Señor, tú sabes que te quiero

¡Qué hermoso es alabarte y bendecirte, Señor! Pasar tiempo contigo, visitarte en el Sagrario, pararme en el ritmo ajetreado de vida que llevo y orar, contemplando tu rostro y descubriendo tu presencia en el Santísimo Sacramento. Como me conoces bien, sabes que muchas veces paso de largo, que no encuentro el momento para detenerme y estar contigo, hacerte una visita, dedicarte mi vida y toda mi atención aunque sea por unos minutos al día. Soy consciente de que estás esperándome, que quieres que vaya a verte y no me gustaría defraudarte en este día. Siempre me dedicas hermosas palabras y gestos a través de tu Palabra y de las personas que me rodean. Quiero descubrirlas y saborearlas como el mejor de los manjares, porque tú, Señor, haces que cada momento se convierta en algo único y especial. Que tantos ruidos y luces como me rodean no me hagan sordo ni ciego y así pueda ayudarte a transformar el mundo, porque sé que cuentas conmigo y quieres de mi parte dedicación plena. Ayúdame, Jesús, a saber pararme y no dejarme llevar por mis quehaceres que me sumergen en mi propio mundo y me impiden mirarte y abrirte mi corazón de par en par.

Quiero decirte en este momento como Pedro: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero» (Jn 21, 17). Sabes lo que hay en mi corazón, lo que es mi vida y cómo la estoy viviendo. Sabes de lo importante que eres para mi y sabes de mi propia debilidad, que sin quererlo, me aparta de ti en tantos momentos. Ayúdame en este tiempo de Adviento a convertirme de corazón y a saber esperar en ti. Que no me puedan las prisas ni la impaciencia, que hacen que todo sea más rápido y caótico en mi vida. Necesito cada día de tu paz, que me hace ver mi vida de una manera totalmente distinta a como la veo asiduamente. Porque así puedo contemplar lo que me rodea y descubrirte. Sé que mi vida es una continua búsqueda y que eres muy fácil de encontrar, sólo hace falta que esté en sintonía, Jesús; en tu sintonía, la del Evangelio, la del amor, la de la entrega, la del servicio, la de la gratuidad, la del encuentro con el Padre Bueno y con los hermanos.

Que mi corazón te desee cada día, para que todo esto que te estoy diciendo no se quede en palabras ni buena voluntad. Quiero que por mi hablen mis obras, lo que cada día hago de corazón. Ayúdame a superarme, para no conformarme ni quedarme estancado; que no retroceda nunca en mi vida de fe, para así seguir ahondando en ti, Señor, porque sé que eres insondable y lo transformas todo.

Quiero confiar en ti, Jesús, por eso te pido que mi única seguridad seas Tú, para que no busque en otros lugares distintos, solo en la serenidad y silencio del Sagrario. Son muchas las tentaciones que me abordan todos los días, mostrándome realidades más apetecibles que Tú, Señor, pero soy consciente de que la verdad está solo en Ti. Todo lo que de verdad merece la pena está en ti y en torno a tu presencia, porque tú, Señor, das sentido y fuerza a mi vida y lo que hago. «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero», sabes lo que siento y necesito, lo que deseo y hago realidad. Ayúdame a descubrirte en el camino de la vida, por mi mismo, siendo yo quien se convierta y lleve a la práctica todo lo que me pides; empezando por mi mismo dando frutos de vida y amor. Quiero serte fiel siempre, tenerte presente en mi vida en todo momento y hacer tu voluntad allá donde esté, en lo sencillo, lo que pasa desapercibido a los ojos de los hombres pero no a los tuyos. Contigo, Señor, todo es posible.