
Son muchas las veces que en nuestra vida manchamos el Amor que Dios nos da cada día. Lo manchamos con nuestro egoísmo, parece que somos expertos en mirarnos a nosotros mismos; en buscar nuestro beneficio a pesar de todo; en salirnos con la nuestra siempre aunque los demás se puedan ver perjudicados; en que nos devuelvan el favor realizado, porque nos ha supuesto un esfuerzo, un sacrificio y le hemos puesto un precio a nuestra entrega, como mínimo, que nos correspondan; en que nos reconozcan nuestros méritos con halagos y palmaditas en la espalda… No podemos profanar así el Amor de Dios en nuestra en vida. Ser fiel a Dios cuesta trabajo, serle infiel, es lo más fácil porque no compromete tanto como el Amor. Cuando le volvemos la espalda y le rechazamos en nuestro corazón nos estamos alejando de Él y lo más normal es que nuestra fe se enfríe, igual que se enfrían las amistades cuando nos alejamos de ellas, y cuesta mucho más trabajo ponernos en actitud de escucha y de apertura con el corazón bien dispuesto para el encuentro con Dios.

Seguro que conoces a personas, incluso a ti mismo te ha podido ocurrir, que nadie apostaba por ellos, y a base de perseverar y confiar en sí mismos han sido capaces de triunfar y lograr sus propios objetivos. Todos necesitamos que confíen en nosotros porque nos autoafirman y refuerzan todo lo positivo que tenemos en nuestro interior. Desde pequeños nos han ido formando y fortaleciendo en nuestras cualidades, que nos han permitido madurar y llegar a este punto de nuestra vida en el que cada uno nos encontramos.
El hombre es un ser social que necesita relacionarse con los demás para sentirse aceptado, querido y parte de una familia. Todos necesitamos tener claro cuál es nuestro sentido de pertenencia y reafirmarlo constantemente con lo que vivimos y compartimos con quienes nos rodean.
Hay muchas veces en las que vemos a las personas que han sufrido bastante y mantienen la entereza, la normalidad en su vida. Quizás a nosotros también nos ha podido ocurrir en muchas ocasiones. Y ante esto solemos decir: “La procesión va por dentro”. Es la manera de decir que el sufrimiento y el dolor lo tenemos en el interior, aunque no lo exteriorizamos, o al menos eso intentamos. Porque no queremos hacer sufrir más a los que nos quieren, porque necesitamos salir adelante y pasar el bache cuanto antes, porque no queremos que los que nos han hecho daño disfruten de nuestro dolor… y otras razones más que nos hacen actuar así.
Por las circunstancias de la vida y de los tiempos que corren hoy nos fiamos de muy poca gente. Son muchas las situaciones en las que desconfiamos, cuando alguien desconocido se acerca a pedirnos algo podemos llegar a desconfiar de él y pensar que nos quiere engañar. Recuerdo hace años que una persona mayor de mi pueblo natal, Noblejas, me decía: “Hoy todas las puertas de las casas están cerradas, echo de menos el verlas abiertas y poder entrar, sentarme con el vecino y tener un rato ameno de conversación. Ya no nos fiamos de nadie”.