando las circunstancias lo piden, especialmente para cambiar y transformar el mundo en el que vivimos. Dicen que los que nunca hacen nada, nunca se equivocan. Es verdad que cambiar las cosas cuesta trabajo, mucho más cuando tienes que luchar contracorriente, superando multitud de adversidades. Cuando tienes las ideas claras y sabes lo que quieres, es verdad que puedes llegar más lejos. ¡Qué importante es la fidelidad a lo que uno cree cuando el viento arrecia con fuerza! Es ahí donde uno se curte de verdad y refuerzas tus ideales y lo que tú eres, sintiéndote más firme y fuerte en lo que crees y vives.



Siempre es necesaria una parada en el camino para descansar y reponer fuerzas. Humanamente lo necesitamos, porque ninguno somos invencibles, incombustibles… más bien lo contrario, nuestra propia fragilidad humana nos hace depender del descanso. Es importante saber detenerse y elegir un buen lugar para saborear lo vivido y compartirlo con las personas a las que amamos y queremos. ¡Con qué ilusión programamos y realizamos esos viajes en familia y con los amigos que tanto nos alimentan! Y deseamos incluso que se pare el tiempo para disfrutarlo más todavía. Además de los recuerdos que nos traen y las veces que nos referimos a ellos como momentos bellos y hermosos que hemos vivido. Estos momentos forman parte de nuestra vida y de las veces que nos hemos sentido felices y cómodos.
¡Qué importante es para nuestra vida interior ser ordenados y perseverantes! El orden nos ayuda a mantener el equilibrio personal que nos hace ser mucho más diligentes y auténticos en nuestro día a día. Habituados a crearnos hábitos de conducta en nuestra vida de fe tenemos que ser más ordenados y perseverantes para que nuestra relación con el Señor sea cada vez más fluida. Todo es cuestión de práctica, y es así como en la oración empezamos a descubrir su importancia. Al principio a todos nos cuesta ponernos, sacar un momento del día, procurando que sea siempre a la misma hora y en el mismo lugar para establecer así una rutina, un hábito. Cuando comenzamos poniéndonos en la presencia del Señor seguramente la mente se nos vaya a otro lugar; nos cuesta trabajo concentrarnos; parece que Dios no nos habla ni escucha; no sabemos qué hacer ni como rezar porque andamos como perdidos.


