Ir a la montaña

Mantenerse firme en la fe, estar de pie en medio de las dificultades, no caerse por mucho que arrecie la tormenta y el viento, ser constante en los propósitos y por mucho que cambien las situaciones permanecer en el mismo lugar. Así es como Jesús nos invita a que nuestra vida sea siempre un reflejo de la fuerza que Él nos da, aunque somos conscientes de que en medio de la tempestad pasamos dificultad, inquietud, temor, inseguridad… y tantas sensaciones que vivimos que nos han de ayudar a tomar conciencia de lo importante que es confiar en Dios para permanecer en Él. 

Si contemplamos a las montañas podemos ver cómo siguen igual al paso del tiempo. Se pueden erosionar a causa de las condiciones meteorológicas, pueden cambiar de color por el efecto de las estaciones a lo largo del año, pero siempre permanecen iguales ante nuestros ojos. Pase lo que pase ahí están, su forma sigue siendo la misma, lo único que cambian es su apariencia al adaptarse al clima, y así cíclicamente, año tras año. Pasa de la frialdad del invierno al calor del verano. Muy visitada y recorrida por el ser humano, que tiene en ella todo tipo de experiencias. Y yo quiero centrarme en la nuestra, en la del cristiano, pues la montaña es lugar de encuentro con Dios, donde se nos revela, donde profundizamos en la intimidad con Él.

Tú eres mi montaña Jesús y quiero ser como tú. Acudir a ella para tener ese encuentro contigo, para parecerme más a ti llenando mi vida de tu presencia y amor. El tiempo y los hombres pasan y tú siempre permaneces. Todo lo has creado para tu gloria y para que yo pueda bendecirte y alabarte cada día de mi vida. Haz que así sea, Jesús, para que pueda reconocer tu presencia en la brisa suave, donde renuevas y refrescas el alma y el espíritu. Que siempre habites en mi y pueda tener el lugar claro, mi montaña particular para estar contigo. 

«Jesús subió a la montaña a orar y pasó la noche orando a Dios» (Lc 6, 12). Que mi montaña sea el sagrario de mi parroquia, donde Tú habitas Jesús. Siempre estás ahí esperándome pacientemente para darme lo que más necesito. Que no te haga esperar nunca Jesús. Que a pesar de los momentos que pueda vivir, mis inclemencias meteorológicas particulares, no me hagan perder la gracia ni desgastarla. Es verdad que la vida cotidiana, mis debilidades y equivocaciones la van debilitando poco a poco. Ayúdame a permanecer firme y a saber rechazar aquellas situaciones que quieren alejarme de todo lo que Tú eres. Por eso quiero que la montaña, el Sagrario, me enseñe cada vez más, me ayude a conocerte, a formar parte del todo, en ese equilibrio que creas y que me invitas a vivir para que todo en mi vida sea armonía y plenitud. 

Y Jesús subió a la montaña. Siempre solo, como en el Calvario se encontró solo y abandonado de todos. Ultrajado y vejado. Y en esa soledad y aparente final de un proyecto de vida, es donde Tú, Señor, muestras toda tu grandeza y tu gloria, porque al duro invierno de la montaña y de la ausencia de frutos siempre llega la primavera, el renacer de la Creación. Así te muestras, Jesús: vivo y resucitado. Lo que para mi está perdido y terminado, para Ti no ha hecho más que empezar, pues tus planes son totalmente distintos. Porque caminar por tu montaña, Señor, es toda una aventura; y al llegar a la cima, contemplar mi vida con tu mirada Jesús: la del amor. Dios mío, que la montaña sea fuente de vida espiritual, porque me encuentro contigo en el Sagrario, y allí unir nuestros corazones para que sean Uno. Tú y yo, Jesús, en la montaña; contemplando y amando; para luego dar la vida. Amén.