
«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2, 2).
Ha sido una noche mágica de ilusión y llena de regalos, llena de momentos entrañables que los más pequeños y los que no lo son tanto, viven con nerviosismo y alegría esperando verse sorprendidos por sus Majestades de Oriente. Ellos vieron un signo en el cielo; una estrella que no brillaba igual que las demás, que tenía algo distinto y que les hizo cuestionarse qué es lo que significa, qué quería decirles y qué sentido tenía que ellos la viesen y los demás no. Así es la presencia de Dios en nuestra vida, en nuestro día a día. Él brilla de manera especial para que nosotros podamos verlo a través de los signos que manifiestan su voluntad, su proyecto de salvación que tiene para todos nosotros, con el deseo de llenar nuestras vidas de sentido, ilusión y felicidad y así ser capaces de ponernos en camino para ir al encuentro del Señor que está presente en medio de la vida, de lo que nos acontece, y, especialmente, en los hermanos que nos rodean, a quienes tenemos que amar y con los que tenemos que vivir y hacer también camino.



¡Qué importante es para nuestra vida interior ser ordenados y perseverantes! El orden nos ayuda a mantener el equilibrio personal que nos hace ser mucho más diligentes y auténticos en nuestro día a día. Habituados a crearnos hábitos de conducta en nuestra vida de fe tenemos que ser más ordenados y perseverantes para que nuestra relación con el Señor sea cada vez más fluida. Todo es cuestión de práctica, y es así como en la oración empezamos a descubrir su importancia. Al principio a todos nos cuesta ponernos, sacar un momento del día, procurando que sea siempre a la misma hora y en el mismo lugar para establecer así una rutina, un hábito. Cuando comenzamos poniéndonos en la presencia del Señor seguramente la mente se nos vaya a otro lugar; nos cuesta trabajo concentrarnos; parece que Dios no nos habla ni escucha; no sabemos qué hacer ni como rezar porque andamos como perdidos.
Estamos habituados al ruido en nuestra vida. Tan acostumbrados estamos que lo pasamos a un segundo plano y somos capaces de seguir con nuestra vida y nuestras tareas tranquilamente, como si no ocurriese nada. Cuando estamos solos solemos ponernos música que nos gusta y nos hace sentir bien, o bien nos comunicamos con el móvil a través de las redes sociales, aunque a nuestro alrededor haya silencio. Solemos tener nuestra mente ocupada haciendo o viendo algo para así pasar el tiempo. Todos sabemos que es necesario comunicarse, pues tenemos dependencia de los demás y creamos lazos de amor y amistad con ellos. Hay veces que guardamos silencios, precisamente cuando no debemos, pues nos encontramos en circunstancias en las que tenemos que decir algo a los demás, concretamente cuando se equivocan o no vemos y compartimos algo que están haciendo, y por respeto humano nos callamos, nos reservamos nuestras opinión para así quedar bien y no crearnos ningún conflicto que nos pueda perjudicar.
